Un acaudalado hombre de
negocios murió dejando una considerable fortuna. Sus dos hijos se la
repartieron por igual. Pero después de un tiempo se halló un paquetito que
había sido celosamente guardado por el difunto. Cuando abrieron el paquete,
encontraron dos sortijas. Una de ellas lucía un valioso diamante, en tanto que
la otra era simplemente de plata. El hermano mayor, nada más ver las sortijas,
comenzó a argumentar que probablemente pertenecían a los antepasados y por eso
el padre las guardaba celosamente, no formando parte de la herencia paterna.
«Como soy el primogénito -declaró lleno de avaricia, me corresponde en
justicia la sortija del diamante». «De acuerdo -repuso satisfecho el hermano
menor. Sé tú muy feliz con la sortija del diamante, que yo lo seré con la de
plata.»
Cada hermano se colocó en
el dedo la sortija correspondiente y cada uno de ellos emprendió su vida por
separado. Unos días después, el hermano menor, preguntándose por qué su padre
guardaría tan celosamente una sortija sin valor, comenzó a examinarla con
detenimiento y, al hacerlo, en su interior, pudo leer:
«Esto también cambiará»
«Bueno -se dijo, éste
debía ser el mantra de mi padre.» Transcurrió el tiempo. La vida siguió su curso
para ambos hermanos, con sus inevitables fluctuaciones. Vinieron los buenos y
los malos momentos; las favorables y desfavorables situaciones; el placer y el
dolor. Los cambios de la vida comenzaron a desequilibrar al hermano mayor, que
se exaltaba fácilmente cuando las circunstancias eran favorables y se deprimía
cuando eran adversas. Todo le causaba desequilibrio, de tal modo que tuvo que
comenzar a tomar somníferos, a visitar psiquiatras, a someterse a las más
variadas terapias y a soportar la insania de la mente. ¿De qué le servía la
valiosa sortija de diamantes?
El tiempo huye. Discurría
como un río serpenteante la vida del hermano pequeño. También había momentos
buenos y momentos malos; alegrías y sufrimientos; situaciones plácidas y
situaciones dolorosas. Pero siempre tenía presente la inscripción de la sortija
de plata «Esto también cambiará.» De ese modo mantenía una actitud ecuánime y
equilibrada, el ánimo siempre presto y la mente firme. No se apegaba a lo
placentero y no tenía avérsión a lo desagradable. «Esto también cambiará.» No
se exaltaba y no se deprimía. Estaba siempre en paz consigo mismo, pacífico y
contento, fluyendo en armonía.
El Maestro dice: No te aferres al disfrute; no odies el
dolor. Mantén la mente firme ante el placer y ante el sufrimiento, el encuentro
y la pérdida, el triunfo y la derrota, el halago y el insulto. «ESTO TAMBIÉN
CAMBIARÁ.»
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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