Santiago
era el más perezoso del pueblo. Dormía todo el día junto al fuego.
Sólo se despertaba para comer lo que su madre le preparaba y después
se dormía otra vez.
Su
pobre madre ya no podía más y lo echó de casa, dándole unos panes
y unas uvas.
Y
Santiago marchó a buscar fortuna a la capital. Por el camino, se
encontró con una viejecita hambrienta con la que compartió sus
panecillos. En agradecimiento, la viejecita le dio un puñado de
polvos mágicos. Cuando echara estos polvos a una persona, esta se
haría diez veces más grande.
Santiago
emprendió de nuevo su camino y, llegado a la ciudad, preguntó el
camino del palacio del rey.
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anonimo cuento - 063
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