Todos
los años, el mismo día, la feria se instalaba en el pueblo. Cuando
las casetas y las atracciones apenas estaban montadas, Marcelino
corría hacia la gran noria. Tenía el dinero justo para dar cinco
vueltas. Su padre y su madre le habían dado para dos, su tío y su
tía para otras dos. Y él siempre se las arreglaba para añadir una.
Este
año, sin embargo, había ahorrado más, lo suficiente para dar diez
viajes en la noria. Disfrutó mucho de los cinco primeros. En el
sexto, empezó a encontrase mal. En el séptimo, se puso verde. En el
octavo, estaba enfermo de verdad.
Decidió
no dar ninguno más. Cuando el dueño de la noria le preguntó por
qué, él sonrió con desgana:
-¡No
se debe abusar de lo bueno! ¡Acabo de comprobarlo! -explicó.
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anonimo cuento - 063
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