Un hombre tenía una vaca.
En verdad que era una vaca hermosa, de extra-ordinaria presencia. Era capaz de
acumular en sus ubres una gran cantidad de leche y no había vaca en toda la
localidad que diera su alimento con tanta generosidad. Realmente era portentosa
la cantidad de leché que podía dar, por lo que todos los habitantes de la
localidad comenzaron a elogiar a la vaca y a hablar de su sorpren-dente capacidad
de dar leche. Todo el mundo envidiaba al propietario de tan fabuloso animal;
las mujeres comentaban con asombro el prodigio; los padres hablaban a sus
hijos de qué fortuna sería con-seguir una vaca así; el alcalde y los concejales
comentaban qué gran cosa sería contar en el pueblo con varias vacas semejantes;
los sacerdotes daban gracias a Shiva por el portento; los propietarios de otras
vacas se desmo-ralizaban al comprobar la cantidad mínima de leche que daban sus
vacas en comparación con la vaca prodigiosa. Así, la vaca se convirtió en una
obsesión para todos los habitantes de la localidad. Ella era causa de admiración
desmesurada, envidias, discusiones, lamentos y peleas.
El dueño de la vaca era
un hombre poco comunicativo. Veía lo que pasaba y callaba. Sólo él sabía que
su vaca, tras llenar un barreño de leche, siempre lo coceaba y tiraba la misma
por el suelo. Nadie había reparado en el proceder de la vaca; por ello sólo
estaban obsesionados con la cantidad de leche que daba.
El Maestro dice: A menudo el apego impide la visión amplia y
esclarecida.
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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