Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 28 de junio de 2012

La muñeca parlante

El rey tenía una hija. Y a los aposentos de la prince­sa llegaba siempre un mendigo que solía decir siem­pre las mismas palabras:
-Dame alguna limosna. En premio a tu generosidad, te anuncio que, en el futuro, tendrás a un muerto por marido.
La niña se preguntaba por qué le decía siempre aque­llo. Y el mendigo lo siguió haciendo todos los días, du­rante doce años.
Un día el monarca se encontraba en el balcón y oyó al mendigo hacer su funesto augurio, por lo que le pre­guntó a su hija a qué se debía la profecía. Ella le res­pondía que le había venido anunciando lo mismo desde su niñez y que no sabía la causa. Al padre no le agradó aquello y temió que la extraña profecía se cumpliese, por lo que le dijo a la muchacha:
-Hija mía: no vas a estar siempre encerrada en este reino. Salgamos de él y dediquemos algún tiempo de nuestra existencia a viajar y a ver mundo.
Mandó a sus criados hacer sus equipajes y abandonó el palacio, acompa-ñado de toda su familia.
Mientras tanto, en un reino vecino, el príncipe here­dero contrajo una misteriosa enfermedad y pareció mo­rir. Sin embargo, los médicos y los astrólogos decreta­ron que su estado, semejante a la muerte, no duraría permanentemente, sino que al cabo de doce años volve­ría a la vida. Por ello, su padre, en lugar de incinerarlo como era costumbre, mandó construir una especie de palacete en las afueras de la ciudad y, tras colocar allí el cuerpo de su hijo, tapió todas las ventanas y cerró con va­rias cerraduras la puerta principal, en la que colocó un mensaje en el que se podía leer: "Un día llegará aquí una mujer casta que haya cumplido sus obligaciones con los dioses. Sólo ella podrá entrar en este palacete. Sólo al contacto de su mano se abrirá la puerta."
Poco después de ese acontecimiento llegaron a aquel lugar el rey y su hija, seguidos de todo su cortejo. Acamparon en las cercanías de la ciudad. La princesa se alejó de los demás para dar un paseo y llegó ante la puer­ta cerrada del palacete. La cerradura era de oro y bri­llaba en la distancia.
Se acercó a la puerta y puso la mano sobre la cerra­dura. En ese momento, ésta se abrió, permitiendo fran­quear la puerta. La princesa entró y, nada más hacerlo, la puerta se cerró a sus espaldas.
En el interior la muchacha encontró lo que parecía el cadáver de un hombre, sin embargo, visto más de cer­ca, daba la impresión de estar dormido. En derredor ha­bía provisiones y alimentos para doce años y todos los ar­tículos necesarios para la vida.
Recordó en aquel momento las palabras proféticas del mendigo y reconoció que no había podido escapar de su destino. Se acercó al cuerpo y levantó el velo que le cubría la cara. El rostro del muerto tenía una expre­sión de placidez.
"¿Qué he de hacer?", se preguntó la muchacha. "Al parecer me hallo encerrada para siempre con este hom­bre." Instintivamente comenzó a darle al cadáver un ma­saje en las piernas.
Entre tanto, en el bosque, la comitiva real estaba bus­cando a la princesa. El rey se hallaba desesperado y lla­maba a gritos a su hija. No se la halló, por lo que, tras va­rios días de intensa búsqueda, el rey dio a su hija por perdida y regresó desolado a su reino.
Dentro del palacete la princesa comenzó a efectuar las tareas que llevaría a cabo una esposa: limpiaba el lu­gar, bañaba y cuidaba del cuerpo yacente, cocinaba, ha­cía las ofrendas a los dioses y consideraba a aquella ha­bitación como su hogar. Así transcurrieron los años.
Durante el décimo año de su estancia en aquel lugar un grupo circense acampó en el bosque cercano. Una acróbata de la compañía, de nombre Malti, llegó por ca­sualidad el palacete e intentó encontrar una entrada. Finalmente, trepó al tejado.
La princesa se hallaba muy solitaria, tras tantos años de confinamiento. De repente, escuchó un ruido, miró hacia arriba y vio un rostro en uno de los tragaluces de la mansión.
-¿Quién eres? -le preguntó.
-Vengo con un grupo de acróbatas y nos hemos de­tenido en el bosque -fue la respuesta de Malti.
-¿Podrías entrar?
-La abertura es muy estrecha, pero lo intentaré.
Malti, con gran dificultad, consiguió adaptar su cuer­po al hueco del ventanuco y se descolgó en el interior de la sala. La princesa le contó su historia y, como la acró­bata era huérfana y estaba cansada de viajar de un pue­blo en otro, tomó la decisión de quedarse en aquel lu­gar.
Ahora la princesa tenía compañía y el tiempo trans­curría de una forma mucho más agradable. Así pasaron dos años más.
Un día, mientras la princesa se bañaba, escuchó a un pájaro que le habló desde la rama de un árbol que cre­cía junto al ventanuco.
-Ya han pasado doce años -le anunció el ave. Si al­guien arranca hojas de este árbol, las machaca en un mortero de plata y vierte el jugo en la boca del muerto, éste volverá a la vida.
La muchacha hizo lo que el pájaro decía y preparó el jugo en la manera indicada, recogiéndolo en una copa. Pero, antes de darle de beber al cadáver, decidió acabar su baño y sus oraciones rituales a los dioses.
La acróbata le preguntó qué era aquel brebaje y la princesa se lo explicó. Entonces, mientras ésta se dedi­caba con intensa concentración a sus oraciones, la acró­bata le abrió los labios al cadáver y vertió en ellos el con­tenido de la copa. En aquel momento, como por ensalmo, las puertas del recinto se abrieron, dejando entrar la luz del sol, y el príncipe se irguió, como si despertara de un sueño.
-¿Quién eres tú? -preguntó a Malti.
-Soy tu esposa -fue su respuesta.
El joven se hallaba muy agradecido a sus cuidados y aceptó a Malti como esposa.
En el instante en que la princesa acabó sus oraciones y salió del trance místico en el que se hallaba, vio a la pareja, diciéndose tiernas palabras de amor, y sintió una gran pesadumbre. Había cuidado al príncipe durante doce años y, finalmente, se quedaba sin recompensa. Pero no podía hacer sino aceptar su destino, por lo que bendijo a ambos y se dedicó a servirles y a hacerles la existencia más placentera, dentro de aquellas paredes.
No obstante, el príncipe comenzó a notar poco a poco diferencias entre ambas mujeres. A fin de cuentas, una era hija de un rey y la otra era una acróbata sin refina­miento, por lo que llegó al convencimiento de que algo no iba como debiera.
El príncipe tomó la decisión de marchar a la ciudad a traer víveres y objetos necesarios y preguntó a las mu­jeres qué deseaban que les trajera.
Malti, que echaba de menos la comida que solía to­mar en sus tiempos itinerantes, pidió que le consiguie­ra algunos vegetales y pan seco, lo que contrarió mucho al príncipe. Una mujer debe interesarse en ropas y joyas y no en pan seco. Preguntó entonces a la princesa.
-Todo lo que quiero -declaró- es un muñeca par­lante.
"¿Qué cosa más extraña!", pensó el joven.
Pero marchó a cazar y a la ciudad y, a su regreso, en­tregó a Malti los vegetales que había pedido y a la prin­cesa, la muñeca parlante.
Esa noche, después de que los tres hubieron cenado, la muñeca parlante comenzó a hablar y dijo:
-Cuéntame una historia.
La princesa le respondió:
-¿Qué historia podría contarte?
-Una que sea entretenida y extraña -contestó la mu­ñeca.
-Nada más extraño que mi propia vida, que se ha convertido en una verdadera historia de ficción.
-Cuéntame tu vida, entonces.
La joven narró lo que le había sucedido hasta el mo­mento, desde su niñez y la profecía del mendigo. En la habitación contigua, el príncipe estaba escuchándolo todo. Por fin, la princesa resumió su cuento:
-Dejé en aquel momento la copa de plata en la mesa, mientras acababa mi baño y mis oraciones, y Malti le dio su contenido al príncipe. Ella es ahora su esposa y yo me he convertido en una criada.
El príncipe se encolerizó a escuchar esto. Cogió un látigo y despertó a latigazos a la acróbata, a la que expulsó de la casa.
-¡Tú no eres mi esposa! -le gritó, iracundo. No has sido tú quien me ha cuidado durante todos estos años. ¡Fuera de mi vista!
Entonces entró y consoló a la princesa, que había sido su compañera durante doce años.
En aquel momento llegaron al palacete los dos reyes vecinos, padres de ambos, pues habían ya transcurrido los doce años prescritos. Llevaron a pareja al palacio, en donde ésta vivió feliz para siempre.

(Tradición popular de Karnâtaka)

Fuente: Enrique Gallud Jardiel

004. Anonimo (india),

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