Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 28 de junio de 2012

Las vidas sucesivas


En la falda de los Himalaya está el país de Cachemira, la joya en la corona del mundo, hogar de las artes y de las ciencias. Kanakaksh reinaba en la ciudad de Hiranyapur. Hizo innumerables ofrendas al dios Shiva, que le concedió un hijo, al que llamó Hiranyaksh.
Un día el príncipe se encontraba jugando a la pelota en los jardines de palacio y, para divertirse, arrojó la bola contra una asceta, de nombre Shanta, que pasaba por el lugar. La mujer tenía poderes mágicos, obtenidos tras arduas penitencias, y no se enfadó por este gesto del jo­ven. Se rió y dijo:
-Eres un muchacho insolente y arrogante, no cabe duda. Pero, ¿qué sería de ti si tuvieses a Mriganka por es­posa?
Este comentario intrigó a Hiranyaksh. Pidió perdón a la mujer y luego le preguntó:
-¿Quién es esa Mriganka de quien habláis?
-En los Himalaya -explicó Shanta- mora el rey de los seres semi-divinos denominados vidyadhar, los músicos celestiales. Mriganka es su hija y es de una belleza in­comparable. Su hermosura sin igual mantiene despier­tos a todos los jóvenes de su raza; nadie puede hallar re­poso después de haberla visto: tal es el efecto que produce sobre los hombres. Pero, aun así, creo que sería para ti la esposa idónea.
Hiranyaksh quedó intrigado por estas palabras.
-Dime, pues, cómo puedo conseguirla, ya que tantos otros la cortejan.
-Déjalo de mi cuenta -dijo la mujer. Yo hablaré con ella y le transmitiré tu interés por conocerla. Después volveré por ti y te llevaré a su lado. Mañana al amanecer me podrás encontrar en el templo de Shiva que hay jun­to al río y que yo visito a diario.
La asceta hizo en aquel momento uso de sus poderes y echó a volar en dirección a los Himalaya.
Shanta elogió largamente las virtudes y cualidades de Hiranyaksh en presencia de Mriganka y pronto ésta estuvo ansiosa de conocerle.
-¿Cómo podré yo conseguir un marido como el que me describes? -inquirió la ninfa celestial. Mi existen­cia se desperdiciará si no lo logro.
De esta manera el amor penetró en el corazón de Mriganka, quien pasó toda la noche hablando con Shanta de este tema.
Mientras tanto, por su parte, Hiranyaksh tampoco pensaba en otra cosa. Una noche, el joven tuvo una vi­sión. La misma diosa Párvati se presentó ante él y le dijo:
-No sufras por la desigualdad que supones entre tú y tu amada, pues tú eres, en realidad, también un vidyadhar, un ser semidivino. Si te hallas ahora en forma de mor­tal es debido a la maldición de un santón. Pero conse­guirás librarte de esta maldición cuando te toque la mano de una asceta. Entonces podrás desposarte con Mriganka. Debes saber, además -prosiguió la diosa, ante el estupor de Hiranyaksh, que ella fue ya tu esposa en una encar­nación anterior.
Dicho esto, la diosa desapareció y, cuando el prínci­pe despertó de su sueño, se sintió tocado por la gracia di­vina y marchó de inmediato a efectuar un baño ritual y una ofrenda a Párvati. Después se encaminó al templo de Shiva y rezó fervorosamente, mientras esperaba el re­greso de Shanta.
Por su parte, en su palacio, también Mriganka dor­mía. La diosa se presentó asimismo ante ella y le habló de Hiranyaksh y de su verdadera naturaleza. Pero la tran­quilizó, diciendo:
-No te apenes. La maldición que pesa sobre Hiranyaksh va a llegar a su fin y, cuando le toque la mano de una asceta, se convertirá en un vidyadhar, como tú.
Mriganka se despertó por la mañana y comunicó en seguida su sueño a Shanta. Ésta volvió a surcar los aires y se encaminó al templo, donde Hiranyaksh la espera­ba.
-Ven conmigo al mundo de los seres celestiales -le dijo, invitándole.
El príncipe se inclinó ante ella en señal de respeto y la santa mujer le tomó en los brazos y emprendió el vue­lo.
En aquel mismo instante finalizó la maldición que pesaba sobre Hiranyaksh, quien recobró su naturaleza ori­ginal y recordó de manera instantánea sus vidas pasa­das.
-Ahora sé verdaderamente quién soy -comunicó a la asceta, mientras ambos surcaban los aires. Yo era rey en el país de los vidyadhar. Mi nombre era Amritatejas. Un santón me maldijo por no tener con él los debidos respetos y me convirtió en hombre, haciéndome nacer en el mundo de los humanos, en el que debía permanecer hasta entrar en contacto con tu mano. Mi esposa, deso­lada, murió de pesar cuando sucedió esto y ahora ha re­encarnado en la forma de Mriganka. Ya la amaba antes y, por ello, también la amo ahora. Condú-ceme a su lado, ¡oh, amiga y bienhechora!, pues ya que ha acabado la maldición que pesaba sobre mí, quiero no separarme nunca más de mi amada.
Llegaron a los Himalaya y Hiranyaksh divisó a la jo­ven en su jardín y observó que su belleza era tal como Shanta le había descrito. Los dos jóvenes se habían ena­morado sin haber llegado a verse en persona.
En el momento en que hubieron llegado, la asceta se dirigió a Mriganka.
-Hija mía -le dijo. Habla en este momento con tu padre y cuéntale lo sucedido, para que pueda tener lugar vuestro enlace.
La joven bajó los ojos, ruborizada, y marchó a hablar con su progenitor. Pero no hicieron falta explicaciones, porque la compasiva diosa Párvati le había visitado asi­mismo a él en sueños, por lo que dio la bienvenida a Hiranyaksh y organizó los desposorios de los dos jóve­nes, que gozaron desde entonces de felicidad duradera.
Las acciones pasadas determinan nuestro destino y pueden hacernos conseguir hasta lo que parece más inal­canzable.

(Del Kathâsaritasâgara de Somadeva)

Fuente: Enrique Gallud Jardiel

004. Anonimo (india),

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