El amor no sólo ata a los
mortales. Todas las criaturas del universo pueden sentir sus efectos. Grandes
hazañas y grandes pecados se han cometido por su causa. Lo cierto es que esta
pasión no conoce leyes y, cuando surge, nada respeta. Ejemplo de ello es la
siguiente historia.
En el país de Magadh
vivía el rey Indradyumna, cuya esposa era tan bella como la luna. Su nombre era
Ahalya.
Los cónyuges fueron
felices en su unión hasta que la reina concibió un insensato amor por Indra.
Indra era el más poderoso
de los dioses, el rey de los cielos. Tenía fama de valiente y justiciero y
todas las criaturas le reverenciaban. Pero su condición divina no le impidió
verse apresado por un amor considerado deshonesto.
Ahalya había escuchado
alabanzas del dios en boca de muchos mortales, y, llena de curiosidad, quiso
conocerle. Mediante la intervención de una de sus criadas de confianza, la
reina consiguió burlar la vigilancia de su marido y conducir a Indra hasta sus
aposentos, donde ambos reconocieron su mutuo amor y cayeron uno en brazos del
otro.
Desde aquel día su amor
se fortaleció y, de esta manera, Indra y Ahalya continuaron viéndose en
secreto y disfrutando de una relación intensa y apasionada.
Pero no habría de pasar
mucho tiempo sin que Indradyumna supiera la afrenta de la que estaba siendo
objeto. Ahalya estaba tan enamorada del dios que sólo pensaba en él y creía
verle por todas partes. De esa manera sucedió que el nombre de Indra llegaba
con gran facilidad a su labios, delatando así su amor en varias ocasiones.
Cuando Indradyumna se
percató de lo que sucedía, quiso castigar a los amantes de manera ejemplar.
Hizo apostar a su guardia cerca de las habitaciones de la reina y advirtió a
los soldados lo que estaba sucediendo y cuál era su cometido.
Aquella, noche, mientras
Indra penetraba por el balcón para encontrarse con Ahalya, fue apresado por
los soldados del rey. Avergonzado por su conducta, el dios no quiso emplear sus
poderes divinos y permitió que se le condujera ante la presencia del monarca.
-¡Has ofendido a mi
honor! -le dijo éste, cuando le tuvo ante él. Eso es algo indigno de un hombre
virtuoso y mucho más de un dios, que ha de servir de ejemplo para sus devotos.
-Estoy de acuerdo contigo
-concedió el dios-. Tu ira está plena-mente justificada y sería inútil querer
contradecirte. En mi defensa sólo puedo decir que, aun siendo el rey de los
dioses, el amor ha sido más fuerte que mi voluntad. Por él he perdido fuerza y
dignidad, hasta el punto de verme ahora en tu presencia como un mísero
delincuente.
-¿Aceptarás, pues, tu
castigo? -inquirió el soberano ¿O te valdrás de tus poderes divinos para
evitarlo?
-No sería justo hacerlo
-respondió Indra-. Aceptaré el castigo que quieras imponerme y lo sufriré por
la eternidad o hasta que tú desees, pues no pienso renunciar a mi amor. Y
añadió: No podría hacerlo, aunque quisiera.
Indradyumna mandó a los
soldados que infligieran a la pareja adúltera los más duros castigos y los tormentos más atroces. Dijo a Ahalya que la perdonaría si renunciaba a su
amor por Indra, pero ella se negó en redondo.
Ambos fueron entonces
arrojados al agua helada; se les sumergió en aceite hirviendo; un elefante les
aplastó bajo sus patas. Pero su amor era tan fuerte que la muerte no les
alcanzaba.
Pese a sufrir estas y
otras torturas durante largo tiempo, el amor de ambos les seguía manteniendo
unidos.
-No te esfuerces, rey
Indradyumna -le aconsejó el dios. El universo entero no es nada comparado con
mi amada y todos tus tormentos no harán menguar mi amor por ella. Puedes hacer
sufrir a mi cuerpo, pero mi verdadero yo reside en mi mente y ella está
totalmente dedicada a Ahalya y a mi amor. Nada podrás contra ella.
El monarca reconoció en
aquel momento la inutilidad de sus esfuerzos y recurrió al sabio Bharat, un
asceta que había acumulado muchos poderes tras años de austeridades y
penitencias. Le suplicó que lanzase sobre los adúlteros una terrible maldición
que les avergonzara y acabara con su pasión.
Bharat accedió y, como
símbolo del deseo que sentía Indra por Ahalya, hizo que aparecieran en el
cuerpo de éste mil heridas, que semejaban en un principio las partes íntimas
de la mujer.
Pero inmediatamente,
aquellas heridas cambiaron de forma y se convirtieron en mil ojos, que dieron a
su poseedor perspicacia y sabiduría.
-Has malgastado tu poder,
¡oh, poderoso Bharat! -le increpó Indra. Has llevado a cabo innumerables penitencias
durante largos años para conseguir una fuerza que ahora malgastas intentando en
vano separarme de mi amada.
Entonces, Bharat empleó
los restos de su fuerza y fulminó a Indra y a Ahalya, destruyendo por completo
sus cuerpos.
Pero los dos amantes
renacieron como una pareja de ciervos, llevando una apacible vida en común.
Cuando los ciervos
murieron de vejez, reencarnaron en forma de pájaros. A la muerte de los
pájaros, vinieron al mundo como humanos, se encontraron y contrajeron
matrimonio.
Y, desde ese día, debido
a la intensidad del amor que sentían el uno por el otro, siguen renaciendo
juntos y sus vidas estarán unidas por toda la eternidad.
(Del Yogavasishtha de Vasishtha)
Fuente: Enrique Gallud Jardiel
004. Anonimo (india)
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