Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 21 de octubre de 2012

La pobre viejecita


Érase una viejecita
sin nadita que comer
sino carnes, frutas, dulces,
tortas, huevos, pan y pez.
Bebía caldo, chocolate,
leche, vino, té y café,
y la pobre no encontraba
qué comer ni qué beber.
Y esta vieja no tenía
ni un ranchito en qué vivir
fuera de una casa grande
con su huerta y su jardín.
Nadie, nadie la cuidaba
sino Andrés y Juan y Gil
y ocho criadas y dos pajes
de librea y corbatín.
Nunca tuvo en qué sentarse
sino sillas y sofás
con banquitos y cojines
y resorte al espaldar.
Ni otra cama que una grande
más dorada que un altar,
con colchón de blanda pluma,
mucha seda y mucho holán.
Y esta pobre viejecita
cada año hasta su fin,
tuvo un año más de vieja
y uno menos que vivir.
Y al mirarse en el espejo
la espantaba siempre allí
otra vieja de antiparras,
papalina y peluquín.
Y esta pobre viejecita
no tenía qué vestir
sino trajes de mil cortes
y de telas mil y mil.
Y a no ser por sus zapatos
chanclas, botas y escarpín,
descalcita por el suelo
anduviera la infeliz.
Apetito nunca tuvo
acabando de comer,
ni gozó salud completa
cuando no se hallaba bien.
Se murió de mal de arrugas,
ya encorvada como un 3,
y jamás volvió a quejarse
ni de hambre ni de sed.
Y esta pobre viejecita
al morir no dejó más
que onzas, joyas, tierras, casas,
ocho gatos y un turpial.
Duerma en paz, y Dios permita
que logremos disfrutar
las pobrezas de esta pobre
Y morir del mismo mal.

Cuento en verso de Rafael Pombo

999. Anonimo
 

La ostra y el cangrejo


Una ostra estaba enamorada de la Luna. Cuando su gran disco de plata aparecía en el cielo, se pasaba horas y horas con las valvas abiertas, mirándola.
Desde su puesto de observación, un cangrejo se dio cuenta de que la ostra se abría completamente en plenilunio y pensó comérsela.
A la noche siguiente, cuando la ostra se abrió de nuevo, el cangrejo le echó dentro una piedrecilla.
La ostra, al instante, intento cerrarse, pero el guijarro se lo impidió.
El astuto cangrejo salió de su escondite, abrió sus afiladas uñas, se abalanzó sobre la inocente ostra y se la comió.
Así sucede a quien abre la boca para divulgar su secreto: siempre hay un oído que lo apresa.

999. Anonimo

La ola que quería conocer el mundo


La ola rompía sobre la arena, aburrida de estar siempre en la misma orilla, por lo tanto, decidió irse a recorrer los mares del planeta. Tenía muchísimas ganas ver cosas nuevas, aprender y reirse, tambien quería hacer nuevas amigas y compartir lo que ella había aprendido en su vida.
Oleando y oleando, llegó hasta unas orillas donde todos los niños tienen los ojos rasgados, y no era ni más ni menos que China.
La ola estaba muy contenta de haber llegado tan lejos y se puso a hablar con todas las olas de este nuevo lugar. Pero, que sorpresa tuvo cuando después de saludarlas y contarles de donde viene, se da cuenta que las demás olas la miran sin entender nada, pero eso sí, con sonrisas muy simpáticas. Se mezcló entre las demas olas, saltando, sonando, alisándose y volviendo a enrularse, de manera tal que, al cabo de un rato, todas se entendían sin ningún problema.
Las olas de China invitaron a la ola recién llegada a ver su país desde arriba, convirtiéndose en nube. Viajaron mucho por los cielos azules, viendo toda la geografía China, siguiendo ríos serpenteantes, montañas altísimas, ciudades llenas de rascacielos, a los que tenían que esquivar, subiendo todavía un poquito más para no chocarlos. También vieron los castillos chinos, con sus majestuosos dragones, sus multiples torres picudas.
Volaba maravillada, hasta que un señor chino, que tenía un palo muy largo, le hace cosquillas y empieza a llover haciendo zig-zag, para no mojar los preciosos sombreros chinos. Esto le costaba
bastante, ya que en China hay mucha, pero mucha gente, de verdad. Las otras nubes, que antes fueron olas, le dijeron que no se preocupara porque ellas también bajan con ella y luego volverían al mar.
Donde caían las gotas, crecían unas plantas de ojas muy verdes y robustos troncos, tan robustos que subían hasta el cielo. ¡Eran plantas gigantes!
Los habitantes de China, que estaban muy preocupados, por la verde invasión, subieron escalando las plantas para hablar con el Señor de la Lluvia. Tenían que explicarle que eso no podía seguir, de un momento a otro su bella tierra se había convertido en una selva imposible de transitar.
Por cada trocito de tierra donde alguna gota cayera, ahí subía una planta: en una preciosa plaza en medio de la gran ciudad, no había más cesped, en las aceras adornadas con árboles, cada árbol parecía una miniatura al lado de las gigantescas plantas, los campos se quedaron plagados y el sol casi no se podía ver.
Todo esto creado por las olas que querían ver este lugar desde arriba y que un señor les hizo cosquillas... La ola, hecha nube, convertida en lluvia y luego en planta estaba triste, porque ella no quería hacer mal a nadie, y ahora se había quedado atada a la tierra para siempre.
El Señor de la Lluvia les recomendó a los escaladores que a las cinco de la tarde todo el mundo tenía que estar en su casa; todos tomando té. Algunos sacaron su dedo por la ventana, para saber qué era ahora esa lluvia. Sabía raro, no era ni dulce, ni salada, no tenía el gusto rico de la lluvia de siempre... Inmediatamente bebieron más té, para quitarse el sabor de la boca.
Las plantas, bañadas por esta lluvia, se adormecen, bajando de las alturas y recostándose unas sobre otras. Los mismos chinos que subieron en busca de ayuda, fueron a buscar a los gnomos que viven en los bosques; no tardaron mucho en encontrarlos porque las raíces también estaban molestando a estos pequeños seres: ¡Les estaban invadiendo sus casas bajo la tierra! Y por eso, estaban trabajando con sus poderes mágicos, para eliminar las molestas plantas.
Tardaron muchos días y muchas noches en cortar con sus tijeras especiales. Hasta que una madrugada, cuando todos dormían, menos los gnomos, cae un rocío brillante como las estrellas sobre las plantas dormidas, convirtiéndolas en florcitas de todos colores y una de entre muchas es brillante como el oro. Era la flor de la felicidad, cada cual que la mirase se pondría feliz y contento.
Los gnomos, que son sabios conocedores de la naturaleza, sabían quienes eran esas preciosas flores, así que, después que todos los chinos pudieron admirar, oler y disfrutar de esta fiesta de colores, llamaron al viento para que las soplara al mar y así devolverlas a su lugar.
Cuando las flores dormían, el viento las sopló suavemente hacia el mar, a todas menos a la flor de la felicidad, que se quedó para que borrar todas las penas que las plantas gigantes dieron. La ola volvió a ser agua salada y se despidió de sus amigas chinas, para marcharse en busca de nuevos mares.

999. Anonimo

La nube de los secretos


El tren salió de su tunel oscuro, y los pasajeros se encandilaron con la luz del sol que estaba atardeciendo en el mar. La niña de dorados rizos, que estaba sentada en el regazo de su mamá, le decía que todavía habían bañistas en la playa aunque el verano playero acababa de terminar, y le preguntó:
-¿Las olas hablan, mamá?
-Claro, hijita, las olas son quienes viajan por todo el mundo con sus blancas bocas, y se cuentan unas a otras lo que ha pasado, por los lugares donde han estado.
A veces se rien mucho, y por eso oyes muchos splash seguidos en la rompiente, otras veces están enfadadas y hay holas grandotas que rompen haciendo mucho ruido, como quien da un portazo, en algunas ocaciones están perezosas y ni se mueven, es porque están dormitando y una pequeña ola, que casi no dice nada sobre la arena, significa que está roncando.
-¡Mira mamá! Qué nube más rara.
-Si, tienes razón, esa nube es la nube de los secretos. ¿Sabes qué hace esa nube? -Le preguntó en secreto la mamá.
-Si... Escucha los secretos de todos... -Dijo la niña riéndose.
-Bueno, en cierta manera si. Todas las olas le cuentan sus secretos a ella, porque saben que ella no los contará a nadie. También lo hacen los delfines y todos los animales del agua. ¿Sabes qué otros animales de agua hay? -Le preguntó animándola a pensar un poquito.
-Si... Los pájaros de agua -Contestó riendo.
-Y... ¿Cómo se llaman? Ga... -Le daba una ayudita.
-¡Gaviotas! -Contestó contenta de saberlo. ¡Mira mamá!, ahí hay una que está jugando con las olas. ¿Sabes mami que las gaviotas flotan porque tienen una panza muy gorda?
-Si, también porque se llenan de aire -Dijo la madre llenando sus cachetes de aire, abriendo los brazos en redondo y moviéndose de lado a lado- y hacen como un flotador. A veces las gaviotas quieren enterarse de los secretos que les cuentan las olas a la nube y la nube se va un poco enfadada para otros lugares, y si la gaviota la molesta mucho entonces llueve. Otras veces, llueve sobre la tierra y los secretos caen sobre las plantas, los árboles, las flores o simplemente sobre la tierra. Como no concocen a las olas, no se enteran mucho qué significan esos secretos, aunque les caigan encima.
-Y, ¿qué pasa con los secretos que llueven sobre la tierra? -Le preguntó mirando a traves de la ventana.
-No pasa nada, caen como simples gotas de lluvia, guardando los secretos para siempre en el corazón de cada gota y al ser absorvida por un árbol, o flor, o donde sea que caiga, guarda ese secreto como si alguien se lo hubiera contado pero nunca puede recordar qué es en realidad, como cuando uno cree que tiene algo por decir y no recuerda qué -le explicaba la mamá pegando su mejilla contra el de su hija de cuatro años.
La niña se reacomodaba sobre el regazo de la madre y le llenaba la cara con sus tirabuzones dorados.
A medida que el tren traqueteaba algunas nubes rosa-azul-violeta se juntaban en el horizonte a escuchar los secretos que alguien tenía para contarles, otras llegaban desde lejos justo a tiempo para disfrazarse con el atardecer. Y entre contar nubes y nubes, fueron llegando hasta su estación, donde bajaron y se despidieron de las señoritas del cielo hasta el día siguiente.

999. Anonimo

La niña y la vieja


Erase una vez una niña  que tenia  una criada que se llamaba  Cloe,  la niña la quería tanto, la quería como si  fuese su madre, porque la llevaba a jugar y la leía  cuentos. Su madre  tuvo envidia y un día la despidió.
La niña  lloro lloro y lloro, y su madre la volvió ha contratar, la niña se alegro y dijo:  Cloe!
La niña creció y  la vieja murió y con ello la voz de la niña porque no le iba  ha contar mas cuentos ni  habría juegos y tampoco de su risa.

999. Anonimo

La niña y la paloma


Claudita quería mucho a los animales y un día se encontró una paloma que tenía una de sus alas heridas y no podía volar.
Se acercó con todo cuidado y tomándola entre sus manos se la llevó a su casa hasta que sanara y pudiera nuevamente volar. Allí la metió en una caja de cartón con unos géneros viejos y le echó un poco de desinfectante en el ala para curarla.
Durante varios días, después que llegaba del colegio, ella hizo lo mismo hasta que la paloma pareció estar un poco mejor.
El viernes cuando llegó fue a verla como de costumbre, pero la paloma ya no estaba. Primero Claudita se alegró mucho pensando que la paloma se había sanado y que pudiendo volar se había ido a buscar a los suyos en el cielo. Pero, por otra parte, también se puso triste porque ya no la iba a ver más, y ella se había encariñado con la paloma.
Así, esos dos sentimientos estaban entonces juntos en su corazón: la alegría y la pena.
Como Claudita no entendía muy bien lo que le pasaba, fue a contarle todo a su mamá. La mamá le dijo que lo que ella sentía era algo natural, pero que la alegría tenía que ir poco a poco ganándole a la pena, porque aunque era verdad que ella echaba de menos a la paloma, ella la había curado para que pudiera volar, y que por eso, por haber logrado sanarla con sus cuidados, tenía que sentirse muy feliz.
Claudita, aunque comprendió e incluso estuvo de acuerdo con la explicación de su mamá, no pudo dejar de sentir pena, pues ella echaba mucho de menos a su paloma.
Otro día, en medio de unas plantas, descubrió a un pajarito que estaba enredado entre unas ramas y unos palos, sin poder escapar. Se acercó con mucho cuidado para no asustarla, igual como lo había hecho con la paloma, y abriendo un camino con sus dos manos, le ayudó a liberarse de su prisión.
El pajarito voló y voló contento por el aíre hasta alejarse. Claudita, mirándolo, tuvo un gran sentimiento de ternura en su corazón, y entonces comprendió lo bueno que era que su paloma estuviera volando libre, sana y contenta como ese pajarito feliz.
Desde entonces de a poco su pena fue desapareciendo y la alegría se hizo muy grande, hasta que pudo ella sola llenar todo su corazón.

999. Anonimo

La princesita mayavita


Erase una vez un matrimonio que se entendía muy bien, pero no lograban tener hijos, y siendo esto una obligación entre la nobleza Chibcha, hubo de pensar el marido en tomar otra mujer.
Para la pobre mujer repudiada fué muy duro y desconsolador y toda su felicidad se vino al suelo. Decidió pues la mujer estéril pasar su verguenza yéndose a vivir sola en el bosque en una casa que heredó.
La joven y triste mujer pasaba las frías noches del altiplano deshecha en lágrimas, y de día cultivaba el maíz o tejía e hilaba el algodón.
Pasaron varios meses y algo extraño sucedió. La mujer estéril a veces se sentía mareada, a veces vomitaba, empezó a engordar y creyó tener una rara enfermedad. Resignada esperó la muerte, pues la vida ya no le atraía después de perder a su amado marido.
Y un día que trabajaba en la huerta casera se sintió muy mal y con dolores en el vientre y rapidamente fué a la casa y rogó a los Dioses para que se la llevaran.
Cuán extraña sorpresa ver que nació una bella niña, a la cual puso el nombre de Mayavita. Esto cambió toda su vida y ahora tuvo una razón para existir.
La hermosa niñita fué educada con esmero por su madre que le contaba las leyendas de los Chibchas y todo lo que la madre sabía.
Pero lo que más interesaba a la niña eran los relatos sobre el País del Eterno Verano, un país que quedaba mucho más allá de las altas montañas de los Andes.
La madre relataba que los templos de los Dioses se hacían con maderas preciosas que se traían de árboles gigantescos del país caliente. Un país donde se podía dormir sin mantas, y dónde no conocían las heladas, ni la escarcha de la madrugada.
También había caimanes en ríos inmensos y peligrosos con muchos rápidos, y serpientes gigantes. Los cueros de serpientes y caimanes se traían para los caciques Chibchas en sus grandes ceremonias. Y había muchos venados que corrían por grandes llanos en el país sin frío.
Cuando la madre trabajaba, Mayavita salía a jugar con los pajaritos, las loras y las aves. Todos los colibríes y tucanes venían a la niña y se posaban en sus manos o en sus hombros.
También había un frondoso árbol llamado Grao por el cual sentía la niña una extraña atracción. El árbol tenía hojas de colores verde, naranja y amarillo y Mayavita pensaba que era muy hermoso y que era su amigo.
Un día las manos de la niña empezaron a trabajar afanosamente tomando las hojas del árbol Grao que había sobre el piso y haciendo dos preciosas aves de fantasía. La niña tomó también hojas verdes y los dos pájaros gigantes quedaron preciosos y de muchos colores.
Cuál no sería la sorpresa cuándo las aves cobraron vida y alzaron vuelo llevando a Mayavita que más que asustarse gozaba viendo pasar debajo de sí las lagunas, bosques y sembrados.
Las aves enfilaron rumbo sobre los altos Andes y llevaron a Mayavita al País del Eterno Verano, allí la niña fué muy feliz viendo los venados y amando las hermosas mariposas y pájaros que acudían a admirar la belleza y bondad de la indiecita y que no le temían.
Mayavita siguió muy amiga de las dos grandes aves mágicas y les enseñó a hablar como los humanos. Un día ella pensó en su madre y sintió tristeza y ganas de regresar. Les dijo esto a sus dos grandes amigos con alas, pero estos ya habían hecho nido y tuvieron polluelos.
Mayavita ayudó a cuidar los polluelos y cuando estos ya estaban grandes y podían volar, decidieron llevar a la niña de regreso a su casa.
Pero debían pasar de nuevo las altas montañas de los Andes y Mayavita había crecido y engordado un poco. Fué así como cuando cruzaban sobre unas grandes rocas en lo alto, una ráfaga de viento hizo que la niña se desprendiera y se estrellara contra las rocas.
La sangre salpicó las aves que se tiñeron de bellísimos colores, y fué hasta el Dios Sol que se vistió de rojo con la sangre de Mayavita.
Estaban los caciques Chibchas reunidos para adorar al sol cuando llegaron las dos aves de esplendorosos colores. Los caciques se postraron para adorar las aves, pues tanta belleza solo podía proceder del Dios Sol y claramente los dos hermosos pájaros eran mensajeros del Sol.
Las aves narraron la historia de Mayavita y explicaron a los caciques que era la voluntad del Sol que se le adorase también en sus aves sagradas, las guacamayas, y que se recordase a Mayavita que se había sacrificado para darle más belleza al mundo y acercar los humanos al Dios Sol.

999. Anonimo