Heidi
vivía en Suiza. Era una niña que cuidaba los rebaños de su padre.
Un día, olvidó su cantimplora. Se moría de sed, pero el río
quedaba muy lejos.
-¡Dios
mío! -suspiró. No hay nada para beber y ¡tengo tanta sed!
En
aquel preciso instante, vino una vaca a lamerle la cara, como
diciendo: «Yo puedo darte de beber.»
-¡Claro!
-exclamó ella, ordeñando un poco de leche. ¡Me encanta la leche
fresca!
«¡Qué
curioso! -pensó. Las cosas más evidentes son las que menos
apreciamos.»
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anonimo cuento - 063
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