En la falda de los
Himalaya está el país de Cachemira, la joya en la corona del mundo, hogar de
las artes y de las ciencias. Kanakaksh reinaba en la ciudad de Hiranyapur. Hizo
innumerables ofrendas al dios Shiva, que le concedió un hijo, al que llamó
Hiranyaksh.
Un día el príncipe se
encontraba jugando a la pelota en los jardines de palacio y, para divertirse,
arrojó la bola contra una asceta, de nombre Shanta, que pasaba por el lugar. La
mujer tenía poderes mágicos, obtenidos tras arduas penitencias, y no se enfadó
por este gesto del joven. Se rió y dijo:
-Eres un muchacho
insolente y arrogante, no cabe duda. Pero, ¿qué sería de ti si tuvieses a
Mriganka por esposa?
Este comentario intrigó a
Hiranyaksh. Pidió perdón a la mujer y luego le preguntó:
-¿Quién es esa Mriganka
de quien habláis?
-En los Himalaya -explicó
Shanta- mora el rey de los seres semi-divinos denominados vidyadhar, los músicos celestiales. Mriganka es su hija y es de una
belleza incomparable. Su hermosura sin igual mantiene despiertos a todos los
jóvenes de su raza; nadie puede hallar reposo después de haberla visto: tal es
el efecto que produce sobre los hombres. Pero, aun así, creo que sería para ti
la esposa idónea.
Hiranyaksh quedó intrigado
por estas palabras.
-Dime, pues, cómo puedo
conseguirla, ya que tantos otros la cortejan.
-Déjalo de mi cuenta
-dijo la mujer. Yo hablaré con ella y le transmitiré tu interés por conocerla.
Después volveré por ti y te llevaré a su lado. Mañana al amanecer me podrás
encontrar en el templo de Shiva que hay junto al río y que yo visito a diario.
La asceta hizo en aquel
momento uso de sus poderes y echó a volar en dirección a los Himalaya.
Shanta elogió largamente
las virtudes y cualidades de Hiranyaksh en presencia de Mriganka y pronto ésta
estuvo ansiosa de conocerle.
-¿Cómo podré yo conseguir
un marido como el que me describes? -inquirió la ninfa celestial. Mi existencia
se desperdiciará si no lo logro.
De esta manera el amor
penetró en el corazón de Mriganka, quien pasó toda la noche hablando con Shanta
de este tema.
Mientras tanto, por su
parte, Hiranyaksh tampoco pensaba en otra cosa. Una noche, el joven tuvo una visión.
La misma diosa Párvati se presentó ante él y le dijo:
-No sufras por la desigualdad
que supones entre tú y tu amada, pues tú eres, en realidad, también un vidyadhar, un ser semidivino. Si te
hallas ahora en forma de mortal es debido a la maldición de un santón. Pero
conseguirás librarte de esta maldición cuando te toque la mano de una asceta.
Entonces podrás desposarte con Mriganka. Debes saber, además -prosiguió la
diosa, ante el estupor de Hiranyaksh, que ella fue ya tu esposa en una encarnación
anterior.
Dicho esto, la diosa
desapareció y, cuando el príncipe despertó de su sueño, se sintió tocado por
la gracia divina y marchó de inmediato a efectuar un baño ritual y una ofrenda
a Párvati. Después se encaminó al templo de Shiva y rezó fervorosamente,
mientras esperaba el regreso de Shanta.
Por su parte, en su
palacio, también Mriganka dormía. La diosa se presentó asimismo ante ella y le
habló de Hiranyaksh y de su verdadera naturaleza. Pero la tranquilizó,
diciendo:
-No te apenes. La
maldición que pesa sobre Hiranyaksh va a llegar a su fin y, cuando le toque la
mano de una asceta, se convertirá en un vidyadhar,
como tú.
Mriganka se despertó por
la mañana y comunicó en seguida su sueño a Shanta. Ésta volvió a surcar los
aires y se encaminó al templo, donde Hiranyaksh la esperaba.
-Ven conmigo al mundo de
los seres celestiales -le dijo, invitándole.
El príncipe se inclinó
ante ella en señal de respeto y la santa mujer le tomó en los brazos y
emprendió el vuelo.
En aquel mismo instante
finalizó la maldición que pesaba sobre Hiranyaksh, quien recobró su naturaleza
original y recordó de manera instantánea sus vidas pasadas.
-Ahora sé verdaderamente
quién soy -comunicó a la asceta, mientras ambos surcaban los aires. Yo era rey
en el país de los vidyadhar. Mi
nombre era Amritatejas. Un santón me maldijo por no tener con él los debidos
respetos y me convirtió en hombre, haciéndome nacer en el mundo de los humanos,
en el que debía permanecer hasta entrar en contacto con tu mano. Mi esposa,
desolada, murió de pesar cuando sucedió esto y ahora ha reencarnado en la
forma de Mriganka. Ya la amaba antes y, por ello, también la amo ahora.
Condú-ceme a su lado, ¡oh, amiga y bienhechora!, pues ya que ha acabado la
maldición que pesaba sobre mí, quiero no separarme nunca más de mi amada.
Llegaron a los Himalaya y
Hiranyaksh divisó a la joven en su jardín y observó que su belleza era tal
como Shanta le había descrito. Los dos jóvenes se habían enamorado sin haber
llegado a verse en persona.
En el momento en que
hubieron llegado, la asceta se dirigió a Mriganka.
-Hija mía -le dijo. Habla
en este momento con tu padre y cuéntale lo sucedido, para que pueda tener lugar
vuestro enlace.
La joven bajó los ojos,
ruborizada, y marchó a hablar con su progenitor. Pero no hicieron falta
explicaciones, porque la compasiva diosa Párvati le había visitado asimismo a
él en sueños, por lo que dio la bienvenida a Hiranyaksh y organizó los
desposorios de los dos jóvenes, que gozaron desde entonces de felicidad
duradera.
Las acciones pasadas
determinan nuestro destino y pueden hacernos conseguir hasta lo que parece más
inalcanzable.
(Del Kathâsaritasâgara de Somadeva)
Fuente: Enrique Gallud Jardiel
004. Anonimo (india),
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