Un escultor afamado
extendió una invitación a un célebre pintor para que viniera a visitarlo. Cada
uno vivía en una localidad de la
India. El pintor aceptó la invitación y viajó hasta la casa
del escultor. Se saludaron muy cordialmente. Al llegar la noche, celebraron una
copiosa y sabrosa cena. Quien servía los platos era una bellísima mujer, a la
que, por cierto, el escultor había esculpido. El pintor, enseguida, se sintió
prendado por esa atractiva mujer, voluptuosa y sonriente. El escultor se
percató de ello y, alejándose unos minutos de la cena con una disculpa,
preparó una broma al pintor. En su cuarto, semioculta detrás de un biombo,
colocó la escultura, de tamaño natural, de la fascinante sirvienta.
Acabada la cena, ambos
hombres se despidieron. El pintor se dirigió a su habitación y se acostó.
Estaba apoyado sobre la almohada, pensando precisamente en los encantos de la
sirvienta, cuando la vio tras el biombo. Comenzó a latirle el corazón de
amoroso estremecimiento. ¡Qué dicha tenerla en la habitación! Se levantó y fue
hacia ella, en la semioscuridad. Cuando delicadamente cogió su mano, se llevó
un gran chasco al comprobar que era de madera. Al punto se dio cuenta de la
estratagema del escultor. Entonces preparó la suya. Se pintó a sí mismo, perfectamente,
sobre una de las pare-des de la habitación, representándose ahorcado, con los
pies en el aire, el rostro pálido y desencajado, la lengua fuera y los ojos
extraviados.
Por la mañana, a la hora
del desayuno, comprobando el dueño de la casa que su invitado no bajaba,
acudió a su habitación. Llamó a la puerta varias veces, pero nadie repondió.
Sigilosamente, el escultor abrió la puerta y, horrorizado, vio a su invitado
ahorcado. Comenzó a temblar presa de la angustia. En ese momento, sin querer
prolongar más la agonía del escultor, el pintor salió del armario en el que se
ocultaba y ambos hombres se abrazaron efusivamente. Comentaron que, del mismo
modo que se habían engañado, la vida era una engañosa función. Decidieron dejar
fama, honores y actividades sociales y se hicieron renunciantes en los
Himalayas, dispuestos a seguir la senda de la autorrealización hasta el final
de sus días.
El Maestro dice: En la cenagosa ruta del samsara (mundo fenoménico)
los engaños se suceden. Dirige tus pasos hacia la meta espiritual, porque
cuando llegue el momento de dejar esta envoltura fisica sólo contarás con el
Dharma (la enseñanza mística).
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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