Eran
cinco hombres muy pobres. Vivían como hermanados. Uno tenía un
burro, otro un perro, otro un gato, otro un carnero y otro un gallo.
Una noche se pusieron a conversar de su pobreza, y discurrir, porque
al otro día no tenían qué comer, ni de dónde sacar nada.
Entonces, después de un rato de pensar y cavilar, dice uno:
-Yo
hi de matar mi burro.
Y
dijeron los otros:
-Yo
hi de matar mi perro.
-Yo
hi de comer mi gato.
-Yo
hi de comer mi carnero.
Como
el gato y el perro no saben faltar de las orilla de las piedras del
juego, oyeron la conversación y allí no más jueron y le
repartieron la voz a todos.
Entonces
se quedaron pensando y dijo uno de ellos:
-¿Pórque
no los ausentamos mañana?
-¡Claro!
-dijeron todos.
-El
gato y el gallo que suban sobre el burro, y seguimos huella.
-¿Y
qué vamos a comer por áhi? No llevamos nada.
-Lo
que cace el gato y el perro, le convidan al gallo. Y el carnero y el
burro que coman pasto -dijeron.
Bueno...
Y van y llegan a una encrucijada donde estaba un camino muy viejo.
Estaban pensando y no hallaban por dónde irse, si por el camino
viejo o el nuevo, y dice el burro:
-Saben
decir que no hay que despreciar lo viejo por lo mozo, ni lo cierto
por lo dudoso.
Eran
consejos del burro. Bueno y toman por el camino viejo. No habían
sabido ir por áhi porque los tigres habían sabido comer toda la
gente y llegaron a la primera casa. No se vía más qui una qui otra
cabra y oveja. Lo qui habían dejado los tigres, la poca hacienda que
quedó.
Dice
uno:
-Aquí
no más los vamos alojar.
Y
dice otro d'ellos:
-Aquí
no hay más que güellas de tigre. Aquí los van acabar esta noche.
Y
otro dice:
-No
los han de hacer nada. Los quedamos.
Se
quedaron. Cuando s'entró el sol, venían bramando los tigres. Ya se
oía el bramido. Entonces el gallo dice:
-El
carnero que se ponga al frente pa que a él lo vea el tigre y entre
diretamente a él. Y el burro y el perro, se pongan de cada lado de
la puerta para cazarlo de la nuca y no largarlo cuando entre el
tigre.
Bueno,
ya llegó el tigre más grande y s'entró, pero el burro lo agarró
de la nuca, y el perro de una oreja, y claro, abría la boca el
tigre, y el gato le arañaba los ojos y la lengua, y el carnero
retrocedía y le daba unos botes al tigre y lo hacía quejar. Y los
otros no lo largaban. Y el gallo estaba arriba de la muralla y
cantaba.
-¡Dejemelón
pa mí! ¡Dejemelón pa mí!
Ya
le habían dado una paliza enorme al tigre, pero se les escapó y
había ganao el campo.
Éste,
en el camino encontró otros tigres y les dice:
-Vuelvansén
porque áhi hay unos hombres que parecen muy malos, parecen herreros.
Me han agarrau con las tenazas -ése era el burro y el perro- y otro
mi ha dau unos combazos en la frente -era el carnero- y si me largan,
para ese otro, que pedía me dejen para él, tal vez me matan -era el
gallo.
Y
así se quedaron los cinco hermanados a vivir porque no volvieron los
tigres a vivir áhi.
Y
así termina el cuento.
Laureano
de la Fuente, 80 años. Piedras. Castro Barros. La Rioja, 1950.
Campesino.
Buen narrador.
Cuento
615. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 048
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