Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 23 de enero de 2015

Un bien con un mal se paga .596

Había un señor qui había enviudau, y que era muy rico el señor. Después que pasó por el duelo, s'iba a trabajar por la mañana y volvía por la noche. Tenía la casa llena di un todo, pero como tenía perros muy guardianes, s'iba sin cuidado.
Como de costumbre, s'iba, en una noche d'ésas, y oyó, en un bañadito, unos lamentos que daban lástima. Él lu interpretó que sería la señora que andaba penando. Entonce dijo:
-Si mañana oigo otra vez los lamentos, voy hacer coraje, y voy abrir con el cuchillo los montes, y me voy a llegar a ver dónde son esos lamentos.
Bué... Se jue.
Al otro día, cuando pasó por áhi, los mismos gemidos en el mismo punto. Entonces él se bajó y con el caballo de tiro, comenzó a hacer una sendita. Cuando ya llegó a una laja grande qui había, vio que di áhi salían los lamentos. Y entonce, él sacó el lazo, enlazó la piedra, ató a la cincha del caballo, y tiró. Y entonces salió una serpiente que le llegó al estribo del caballo, por comerlo, y que le decía:
-¡Me lo como, me lo como!
Entonce él si asustó, y que le dice:
-Señora, l'hi hecho un bien ¿y me va comer?
-¡Ah! -que le dice ella- ¿no sabe usté que un bien con un mal se paga? ¡Me lo como y me lo como!
-¡Pero, señora, cómo va a comerme! ¡Pero, señora!, caminemos por el camino nacional, hasta qu' encontremos algunos señores que nos den algunos pareceres, y después me come.
Y le cedió ella, y siguieron.
A poco andar, ya caminaron un trecho, y ya vinieron unos caballos con mataduras en el lomo, que no podían caminar, y venían unos pájaros comiendolós. Y ya los saludaron. Y ya les dijo el hombre:
-Señores, délos una sentencia.
-¿Qué sería?
-Esta señora l'hi hecho un bien y me quiere pagar con un mal.
-Nosotros himos sido unos caballos muy estimados de nuestros amos. Himos sido muy ligeros, y li himos hecho ganar mucho dinero, miles de pesos a nuestro amo. Cuando ya estuvimos viejos, miren cómo los han largado; que ya los comen los pájaros.
-¡Has visto! ¡Has visto! -le dice la serpiente al hombre- agora te como.
-¡Pero, señora! -le dijo el hombre, caminemos otro poquito, bus-quemos otra sentencia y áhi me come.
Al poco andar encontraron unos güeyes. También en el mismo estilo de los caballos, también lastimados por los cuadriles, y por todas partes, que ya se cáiban. Y ya les dijo el hombre, después que los saludaron:
-Señores, delos una sentencia.
-¿De qué se trata? -dijeron ellos.
-Que a esta señora yo l'hi hecho un bien, y ella me quere comer.
-¡Ha, señores, nohotros himos sido muy estimados de nuestros amos! Le himos dado mucho dinero a nuestros amos en los sembrados y en los negocios. Cuando éramos jóvenes, 'tábamos perdidos en las alfas, agora que somos viejos y enfermos, los han botau nuestros amos para que los coman los pájaros.
Áhi no más la señora se lo quiso comer, y qu' el hombre le volvía a rogar:
-¡No, señora!, que a las tres sea la vencida. Caminemos otro poco y busquemos otra sentencia.
Bué... Qui habían andau un buen trecho. ¿Pórque no si atraviesa una zorra a la distancia. Áhi no más la grita el hombre, pero como él llevaba unos perros, la zorra de lejo le dijo qué quiere.
-Venga, delos una sentencia.
Sin arrimarse, le dijo la zorra que cómo era eso, y que agarrara los perros. Y agarró los perros el hombre y se allegó la zorra, y dice:
-¿Cómo es eso? ¿Cómo es eso?
-A esta señora yo l'hi hecho un bien y ella me quere pagar con un mal, me quere comer.
-¡Ah, no, no! Un bien con un bien, y un mal con un mal. Y áhi que la serpiente se lo querís comer al hombre, y que la zorra tan viva que se dio cuenta, y que dice:
-¡Ah! a no ser que la señora tenga razón, y ha de ser no más que la tenga, eso tendría que presenciar yo. ¡Puede tener razón, por lo que veo... Yo quisiera ver cómo estaba esta señora para opinar.
-Güeno, volvamos -dijieron los dos.
Ya volvieron; llegaron al lugar. El lazo había quedado atado a la piedra, y el hombre levantó la piedra.
-¡A ver, acomodesé señora, como estaba, que yo creo qui usté tiene razón -dice la zorra y li hace de ojo al hombre.
El hombre tenía miedo y no entendía, pero al fin entendió, y le largó la piedra en todo el peso. Y la serpiente quedó apretada otra vez.
Y la serpiente gritaba y se lamentaba, pero la dejaron no más áhi pa que se muriera por mal pagadora.
-¡Ah, señora Zorra! -que le dice el hombre, ¡qué bien me ha hecho! Tengo la casa llena de aves, venga cuando quera.
-¿Y esos perros?
-Yo les voy echar llave. ¡No tenga cuidado!
Ya la zorra comenzó a ir a la casa del hombre y a comer aves. Él nu estaba casi nunca, y ella se aprovechaba y comía por demás.
Un día viene el hombre del trabajo y nu encuentra más de tres aves ande había cientos. Entonce le dio tanta rabia, que si olvidó del favor que li había hecho la zorra, y dijo:
-Si viene esta grandísima pícara, l'hago charquiar con los perros.
Y en ese momento que tocan las manos. Se levanta, y de repente llega la zorra.
-¡Bueno día, señora! -que le dice- ¿pórque si ha perdiu tanto?
-No, s'hí estau viniendo.
-Ya de las aves no veo más que tres.
-Sí, si nu hay más, y por ellas vengo.
-Güeno, señora, voy a sacar maíz para llamarlas.
Se jue, y abrió la puerta a los galgos, y los perros la sacaron matando a la zorra, y que la zorra gritaba lo que l'iban corriendo:
-¡Bien decía el viborón que un bien con un mal se paga!...
Y ya la agarraban los perros, y en eso encontró una vizcachera y que se zampó áhi. Pero que los galgos eran acostumbrados a esperar hasta que salían los bichos de las cuevas, y que se quedaron en la puerta echados, calladitos.
Y ya la zorra que créiba que 'ataba sola, comenzó hacer gracias de gusto lo qui había pasau el susto. Y decía:
-Patitas, ¡ustedes cómo si hacían pa disparar, anque hubiera espinas! Ojitos, ustedes, ¡cómo si hacían para ver pa todos lados!... Orejitas, ustedes, ¡cómo si hacían para oír todos los ruiditos! ¡Y usté, colita! Yo m' enredaba en usté, en todos lados, y por usté casi mi agarran los galgos. ¡Salga, salga p' afuera por pícara y sucia!
Y retrocedía. Y saca la cola como pa tirarla, y los perros qu' estaban áhi, l'agarraron de la cola, la sacaron p'ajuera, y la mataron.

Juan Lucero, 59 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1944.

Cuento 596. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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