Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 18 de octubre de 2012

Siete rayos de sol

37. Cuento popular

Éste era un rey que no tenía hijos y echó una pro­mesa pa que su mujé tuviera un hijo. Y Dios le dió un hijo tan hermoso que no había en to el mundo otro más hermoso que él. Y además, era tan jugaor, que siempre estaba jugando y a to el mundo le ga­naba. Y cuando les había ganao a toos y ya no le quedaba en el mundo con quien jugá, puso su som­brero a un lao e la mesa y él se sentó al otro lao y se puso a jugá con su sombrero.
Pero vamo, que al dale las cartas, su sombrero se gorvió una paloma que empezó a jugá con él. Y le ganó la paloma too sus intereses y too su dinero. Y entonces es cuando dijo él:
-Pu güeno, ya me has ganao too mis intereses y too mi dinero. Ahora vamo a jugá los vestidos.
Conque empezaron otra vez a jugá y le ganó la paloma los vestidos.
Y dijo entonce él:
-Pu güeno, ya que me has ganao los intereses y los vestidos, vamo ahora a jugá mi vida.
Y otra vez jugaron y ganó la paloma otra vez. Y ya la paloma le dice entonce:
-Mira, ya que te he ganao la vida, la vamo a gorvé a jugá.
Y jugaron otra vez la vida y otra vez se la gorvió a ganá la paloma. Pu entonce le dice la paloma:
-Ya me voy. Quéate viendo por onde yo me voy y me sigues depués y llegarás al Castillo de Siete Rayos de Sol, que es onde yo vivo. Si no, vengo yo a buscarte pa sacarte de aquí y despedazarte.
Y en eso dió un güelo y se fué.
Y va entonce el muchacho y le cuenta al rey su padre lo que le ha pasao. Y el padre le dice:
-Pu na, hijo mío. No hay más que cojas un güen caballo y te vayas a buscá el Castillo de Siete Rayos de Sol.
Y cogió él el mejor caballo que tenía su padre y se marchó. Y en el camino onde iba se encontró con una almita y se apeó y ató el caballo y vido a un aimitaño que le daba la barba al estógamo. Y le aljo en seguía:
-Mal te quieren los que te envían aquí. Ya sé que vienes a buscá el Castillo de Siete Rayos de Sol. Aquí está cerca y vienen tres paloma too los días a bañarse al río. Hoy van a vení. Las dos mayores en­trarán en seguía y la menó no va a queré entrá. Pero por fin entrará, y tú vas y te escondes en una junquera, y cuando la menó entre a bañarse, vas y le quitas sus vestidos. Y ésa, la menó, es Siete Rayos de Sol, la princesa menó de las tres hijas del diablo, que es el rey del Castillo de Siete Rayos de Sol.
Conque vamo, que fué el muchacho y se escondió en una junquera que estaba ai cerca del río. Y vido que llegaron las tres palomas. Y al llegar a la orilla del río, se gorvieron tres hermosas princesas. Y en seguía las dos mayores se desvistieron. Y fué primero la mayó y dijo:
-Yo, mujé -y se tiró en el agua.
Y entonce fué la segunda y dijo:
-Yo, mujé -y se tiró tamié en el agua.
Y las dos entonce es cuando le dijeron a la menó:
-Vamo, ¿que tú no entras en el agua?
Y ella dijo:
-No puco ahora porque vengo retentaílla de un doló.
Y era que sabía que aquél estaba allí escondido y tenía miedo que le robara la ropa. Y ya le dijo la mayó:
-Pero siempre vienes con nosotras. No sé por qué hoy no vienes.
Y ya dijo la menó:
-Güeno, pu pa no dales a ustedes un disgusto vi a entrá.
Y al momento que se quitó las ropas y entró en el agua, salió aquél y le robó sus vestidos.
Depué salieron las dos mayores y se vistieron y se gorvieron palomas y se fueron volando pa su casa. Y la menó salió y le dijo al muchacho:
-Ya sé que vienes en busca del castillo de mi padre. Toma este anillo.
Y el joven entonce le dió sus vestidos y se vistió ella y se gorvió paloma y le dijo:
-Móntame y vamo ahora mismo al castillo.
Y llegaron al castillo y salió el diablo, que era la paloma que había jugao con él y le había ganao la vida, y el muchacho lo saluda y le dice:
-Dios guarde a usté. Ya estoy yo aquí.
Y el diablo le contesta:
-Hombre, me alegro, que ya estaba poniéndome el calzao pa í a buscarte.
Y ya le coge aparte y le dice:
-Pu na; te vi a quitar la vida porque te la he ganao. Pero mira; te la perdono si haces una cosa. Toma este azadón y estas varillas. Vas ahora a aque­lla sierra de piedra y plantas toas las varillas, y pa medio día me traes frutas de toos esos álboles.
Conque coge el pobre muchacho las varillas y el azadón y se va a la sierra, y al vela toa de piedra se pone a llorá. Y asina llorando como estaba, se restregó los ojos con el anillo y se acordó de Siete Rayos y dijo:
-Siete Rayos de Sol, ayúdame.
Y se le presentó al momento Siete Rayos y le pre­guntó qué le pasaba. Y él le dijo:
-¡Qué me ha de pasá! Que tu padre me ha dao este azadón y estas varillas y me ha mandao que vaya y las plante en aquella sierra de piedra y que pa medio día le lleve las frutas de los álboles.
Y le dice ella:
-Échate en mi falda y no te apures.
Y se echó en su falda y se durmió, y cuando isper­tó, ya estaban los álboles en la sierra de piedra lle­nos de fruta.
Y cogió él la fruta y se la llevó al diablo y le dijo:
-Señó, aquí está la fruta ya.
Y el diablo al verla, le dijo:
-Güeno, hombre; está bien. Pero máteme Dios si mi hija Siete Rayos no anda en esto.
Y el muchacho le dijo:
-Yo no conozco a su hija ni a usté, y a mi casa me voy.
Pero el diablo le dijo entonce:
-Güeno; eso está mu bien. Pero ahora tienes que haceme un molino con siete piedras moliendo a la pal, que al ruido de las piedras, me ispierte yo de la siesta. Si haces eso, tienes perdoná la vida.
Conque otra vez salió el pobre muchacho llorando. Y se restregó otra vez los ojos con la mano y al ver el anillo, se acordó de Siete Rayos y dijo:
-Siete Rayos de Sol, ayúdame.
Y en seguía se presentó Siete Rayos y le dijo:
-Pues ahora, ¿por qué lloras? ¿Qué te pasa?
-¡Qué me ha de pasá! -dice el muchacho. Le he llevao a tu padre las frutas y ahora dice que tengo que hacele un molino con siete piedras moliendo a la pal, y que al ruido de las piedras se ispierte él de la siesta.
Y le dijo ella:
-Toma estas cenizas y vas y las echas por ai y verás como saldrá el molino.
Y cogió é las cenizas y las echó por ai cerca del dia­blo, y en seguía salió un molino con siete piedras moliendo a la pal. Y tanto era el ruido que hacían las piedras, que se ispertó el diablo de su siesta. Y el muchacho le dijo:
-Señó, aquí tiene usté el molino con las siete pie­dras moliendo a la pal.
Y dijo el diablo:
-Está mu bien. Pero máteme Dios si mi hija Siete Rayos no anda en esto.
Y él le dijo:
-Ya le he dicho a usté que yo no conozco a su hija ni a usté, y a mi casa me voy.
Pero el diablo le dijo:
-No, señó, que tavía farta lo prencipá. Una vez que pasaron mis tataragüelos por el Estrecho e Gi­brartá, se les cayó en el mar una sortija, y ahora quiero que vayas y la saques y me la traigas.
Se salió entonce el joven del palacio y dijo:
-Ahora sí me ha cogío. Porque, ¿cómo vi a sacá el anillo del mar?
Y se restregó una mejilla y vido el anillo y se acordó de Siete Rayos y dijo:
-Siete Rayos de Sol, ayúdame.
Y llegó en seguía Siete Rayos y le dijo:
-¡Qué te pasa ahora?
-¡Qué me ha de pasá! -dice él. Ahora me ha dicho tu padre que tengo que sacá del mar y llevale un anillo que se les cayó a sus tataragüelos cuando pasaban por el Estrecho e Gibrartá.
Y ella le dijo entonce:
-Pu toma este puñal y me matas, y coges bien toa la sangre y me echas en el mar.
Y él le dijo:
-Pero yo, ¿cómo te vi a matá?
Y ella le dijo entonce que si él no la mataba, el diablo los mataría a los dos, y que cuando él la echa­ra al mar, ella saldría con la sortija del fondo del mar.
Y va él y coge el puñal y la mata y la echa en el mar. Pero se le cayó una gota e sangre en la tierra. Y en unos momentos salió ella viva y con el anillo. Y si hermosa estaba antes, más hermosa estaba cuan­do salió del fondo del mar. Pero como se le había caío una gota e sangre, salió ella manca de un deo.
Pu güeno; se fué el muchacho y le entregó al dia­blo el anillo. Y el diablo le dijo:
-Mu güeno, mu güeno, hombre. Pero máteme Dios si mi hija Siete Rayos no anda en esto.
Y él le dijo:
-Ya le he dicho que yo no conozco a su hija ni a usté y que a mi casa me voy.
Pero el diablo le dijo:
-Ahora te vas a casá con una de mis hijas.
Y quería casalo con una pa matalo. Y fué y lo lle­vó al palacio. Y les mandó a sus tres hijas que me­tieran un deo por debajo e la puerta y que él esco­giera una pa que se casara con él. Y Siete Rayos metió el deo que tenía manco y asina la conoció él.
-¿Quién es? -preguntó el diablo.
-Siete Rayos.
-Ya yo mu bien lo sabía -dijo el diablo.
Conque arreglaron las bodas y se casaron el joven y Siete Rayos. Y esa noche el diablo tenía intención de matalos a los dos.
Se fueron a acostá, y Siete Rayos le dijo a su ma­rido:
-Mi padre nos quiere matá. Ahora vas tú a la cuadra y verás dos caballos. El más flaco es el del pensamiento y ése traes y nos vamos. No vayas a escogé el gordo, que ése es el del viento.
Y mientras él fué por el caballo, echó ella tres salivazos en un vaso pa que hablaran cuando se fue­ran. Y subió él con el caballo gordo, y le dice ella:
-¡Ay, Dios mío! ¿Qué has hecho? ¡Ahora semos perdíos! Pero, ¡vamo pronto!
Y se montaron en el caballo y echaron a corré.
Y el diablo dijo:
-Ya aquéllos estarán dormíos. Ahora vi a matalos.
Y llegó a la puerta y dijo:
-¡Siete Rayos! ¡Siete Rayos!
Y uno de los salivazos contestó:
-Mande usté, padre.
Y se retiró el diablo y dijo:
-¡Caramba, que tavía están ispiertos!
Y poco depués llegó otra vez a la puerta a vé si estaban dormíos y dijo:
-¡Siete Rayos! ¡Siete Rayos!
Y el segundo salivazo, ya poco seco, contesté en voz baja:
-Mande usté, padre.
Y dijo él:
-Ya se van durmiendo -y se retiró.
Y ya a la media noche, llegó otra vez y llamó:
-¡Siete Rayos! ¡Siete Rayos!
Y entonce, el tercer salivazo, que ya estaba casi todo seco, dijo, que apenas se oía:
-Mande usté, padre.
Y el diablo dijo:
-Ya están casi bien dormíos.
Y poco después entró en la habitación y no encon­tró a naide y dijo:
-Ya me lo figuraba. Ya se han escapao, pero los seguiré y los mataré.
Y fué y se subió en el caballo del pensamiento y se marchó a alcanzalos. Y cuando ya iba alcanzándo­los, se gorvió un bicho pa matalos. Y gorvió el mu­chacho la cara y lo vido venir y le dijo a Siete Rayos:
-¡Mira, allá viene una fiera que nos agarra!
Y tiró ella un peine y se gorvió un montarral de peines que se tardó mucho tiempo pa pasá. Y poco depués gorvió el muchacho la cara otra vez y vido venir otra vez a la fiera y dijo:
-¡Mira, allá viene una fiera que nos agarra!
Y le dijo ella entonce:
-Toma esta navaja y tírala por la cola del caballo.
Y la tiró él y se gorvió un montarral de navajas, que el pobre diablo salió hecho peazos de las heri­das que llevaba. Pero tavía iba siguiéndolos. Y cuan­do ya se acercaba otra vez, lo vido el muchacho y le dijo a Siete Rayos:
-¡Allá viene una fiera que nos agarra!
Y le dió ella un pañao e sal y le dijo:
-Tira esa sal por la cola del caballo.
Y la tiró y se gorvió un montarral de sal, y al pasar, se le metió al diablo en toas las heridas y da­ba unos gritos que temblaba la tierra. Pero tavia iba siguiéndolos.
Y cuando ya los iba alcanzando otra vez, lo vido otra vez el joven y le dijo a Siete Rayos:
-Allá viene una fiera que nos agarra!
Y le dió ella entonce un sombrero y le dijo:
-Tíralo por la cola del caballo.
Y lo tiró y se gorvió una sima y allí cayó el diablo y ya no pudo salí.
Y se marcharon ellos y él le gritó a Siete Rayos:
-¡Premita Dios que te orvide tu marío!
Y ya llegaron al pueblo onde vivía el joven y la dejó a ella en una fuente y él llegó primero. Y ella le dijo:
-Que no te abrace naide, porque si arguno te abra­za me orvidas.
Y llegó y salieron sus padres y les dijo él:
-No me abrace naide. Apañá las carrozas, que voy por mi mujé.
Y en esa media llega la agüela y corre y, dice:
-¡Ay, nieto mío!
Y le abrazó y al momento orvidó a su mujé. Le dió el sueño de San Juan y no se gorvió ya a acordá de ella.
Conque ya Siete Rayos, cansá de esperar, se dió cuenta de lo que pasaba y les dijo a las criás del pa­lacio que iban a la fuente si querían una criá en el palacio. Y fueron las criás y le dijeron al rey que ha­bía una moza en la fuente que quería serví, y él les dijo que viniera. Y Siete Rayos se puso a serví en el mismo palacio onde estaba su marío, pero él ni se acordaba de ella.
Y ya con el tiempo, fué él y se echó una novia y echaron torneos pa casarse. Y era la costumbre en esos tiempos regalales anguna cosa a los criaos del palacio el que se casaba. Y a toos les daba lo que pe­dían. Y ya le preguntó el préncipe a Siete Rayos:
-A ti, ¿qué quieres que te regale?
Y ella le dijo:
-A mí una piedra de tusón y un cuchillo sin ho­nor.
Conque ya estaba pa casarse el préncipe, cuando hizo un viaje a una capital pa comprá too los regalos. Y too los encontró, meno los regalos pa Siete Rayos. Y andando y buscando, llegó ande estaba un viejo y le dice:
-Diga usté, señó, ¿tiene usté pa vendé una piedra de tusón y un cuchillo sin honor?
Y le contesta el viejo:
-Me quedan los úrtimos.
Y se los compró y se fué pa su palacio. Y llegó y les dió a toos sus regalitos. Y como no comprendía pa qué quería la criá aquella la piedra de tusón y el cuchillo sin honor, dijo:
-Cuando le dé a la criá aquella sus regalos, me vi a escondé pa vé que hace con ellos.
Y fué y la llamó y le dió sus regalos y se hizo el que se iba, pero se metió detrás de la puerta. Y vido que cogió ella los dos regalos y los puso en la mesa. Y entonce es cuando le dijo Siete Rayos a la piedra:
-Piedra de tusón, ¿no fuí yo quien plantó las va­rillas en la sierra de piedra, onde salieron luego los álboles pa que llevara el préncipe la fruta a mi pa­dre pa medio día?
Y la piedra contestó:
-Sí, sí; tú fuiste.
Y entonce ya aquél comenzaba a recordá argo. Y dijo entonce Siete Rayos:
-Piedra de tusón, ¿no fuí yo quien hizo un molino de siete piedras moliendo a la pal, que del ruido que hacían se ispertó el rey mi padre?
Y la piedra contestó:
-Sí, sí; tú fuiste.
Y ya aquél ya iba recordando. Y dijo entonce Sie­te Rayos:
-Piedra de tusón, ¿no fuí yo quien sacó el anillo del mar depués de que el préncipe me mató y me echó en el mar?
Y la piedra contestó:
-Sí, sí; tú fuiste.
Y el préncipe ya iba recordando too y dijo:
-¡Dimoño, si eso me ha pasao a mí!
Y entonce dijo Siete Rayos:
-Cuchillo sin honor, ¿qué merezco yo?
Y el cuchillo le contestó:
-Que te des la muerte conmigo, Siete Rayos.
Y al oír el nombre de ella, se acordó de too. Y entonce es cuando ella cogió el cuchillo y se iba a dar la muerte con él, cuando salió el préncipe de onde estaba escondido y la sujetó y le dijo:
-Siete Rayos, perdóname, que yo soy tu marío y te había orvidao.
Y entonce salió y les dijo a toos que Siete Rayos era su mujé. Y la otra novia se quedó con el rabillo arzao y él se quedó con su mujé.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

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