Era
un matrimonio que tenía tres hijos, dos chicos y una mujercita.
Una
vez que los chicos 'taban jugando cerca de las casas, vino un pájaro
grande, y se asentó en un gajo de un árbol, cerca di ande 'taban
los chicos. Y cuando vio el pájaro que los chicos se descuidaban, le
robó la muñeca de la chica y la alzó en las patas. Y se jue
volando. Entonce, la chica desesperada porque le llevaban la muñeca
que tanto quería, lo siguió mirando adonde iba el pájaro, para ver
si voltiaba la muñeca. El pájaro se paró en un árbol, y la chica
corrió hasta que 'stuvo cerquita. El pájaro se voló y se asentó
más allá. La chica volvió a correr hasta ese lugar, y cuando iba
llegando, el pájaro se voló y se asentó un poco más allá.
Así
pasó todo el día, y la chica que corría, sin mirar para atrás,
'taba en el medio del campo, muy lejos de las casas de ella. Cuando
se hizo la noche, el pájaro se asentó en un árbol, y áhi se
quedó. Entonce la chica se quedó en el tronco, llorando y
diciendolé al pájaro que le largara la muñequita.
Por
fin, la pobrecita, de estar tan cansada, con hambre y perdida, se
quedó dormida. Se despertó al otro día cuando 'taba saliendo el
sol. Miró para arriba y vio al pájaro que 'taba con la muñeca en
las patas. Entonce el pájaro se voló llevando la muñequita, y la
chica salió coriendo atrás d'él gritandolé que le entregara la
muñequita.
Así
pasó todo el día, y se volvió a quedar dormida en el tronco di un
árbol que se asentó el pájaro.
Así
pasaron muchos días, hasta que al fin llegaron a un ranchito que
había en el campo y 'taba solo. El pájaro largó la muñequita en
el medio del patio y siguió volando. La chica agarró la muñequita,
muerta de gusto y llorando de contenta. Entonce ella se dio cuenta de
que 'taba perdida, y que en el ranchito no había nadie.
Con
la muñequita en los brazos principió a ver en la casa todo lo que
había. Adentro 'taban dos camitas igualitas, a la par. Había dos
sillas igualitas, y de todo había dos cosas iguales. Jue a la cocina
y en el juego vio que en la ollita se 'taba cocinando la comida.
Entonce vio que debía haber gente en la casa y quedó más
tranquila, pero siempre con miedo. Vio que había dos platos y dos
servicios, cuchara, cuchillo y tenedor igualitos.
La
chica atizó el juego, le echó leña y cuidó la comida y lavó los
platos. Y jue y tendió las camas.
Se
puso en un rinconcito, se hincó, y se puso a rezar para que Dios la
ayudara, ya que 'taba solita y perdida. Y lloraba pensando que sus
padres andarían buscandolá.
A
eso de las doce del día oyó un tropel. Ella, asustada, no sabía
adónde esconderse, y se metió abajo de una bateya que 'taba en el
patio, y la puso boca abajo.
En
seguida llegaron dos mozos tan igualitos, que de ver uno, era 'ver el
otro. Éstos se bajaron y entraron adentro, y vieron que alguien
había andado en la casa porque las camitas 'taban tendidas y la
comida 'taba ya echa, y los platos lavados.
Entonces
principiaron a buscar en toda la casa a ver si encontraban a alguien,
porque por áhi cerca no vivían más que ellos, y no sabían de
dónde podría haber venido alguien a la casa. Cuando, de repente,
ven un trapito muy bonito que salía de abajo de la bateya. Y
corrieron y levantaron la bateya, y se encontraron con una chica que
tenía en los brazos una muñeca y que era tan linda como la muñeca.
Ellos
muy contentos de ver una niña tan linda y con cara de tan buena, que
lloraba asustada, la consolaron y le dijieron que les contara cómo
'taba áhi. La chica les contó lo que le había pasado y cómo se
había perdido. Ellos le prometieron que la cuidarían y que ella
sería su hermanita. La llevaron para adentro y se hincaron ante la
Virgen; le juraron que ella sería su hermanita y le agradecieron a
la Virgen porque les había dado esa dicha tan grande, a ellos que
vivían solitos sin que nadie los cuidara y los atendiera.
Estos
mozos eran meízos. Eran tan igualitos, y ninguno hacía una cosa sin
que la hiciera el otro al mismo tiempo. Comían al mismo tiempo, se
sentaban y se levantaban al mismo tiempo, caminaban y se vestían al
mismo tiempo. Trabajaban en el palacio del Rey de esos lugares.
Pasaron
algunos años, y los meízos y la hermanita vivían muy contentos. La
niña los cuidaba, les hacía la comida, les lavaba y les remendaba
la ropa. Con lo que ellos ganaban no les faltaba nada.
Una
vez, el Rey ensilló su caballo y salió a pasiar por el campo, y se
le antojó conocer la casita de los meízos. Llegó muy despacito a
la casa. La chica, que era una mocita muy donosa, 'taba lavando la
ropa y no lo oyó, cuando de repente siente que le dicen:
La
niña se da vuelta ligero y ve un mozo muy lindo, a caballo, como
ella nunca había visto otro. La niña se asustó mucho, se
impresionó, y corrió. Se entró adentro y cerró la puerta.
El
Rey se volvió para su palacio, y iba dando vueltas para atrás,
pensando quién sería esa niña tan linda como jamás había visto
otra en todo el mundo. El Rey era soltero y se había enamorado de la
niña. Los criados del Rey le dijeron que esa niña era hermana de
los meízos.
El
Rey pasó todo el día muy pensativo; no hacía otra cosa que pensar
en la niña hermana de los meízos. Al terminar el día, cuando los
piones se tenían que retirar, los llamó a los meízos, el Rey, y
les dijo:
-Les
doy la plata que ganen en un mes y les doy permiso para que se queden
a descansar en su casita.
Los
despidió muy amable y les dijo que los iba a ir a visitar. Los
meízos no sabían qué hacer. No sabían porque el Rey les hacía
esa gracia.
Se
jueron a su casa y nada le dijieron, al momento, a la hermanita.
Pero, cuando 'taban comiendo, la niña les principió a contar lo que
le había pasado. Les dijo que llegó un mozo muy lindo a caballo, en
un caballo grandote y de montura chapiada, que ella no lo había
sentido, que ella 'taba lavando, cuando oyó que le dijieron:
Los
meízos se quedaron tan impresionados, y se dieron cuenta que era el
Rey, y que seguramente 'taba enamorado de la niña, y que se iban a
quedar sin la hermanita que querían tanto, que pararon de comer, y
al seguir comiendo, se descuidaron, y uno echó primero la cucharada
a la boca que el otro. En el mismo momento quedaron convertidos en
güeyecitos. La niña se llevó un susto muy grande y se puso a
llorar. Los güeycitos, también muy tristes, le dijieron:
-¡No
te asustís, hermanita, que somos los mismos! Vamos a vivir juntos y
te vamos a defender, y vos nos vas a cuidar.
Y
así pasaron unos días, hasta que vieron venir al Rey vestido de
gala. Le causó mucha sorpresa ver a los meízos convertidos en
güeyes. La niña le explicó que por distraídos habían comido uno
a destiempo del otro. El Rey venía a pedir la mano de la niña para
casarse con ella, y a los hermanos su permiso. La niña se sorprendió
tanto que no contestó nada. Tanto insistió el Rey, que ella le dijo
que le contestaría después. El Rey se jue. No quería hacer uso de
su poder sinó que la niña hiciera su voluntá.
La
niña conversó con sus hermanos. Ellos le aconsejaron que se casara
con el Rey, que era una suerte muy grande que él la quisiese hacer
reina. Ella les prometió que los llevaría al palacio y nunca los
abandonaría.
El
Rey, a los pocos días, volvió para saber la contestación. La niña
le dijo que se casaría con la condición de que llevaría los
güeycitos y que él tenía que prometer que no los iba a hacer
trabajar nunca. El Rey dio su palabra de que se haría todo lo que la
niña pedía, y se jue. Al día siguiente vino con una gran comitiva.
En un coche muy grande y hermoso iban él y la niña, y al lau los
güeycitos. Una vez en el palacio, hicieron el casamiento con una
fiesta que duró muchos días. Los güeycitos, los hermanitos de la
niña, quedaron muy cómodos en un galpón muy bien arreglado.
La
Reina y el Rey vivieron muy felices más de un año. La Reina tuvo un
niño varón. El Rey 'taba muy contento y cada vez la quería más a
su esposa.
Cuando
el niño tenía un año y medio, más u menos, le pasó una desgracia
a la Reina. Tenían una negra muy envidiosa, que le tenía envidia a
la Reina, porque era tan linda, y ella quería ser alguna vez reina.
La negra principió a buscar una trampa para hacer desaparecer a la
Reina sin que la descubrieran, y en eso encontró el remedio. Una vez
que el Rey con su comitiva salió a recorrer todos los dominios, y
que se demoraría un tiempo, quedó la Reina en la atención de la
negra perversa. Un día le dijo:
La
Reina que 'taba tan inocente de las picardías de la negra, le dijo
que güeno. La negra le hurgó el pelo un rato, para entretener a la
Reina, y cuando terminó de peinarla, le clavó en la cabeza con
tanta fuerza un alfiler de palomita, que le enterró entero el
alfiler. Entonce la Reina se hizo una palomita, y tomó vuelo al
campo.
La
negra corrió a la pieza de la Reina, se lavó y se jabonó con los
jabones de olor, se puso todos los polvos y perfumes de la Reina y
sus vestidos más lujosos. Se sentó en el rico sillón de la Reina
sin hacer notar a nadie que 'taba sola.
Al
otro día temprano se levantó y se largó a hacer juego y a hacer la
comida. Se puso a hacer una leche para el nene chico que lloraba di
hambre, porque todavía lo criaba la madre. Más tarde vino uno de
los negros, llamó a la puerta de la Reina y con el respeto de
siempre, preguntando si algo se le ofrecía a la Reina. Ella le
contestó si todavía no había venido la negra sirvienta, que a la
tarde se jue y no volvió, y que como los otros negros habían estado
de fiesta, que ella había tenido que andar en la cocina y que se
había quemado, y que se le había secado la leche para el nene.
Todos se pusieron muy afligidos de lo que le había pasado a la
Reina, por esa negra bandida.
El
Rey volvió al otro día. Salió la negra llorando y contandolé que
la negra sirvienta que tenía se le había mandau a mudar, y que del
dijusto que tuvo y que había tenido que ir a la cocina, se había
quemado y no tenía leche para el nene. El Rey se puso furioso con la
negra que le había hecho eso a la Reina, y que por ella la Reina
'taba tan negra, de quemada, y el niñito flaquito y que lloraba di
hambre todo el día.
Un
día le dijo la negra que se hacía la Reina, que había dispuesto
hacer trabajar los güeycitos, porque 'taban muy gordos y pensaba que
les podía hacer mal 'tar sin hacer nada, y podían morirse. El Rey
no dijo nada, puesto que ella lo ordenaba y eran sus hermanos. Y ya
mandó a los piones, a que pusieran a los güeycitos a un trabajo muy
pesado, de acarriar cal y piedra de arriba di un cerro.
Una
tarde, el Rey salió a caminar por los jardines, y se puso a
conversar con el hortelano, preguntandolé cómo le iba en sus
trabajos. Después de haber conversado un rato con el Rey, el
hortelano le contó que hacía unos días que venía una palomita
blanca, muy bonita, y se asentaba en un poste del jardín y se ponía
a conversar con él. El Rey se interesó mucho y le preguntó al
hortelano cómo era la conversación. Y el hortelano le dijo que
hablaba la palomita, y él le contestaba en esta forma:
-Jugando
y chanceando con su mujer.
El
Rey se puso muy intrigado, y le pidió al hortelano que se fijara
mucho si volvía esa palomita y que le pusiera pega y la agarrara. Y
así lo hizo. Al día siguiente volvió la palomita y con voz muy
triste le volvió a preguntar al hortelano, lo mismo del día
anterior, y el hortelano le contestó en igual forma:
Y
se jue a volar, pero quedó pegada de las patitas. Entonces el
hortelano corrió, y con todo cuidado la agarró, la sacó y se la
llevó al Rey.
El
Rey al ver una palomita tan preciosa la envolvió en un pañuelo de
seda, y la tenía en las faldas, acariciandolá. Cuando vino la
negra, al verla se puso lívida, y furiosa le dijo al Rey que para
qué tenía ese bicho arqueroso áhi, y que debía largarlo, que ese
animal debía ser brujo.
Pero
el Rey no le hizo juicio y siguió acariciandolá y sobandolé el
cuerpito. Cuando le empezó a pasar los dedos por la cabecita, le
notó el bordito; le sopló las plumitas para ver qué era. Le
encontró la cabeza de un alfiler que era en forma de palomita y se
la sacó de un tirón para que no sufriera. Y al momento, la palomita
se convirtió en la Reina, sentada en las faldas del Rey, y que se
puso a llorar de alegría.
El
Rey se puso tan contento que no sabía qué hacer, y la abrazó a la
Reina, también llorando. La Reina, entonce, contó lo que había
pasado con la negra y corrió a agarrar a su hijito, y a darle de
mamar. Y se jueron los dos ande 'taban los güeycitos trabajando y la
Reina los abrazó. Los güeycitos le lambían las manos y lloraban.
Inmediatamente los sacaron di áhi y los llevaron a su antigua casa y
los atendieron como antes.
La
negra, cuando se vio perdida, se quiso disparar, pero la agarraron
los otros negros. El Rey dio orden que le tuvieran cuidado. Al otro
día la ataron de las manos y de las piernas a cuatro potros
chúcaros, y los largaron al campo. Así la despedazaron y perdieron
sus cuartos, por los montes para castigo de su brujería y su maldá,
porque era bruja la negra.
Se
hicieron grandes fiestas. Y el Rey, la Reina, el niño y los
güeycitos vivieron muy felices muchísimos años.
Severo
Alcaraz, 66 años. La Cañada. Capital. San Luis, 1939.
El
narrador es un viejo campesino con cierto grado de cultura, dentro de
la rusticidad del medio.
Cuento
990. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 072
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