¡Crash!
¡Clum! ¡Cataclum! En el patio de la granja se oyó un gran
estruendo. Rosa se sentó en la cama y se abrazó al conejo Tito.
-¿Qué
es lo que pasa? -preguntó en voz alta.
Cuando
se asomó por la ventana vio algo asombroso. José, uno de los
empleados, estaba dando vueltas con la excavadora amarilla y cavando
grandes agujeros en el patio. La excavadora cogió con su pala un
montón de piedras, dio la vuelta y las dejó caer ruidosamente
sobre un montón de escombros. Rosa bajó tan rápido que casi
tropezó con el perro Charly.
-¡José
está derribando la casa! -gritó.
-No
te preocupes Rosa -le dijo papá. Estamos poniendo hormigón nuevo en
el patio y por eso José está arrancando el pavimento viejo. Vístete
y ponte las botas, que tengo un trabajo para Dani y para ti.
Afuera,
la excavadora seguía moviéndose adelante y atrás.
-Cómo
me gustaría poderla conducir -suspiró Dani.
-Todo
a su debido tiempo -contestó papá. Ahora quiero que vayáis a la
entrada y esperéis a que venga el camión del hormigón. Cuando
llegue, le abrís la puerta para que pueda entrar en el patio.
Los
niños salieron corriendo.
-¡Ya
lo veo! -chilló Rosa, de pie junto a la entrada.
Entre
los dos abrieron la verja para que pasara un enorme camión azul. El
conductor los saludó al pasar. El camión se detuvo en el patio,
pero el depósito del hormigón siguió dando vueltas con gran
estruendo.
-¿Por
qué no se para? -preguntó Rosa.
-Porque
cuando el hormigón se queda quieto, se pone duro -respondió papá.
-¿Y
ahora, qué va a pasar? -preguntó Rosa, muy interesada.
El
conductor movió una palanca y empezó a verter el hormigón. Papá y
José extendieron la mezcla pegajosa y espesa por el patio.
-No
piséis el hormigón hasta que se seque -dijo papá.
Papá
y José se metieron en casa u tomar un refresco mientras Rosa y Dani
contemplaban el patio liso y brillante.
-¿Cuándo
estará seco? -preguntó Rosa, pinchándolo con un palito.
-Mañana
-le contestó Dani con una gran sonrisa.
-Me
gustaría chapotear en el hormigón. ¿A ti no? -dijo Rosa.
José
salió de casa y puso en marcha la excavadora. Con el ruido
repentino, el gato Michi dio un salto, asustado.
-¡No!
-gritó Dani. ¡Agárralo, deprisa!
Rosa
lo intentó agarrar, pero Michi iba demasiado rápido y cruzó el
patio a toda velocidad, dejando un largo reguero de huellas de patas
en el hormigón húmedo. Charly se puso a ladrar como un loco y salió
corriendo detrás de él. Los niños contemplaron horrorizados como
Charly caía estrepitosamente en el hormigón húmedo. Con un
habilidoso salto, Michi se subió al tonel del agua, mientras Charly
derrapaba y se hundía con las patas en la espesa mezcla gris. Dio
cautelosamente un par de pasos más y luego se quedó quieto, mirando
con cara de asombro.
-Vamos
a tener problemas -dijo Dani, preocupado.
Cuando
papá salió de casa, se enfadó muchísimo.
-¿Quién
ha dejado que los animales salieran al patio? ¡Mirad el hormigón!
Charly
gimió e intentó mover la cola.
-Lo
siente mucho -dijo Rosa, tirando a papá de la manga. ¿Se va a tener
que quedar ahí hasta que se seque?
-Si
lo dejamos ahí no lo podremos sacar nunca -le contestó Dani.
Entonces,
a José se le ocurrió una idea. Volvió a poner en marcha el motor
de la excavadora y la arrimó a la orilla del patio. Alargó el brazo
de la excavadora g acercó la pala a Charly todo lo que pudo.
-¡Vamos,
Charly, salta adentro! -gritó. Pero Charly no hizo caso.
Rosa
tuvo otra idea. Fue a buscar las galletas favoritas de Charly y las
puso en la pala de la excavadora. El perro las olfateó y se subió
con cuidado. Todos contuvieron la respiración.
-iAllá
vamos! -gritó José. Levantó lentamente el brazo de la excavadora
y
Charly empezó a ladrar como un loco.
-Estate
quieto -le ordenó Rosa.
Por
una vez, Charly hizo lo que le decían. Cuando la pala descen-dió,
se bajó de un salto y se sacudió, salpicándolos a todos de cemento
húmedo. A todo el mundo le dio la risa, incluso a papó.
-¡Qué
sucio estás! -dijo Dani cuando Charly saltó a lamerle la cara.
-Lavadle
las patas antes de entrar en casa -dijo papó.
-A
mí me gusta más el patio lleno de huellas. ¿Puedo poner mi huella
yo también? -le dijo Rosa a papó bajito al oído.
-Bueno,
podríamos poner todos nuestras huellas antes de que se seque
-respondió éste con una sonrisa.
Rosa
aplaudió y fue corriendo a buscar a mamá y al conejo Tito. Todo el
mundo puso sus huellas en el hormigón húmedo. Las del conejo Tito
eran las más pequeñas y las de José las más grandes. Después
todos escribieron sus iniciales junto a las huellas.
-Ha
sido un rescate estupendo.
De
mayor quiero ser conductor de excavadora -dijo Dani a José.
-Y
yo seré veterinaria -dijo Rosa, abrazando a Charly.
-Vamos
-dijo mamá, riéndose. Me parece que es hora de que bañemos a este
perro travieso.
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anonimo cuento - 061
Muy entretenido. Aun más el final
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