¡Pobre
princesa Perla! No dejaba de llorar. Un día, lloraba de pena porque
alguien la había tratado mal. Otro, de alegría porque alguien había
sido amable.
Muy
pronto, todos se hartaron de la princesa, lo que aumentó aún más
las lágrimas de la pobre Perla.
Cuando
dejaba de llorar, sin embargo, tocaba la trompeta. Un día, conmovida
por la melodía, estalló en sollozos.
De
repente, apareció ante ella un enanito.
-¿Quién
eres? -preguntó ella.
-Soy
el enano que no sabe llorar. ¿Puedes darme algunas de tus lágrimas?
-¡Claro!
-respondió Perla.
El
enanito pronunció una fórmula mágica y, a partir de aquel día, la
princesa lloró la mitad que antes.
Todos,
a su alrededor, se sintieron muy aliviados.
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anonimo cuento - 063
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