Érase
una vez una joven que se enamoró perdidamente de un soldado. Pero,
cuando le pidió que se casara con ella, él respondió que no podía,
pues no tenía abrigo. Ella, entonces, le regaló uno.
Volvió
a pedirle que se casara con ella. Pero él se excusó diciendo que no
tenía calcetines. Entonces, ella le regaló unos.
Una
vez más, le hizo la misma pregunta. Esta vez, no tenía sombrero,
guantes, pantalones. Y ella le iba regalando lo que le faltaba.
Ahora,
el soldado ya estaba bien vestido.
-¡Soldado!
¡Soldado! -le dijo. ¿Te casarás ahora conmigo?
A
lo cual el soldado respondió:
-¡No!
¡No puedo casarme contigo! ¡Mi mujer me espera en casa!
Y,
dicho esto, se marchó.
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anonimo cuento - 063
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