Una ostra
estaba enamorada de la
Luna. Cuando su gran disco de plata aparecía en el cielo, se
pasaba horas y horas con las valvas abiertas, mirándola.
Desde su
puesto de observación, un cangrejo se dio cuenta de que la ostra se abría
completamente en plenilunio y pensó comérsela.
A la
noche siguiente, cuando la ostra se abrió de nuevo, el cangrejo le echó dentro
una piedrecilla.
La ostra,
al instante, intento cerrarse, pero el guijarro se lo impidió.
El astuto
cangrejo salió de su escondite, abrió sus afiladas uñas, se abalanzó sobre la
inocente ostra y se la comió.
Así
sucede a quien abre la boca para divulgar su secreto: siempre hay un oído que
lo apresa.
999. Anonimo
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