Había
una vez un hombre rico, que 'taba viejo, y pensando que podía morir
en cualquier momento, determinó de llamar a sus hermanos para
dejarles sus haberes. Que esti hombre no si había casau ni tenía
hijos. Entonce los hizo llamar a los hermanos que eran varios para
darles en herencia todo lo que tenía. Que había síu un hombre muy
guapo y había juntau una güena fortuna.
Ya
vinieron y se sentaron en el patio y 'taban conversando. Que éstos
no maliciaban nada pa qué los había llamau el hermano. Entonce el
hombre quiso ver cómo s' iban a portar con él cuando se muriera.
Les preguntó que cuando a él le llegara el último momento, quén
le iba ayudar a bien morir. Contestaron en coro que ellos no podían,
que 'taban muy ocupados. Entonce preguntó quién lo velaría. Lo
mesmo contestaron en coro que ellos no. Entonce preguntó quén le
rezaría y quén lo enterraría, y ellos dijieron lo mesmo, que ellos
no. Pero cuando preguntó quén lo heredaría, todos dijieron muy
apurados: yo, yo, yo.
Y
güeno; Dios los castigó a estos hermanos y los convirtió en sapos.
Di áhi es que repiten en su canto estas palabras.
Uno
pregunta, y contestan los demás:
-Cuando
yo me muera,
¿quén
mi ayudará?
-Yo
no, yo no, yo no.
-Cuando
yo me muera,
¿quén
me velará?
-Yo
no, yo no, yo no.
-Cuando
yo me muera,
¿quén
me enterrará?
-Yo
no, yo no, yo no.
-Cuando
yo me muera,
¿quén
me rezará?
-Yo
no, yo no, yo no.
-Cuando
yo me muera,
¿quén
me heredará?
-Yo,
yo, yo, yo.
Y
por ese castigo los sapos dicen en sus cantos estas palabras, que son
más como rezos.
Pilar
Ochoa, 46 años.
La
Cañada. La Capital. San Luis, 1925.
Campesina
analfabeta. Buena narradora.
Cuento
774 Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 048
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