La ola
rompía sobre la arena, aburrida de estar siempre en la misma orilla, por lo
tanto, decidió irse a recorrer los mares del planeta. Tenía muchísimas ganas
ver cosas nuevas, aprender y reirse, tambien quería hacer nuevas amigas y
compartir lo que ella había aprendido en su vida.
Oleando y
oleando, llegó hasta unas orillas donde todos los niños tienen los ojos
rasgados, y no era ni más ni menos que China.
La ola
estaba muy contenta de haber llegado tan lejos y se puso a hablar con todas las
olas de este nuevo lugar. Pero, que sorpresa tuvo cuando después de saludarlas
y contarles de donde viene, se da cuenta que las demás olas la miran sin
entender nada, pero eso sí, con sonrisas muy simpáticas. Se mezcló entre las
demas olas, saltando, sonando, alisándose y volviendo a enrularse, de manera
tal que, al cabo de un rato, todas se entendían sin ningún problema.
Las olas
de China invitaron a la ola recién llegada a ver su país desde arriba,
convirtiéndose en nube. Viajaron mucho por los cielos azules, viendo toda la
geografía China, siguiendo ríos serpenteantes, montañas altísimas, ciudades
llenas de rascacielos, a los que tenían que esquivar, subiendo todavía un
poquito más para no chocarlos. También vieron los castillos chinos, con sus
majestuosos dragones, sus multiples torres picudas.
Volaba
maravillada, hasta que un señor chino, que tenía un palo muy largo, le hace
cosquillas y empieza a llover haciendo zig-zag, para no mojar los preciosos
sombreros chinos. Esto le costaba
bastante,
ya que en China hay mucha, pero mucha gente, de verdad. Las otras nubes, que
antes fueron olas, le dijeron que no se preocupara porque ellas también bajan
con ella y luego volverían al mar.
Donde
caían las gotas, crecían unas plantas de ojas muy verdes y robustos troncos,
tan robustos que subían hasta el cielo. ¡Eran plantas gigantes!
Los
habitantes de China, que estaban muy preocupados, por la verde invasión,
subieron escalando las plantas para hablar con el Señor de la Lluvia. Tenían que
explicarle que eso no podía seguir, de un momento a otro su bella tierra se
había convertido en una selva imposible de transitar.
Por cada
trocito de tierra donde alguna gota cayera, ahí subía una planta: en una
preciosa plaza en medio de la gran ciudad, no había más cesped, en las aceras
adornadas con árboles, cada árbol parecía una miniatura al lado de las
gigantescas plantas, los campos se quedaron plagados y el sol casi no se podía
ver.
Todo esto
creado por las olas que querían ver este lugar desde arriba y que un señor les
hizo cosquillas... La ola, hecha nube, convertida en lluvia y luego en planta
estaba triste, porque ella no quería hacer mal a nadie, y ahora se había
quedado atada a la tierra para siempre.
El Señor
de la Lluvia
les recomendó a los escaladores que a las cinco de la tarde todo el mundo tenía
que estar en su casa; todos tomando té. Algunos sacaron su dedo por la ventana,
para saber qué era ahora esa lluvia. Sabía raro, no era ni dulce, ni salada, no
tenía el gusto rico de la lluvia de siempre... Inmediatamente bebieron más té,
para quitarse el sabor de la boca.
Las
plantas, bañadas por esta lluvia, se adormecen, bajando de las alturas y
recostándose unas sobre otras. Los mismos chinos que subieron en busca de ayuda,
fueron a buscar a los gnomos que viven en los bosques; no tardaron mucho en
encontrarlos porque las raíces también estaban molestando a estos pequeños
seres: ¡Les estaban invadiendo sus casas bajo la tierra! Y por eso, estaban
trabajando con sus poderes mágicos, para eliminar las molestas plantas.
Tardaron
muchos días y muchas noches en cortar con sus tijeras especiales. Hasta que una
madrugada, cuando todos dormían, menos los gnomos, cae un rocío brillante como
las estrellas sobre las plantas dormidas, convirtiéndolas en florcitas de todos
colores y una de entre muchas es brillante como el oro. Era la flor de la
felicidad, cada cual que la mirase se pondría feliz y contento.
Los
gnomos, que son sabios conocedores de la naturaleza, sabían quienes eran esas
preciosas flores, así que, después que todos los chinos pudieron admirar, oler
y disfrutar de esta fiesta de colores, llamaron al viento para que las soplara
al mar y así devolverlas a su lugar.
Cuando las flores dormían, el viento las
sopló suavemente hacia el mar, a todas menos a la flor de la felicidad, que se
quedó para que borrar todas las penas que las plantas gigantes dieron. La ola
volvió a ser agua salada y se despidió de sus amigas chinas, para marcharse en
busca de nuevos mares.
999. Anonimo
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