Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 28 de junio de 2012

La magia de los pintores

La princesa Palvi, bella e inteligente, tenía una parti­cular afición: gustaba sobremanera de cazar en los bosques. Un día, en mitad de una cacería, extravió su camino y se encontró sola en medio de la espesura. Trepó a un árbol, para ver si divisaba a sus compañeros en la distancia, pero lo único que alcanzó a ver fue que había un gran fuego en el bosque.
Contempló cómo las llamas lamían los árboles y cómo los animales huían despavoridos para protegerse. Vio en aquel momento cómo una pareja de gansos luchaba de­nodadamente por proteger a sus crías. Volaban de un lado a otro, pero iban a tener gran dificultad en salvar su nido. Cuando el fuego se acercó, el macho escapó vo­lando, en un intento desesperado de salvar su vida, aban­donando al resto de su familia. La hembra, por el con­trario, protegió con su cuerpo a sus pequeñuelos y murió abrasada junto a ellos.
En el momento en que el fuego hubo cesado, la prin­cesa bajó del árbol en el que se encontraba y, mientras regresaba a su palacio, se fue haciendo las siguientes re­flexiones:
"¡Qué seres tan egoístas son los varones! Sean hu­manos o bestias, son todos iguales. No se puede confiar en ellos. No quiero saber nada de ninguno de ellos en toda mi existencia."
Y decidió que nunca contraería matrimonio.
A partir de aquel día la princesa mostró siempre un rostro grave, trató mal a todos los hombres y anunció al rey, su padre, su propósito de permanecer soltera. Sus padres estaban consternados por esta decisión, pero no pudieron hacer nada por variarla, pues Palvi tenía un carácter firme y decidido.
Un día llegó al palacio un pintor muy conocido y rea­lizó algunas bellas obras decorativas en las paredes. Cuando ya se disponía a marchar, vio pasar fugazmen­te a la princesa y, al contemplar la belleza de Palvi, tomó la decisión de pintarla. Tuvo que rogar mucho para que ella consintiera en posar, mas al final lo logró. Pero cuan­do hubo terminado el cuadro, en lugar de hacerlo colo­car en palacio, lo tomó para sí y abandonó la ciudad.
El pintor visitó otra corte y le vendió el cuadro al so­berano, quien lo mandó colocar en la sala principal de su palacio, Allí, todos los cortesanos lo admiraron y se pre­guntaron quién sería la joven tan bella que en él se re­trataba.
El príncipe Vikram, que regresaba entonces de un via­je de recreo, contempló la pintura y quedó al instante prendado de la princesa; pero nadie supo decirle quién era la bella joven ni dónde podría encontrarla.
El príncipe cayó en aquel momento en una profunda depresión, dejó de comer y abandonó sus ocupaciones. Su padre, intentando animarle, probó toda suerte de co­sas, pero todo fue en vano. Mandó entonces a buscar al pintor, pero éste ya había abandonado la ciudad. Nadie podía decir quién era aquella princesa.
El estado de ánimo del príncipe Vikram empeoraba por momentos y, en un rapto de ira, tras una discusión con el ministro del reino, el príncipe le mandó ajusticiar.
La palabra del príncipe era ley en aquel lugar y ni si­quiera su padre, el rey, osaba contrariar aquella orden. Sin embargo, se le dio tiempo al ministro para que, an­tes de morir, pudiera arreglar sus asuntos familiares y dejar en orden los de gobierno.
La hija menor del ministro, una avispada joven lla­mada Girija y hábil también con los pinceles, decidió en­tonces salvar por cualquier medio a su padre del peligro en el que se encontraba. Pidió una audiencia al prínci­pe Vikram y le convenció para que retrasara la ejecución del ministro mientras ella intentaba encontrar a la mu­chacha del cuadro, origen de su pena.
Vikram concedió el aplazamiento, con la esperanza de que Girija pudiera encontrar a la mujer del cuadro. La jo­ven mandó realizar una copia del retrato de Palvi y, dis­frazada de hombre, partió del reino y viajó durante meses por distintos lugares, determinada a salvar a su padre.
Mostró la copia del cuadro de reino en reino, mas na­die pudo identificar a la mujer. Un año transcurrió an­tes de que la reconocieran, en un reino lejano. Sí, le di­jeron, la mujer del cuadro es nuestra princesa, es "la princesa que nunca se casará".
Quiso saber Girija el porqué de este apelativo, pero no le pudieron contestar; nadie sabía la causa de la aver­sión de la princesa por los hombres.
La joven quedó desconsolada. ¿Cómo podría con­vencer a Palvi de que aceptase a Vikram como marido, sin conocerle, habida cuenta de su aversión al matri­monio?
Sin embargo, Girija no desfalleció. Alquiló una casa cercana al palacio y estableció allí un taller de pintura. Diariamente colocaba su caballete en el patio y pintaba diversos cuadros, hasta que consiguió que su fama llegase a oídos del monarca, quien la llamó a palacio para que le mostrara sus lienzos. Al rey le gustó lo que vio e invi­tó a Girija, que seguía en su atuendo masculino, a que pin­tase unos frescos para el palacio que estaba constru­yendo para Palvi.
Girija hizo lo que se le pedía y decoró las paredes del nuevo palacio con toda suerte de paisajes, animales, di­seños florales y geo-métricos pero, sobre todos, con be­llas escenas de amor y de amantes tomadas del folklore del país y de la mitología.
Todas las mujeres del palacio acudieron un día a con­templar las pinturas y la hija del ministro consiguió que se confiaran a ella y le contasen la razón del desprecio de Palvi por los hombres. Supo así del episodio del fue­go y los gansos.
Entonces Girija tomó la decisión de emplear su arte para resolver de una vez por todas aquella situación. Comenzó a pintar en las paredes del palacio escenas que mostraban lo opuesto a la impresión que Palvi tenía de los hombres. En aquellas historias se hablaba de la infi­delidad de las mujeres y de las virtudes de los hombres. Y cuidó de que todos hombres honestos, valientes y he­roicos que pintaba tuvieran un sospechoso parecido con el príncipe Vikram.
Cuando el palacio estuvo totalmente decorado, la prin­cesa Palvi acudió a contemplarlo y quedó muy grata­mente impresionada por lo que vio, especialmente por una escena en donde se veía a un apuesto príncipe jun­to a dos antílopes. Quiso saber cuál era el significado de aquella escena.
-Princesa -contestó Girija-, este fresco muestra una es­cena verdadera, algo que le sucedió realmente a un prín­cipe de mi reino. Se encontraba cazando en el bosque, cuando se produjo un incendio y en él vio a un antílope macho que protegía a sus crías con su vida, mientras las hembras corrían despavoridas, abandonándolas. Produjo esto tan honda impresión en él que, desde en aquel mo­mento, odia a las mujeres y ha jurado que nunca se ca­sará. Esta decisión causa gran pena a nuestro anciano rey, que no tiene más herederos, pero nada puede hacer contra la voluntad firme y decidida del príncipe.
-¡Qué extraño es eso que me cuentas! -repuso Palvi-. ¿Pueden ser fieles los hombres e infieles las mujeres? Yo siempre pensé lo contrario, mas si he de creer tus pala­bras, entonces todos los asuntos tienen dos caras dis­tintas. Quizá tomé una decisión precipitada tras con­templar solamente un rostro de la realidad. Convendría que pusiera ahora en orden mis ideas.
-Me alegra oíros decir eso, princesa -afirmó la hija del ministro-. Pero más me gustaría que fuera nuestro príncipe el que cambiara de opinión. Desgracia-damente él es mucho más obstinado que vos.
-Alguien debería hacerle ver la otra cara de la reali­dad -observó la princesa-. Y quizá así variara de pare­cer. De la misma manera que yo he aprendido de su ex­periencia, él podría también aprender de la mía. Cuando le veas, cuéntale todo esto y observa si le hace cambiar de opinión.
-Así lo haré, princesa -aseguró Girija, llena de rego­cijo.
Desde aquel día todos en el reino supieron que la prin­cesa Palvi había superado su aversión por los hombres y muchos pretendientes comenzaron a llegar al reino, atraídos por su belleza. Su padre, el rey, estaba muy con­tento. Pero, aunque la princesa no mostraba ya desdén por el sexo masculino, no hallaba de su gusto a ningu­no de aquellos que pretendían su mano. Pasaba todo el tiempo en su nuevo palacio, contemplando los retratos de las paredes y hablando con Girija del príncipe.
La hija de ministro, sabiamente, contó a Palvi toda suerte de anécdotas que realzaban las virtudes de Vikram, hasta que un día la princesa no pudo contenerse y qui­so conocerle en persona.
Girija mandó avisó a su reino de la nueva situación y el príncipe Vikram llegó allí a los pocos días, seguido de una espléndida comitiva que asistió, al poco tiempo, a las bodas de Palvi y Vikram.
Un final feliz debido al arte de los pinceles.

(Tradición popular de Gujarat)

Fuente: Enrique Gallud Jardiel

004. Anonimo (india),

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