Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 18 de octubre de 2012

La niña sin brazos .035

Era un padre que tenía una hija. Y pa mantenerla tenía que ir todos los días al monte a por leña si llovía porque tronaba y si tronaba porque llovía.
Y un día que fué al monte a por leña, le salió un hombre de una encina y le dijo:
-Diga usté. ¿Cómo viene usté hoy al monte a cor­tar leña?
Y el hombre le contesta:
-Pues vengo porque tengo una hija que mantener.
Y ya le dijo el hombre de la encina, que era el diablo:
-Pues mire, que yo le daré a usté todo el dinero que le haga falta. Tenga usté.
Y diciendo esto, le dió un talegón lleno de monedas de oro y plata. Y luego le dice:
-Váyase usté a su casa con su dinero, y esta noche aguárdeme en su casa.
Y se fué el pobre leñero pa su casa muy contento. Y llegó y le contó a su hija lo que le había pasao. Y le entregó el talegón de dinero y le dijo que iba a hacerles una visita el señor que le había dao el dinero.
La muchacha era muy cristiana y siempre que lle­gaba alguno a su casa hacía la señal de la cruz. Y le dijo a su padre:
-Pero, ¿quién será ese señor?
-Esta noche cuando venga se lo preguntaremos -le contestó el padre.
Y en éstas estaban, cuando llegó el diablo y llamó en la puerta:
-¡Tran! ¡Tran!
Y al momento la muchacha hizo la señal de la cruz y salió a ver quién era. Pero ya no encontró a nadie. El diablo se había desaparecido al hacer ella la señal de la cruz.
Conque al otro día fué el hombre otra vez a por leña al monte y le salió otra vez el diablo. Y el leñador le dice:
-¿Cómo no fué usté anoche a mi casa?
Y el diablo le contesta:
-He tenido el tiempo ocupao y no he podido. Pero mire; coja este saco de dinero y llevéselo a su casa. Y esta noche sí me espera en su casa, que ya iré. Y una cosa le ruego y es que mande a su hija tirar toda el agua bendita que haiga en la casa.
Y fué el hombre y llegó a su casa y le entregó a su hija el saco de dinero y le dijo lo que había dicho el señor de la encina. Y la muchacha, como era tan buena cristiana, le dijo a su padre:
-Pero si tiro a la calle toda el agua bendita que hay en la casa, no podré hacer la señal de la cruz.
Y el padre le dijo:
-Tírala toda, que no hace falta.
Y ella la tiró toda. Y apenas la había acabao de tirar a la calle, cuando va llegando el diablo y llama en la puerta:
-¡Tran! ¡Tran!
Y la muchacha, como no había agua en la casa, se mojó los dedos con saliva e hizo la señal de la cruz. Y salió a abrir la puerta, pero no halló a nadie. El diablo se había desaparecido otra vez al hacer ella la señal de la cruz.
Y al otro día fué el leñador al monte otra vez y salió el diablo. Y el leñador le preguntó:
-¿Cómo no ha ido usté anoche?
Y el diablo le contestó:
-Es que estoy siempre ocupao. No he podido.
Y ya le dice al leñador:
-¿Tienen ustedes corral delante de su casa?
Y el leñador le dice:
-Sí.
-¿Y suele su hija echar la siesta allí por la tarde?
-Sí.
-¿A qué hora suele ella echar la siesta?
-A las dos.
Y después de esta conversación, le dió el diablo otro saco de dinero y le dijo:
-Váyase usté a su casa con este saco de dinero, y cuando le haga falta más, venga por más.
Y se fué el leñador pa su casa con otro saco de dinero.
Y ya el diablo determinó robarse a la muchacha. Y a las dos de la tarde del día siguiente, llegó a la casa del leñador cuando la muchacha estaba echando la siesta. Y dormida como estaba la cogió y la subió en su caballo y salió corriendo con ella. Y de repente despertó la niña y levantó un brazo pa hacer la señal de la cruz. Y el diablo cogió un cuchillo grande y le cortó el brazo. Y ya iba a levantar la niña el otro brazo pa hacer la señal de la cruz, cuando cortáselo también el diablo con el cuchillo. Y entonces la niña, como pudo, hizo la señal de la cruz con las piernas. Cuando hacía la señal de la cruz con las piernas, el diablo la cogió y la dejó colgada del pelo de un árbol muy alto y se desapareció. Y ai se quedó la niña colgada del pelo del árbol y sin brazos onde el diablo la dejó. Y cerca del árbol había un palacio onde vivían un rey y una reina que tenían un hijo.
Y los perros del rey subían todos los días al árbol onde estaba colgada la niña y le llevaban pa comer lo que les daban en el palacio. Y de darle la comida a la niña, los perros se iban quedando cada día más secos. Y el rey, al verlos tan secos, dijo:
-Pero, ¿por qué es que mis perros se van quedando cada día más secos? ¿Que los criaos no les dan de comer?
Y dió en reñir con los criaos. Y los criaos dijon que no, que siempre les daban lo de siempre. Y ya dijo el rey:
-Pues acechar a los perros, a ver qué hacen con la comida.
Y acecharon a los perros, y vieron que subían siem­pre con la comida y se la daban a una hermosa dama que estaba colgada del árbol. Y la dama era tan guapa, que el hijo del rey dijo que la bajaran del árbol. Y fueron los criaos del rey y la bajaron y la llevaron al palacio.
Cuando ya la niña estaba en el palacio, el hijo del rey se enamoró de ella y les dijo a sus padres que se quería casar con ella. Y sus padres le dijon que era una deshonra casarse con una mujer sin brazos, que no podría criar a sus hijos ni nada. Y él les dijo que no le importaba que no tuviera brazos, que ha­biendo dinero y teniendo criaos, todo era fácil.
Y se casaron el hijo del rey y la niña sin brazos. Y a los pocos meses de estar casaos, se murió el rey y el hijo quedó de rey y la Niña sin Brazos de reina. Y pronto tuvo que marcharse el nuevo rey a reinar a otro reinao y dejó a la niña sin brazos en cinta.
Y en ese medio tiempo tuvo ella mellizos y se lo enviaron a decir al rey. Y el diablo cogió la carta y puso otra, onde le decía al rey que la reina su mujer había dao a luz dos ratones. Y contestó el rey con otra carta onde decía: «Pues si ha dao a luz mi mu­jer dos ratones, que los críe hasta que yo vuelva.» Y otra vez cogió el diablo la carta y puso otra, onde decía: «Coge a esos dos niños que has dao a luz y de­güéllalos. Si no, eres tú vítima.»
Y cuando llegó la carta, la coge ella y se echa a llorar, y dice que a sus hijos no los mata ni por todo lo que hay en el mundo. Y la agüela empezó también a llorar y le dijo a la niña:
-¿Qué vamos a hacer?
Y dijo la niña:
-Pues nada. Hágame usté unas alforjas pa echar a uno por delante y a otro por detrás y marcharme sola yo con ellos.
Y la agüela le mandó hacer las alforjas, y se mar­chó la Niña sin Brazos por el mundo alante con sus dos mellizos en las alforjas.
Y caminando, caminando, ya llegó a una fuente con hambre y sé. Y nadie le daba una limosna, ni agua pa beber. Y al llegar a la fuente, dijo:
-Tengo sé. Pero si bajo a la fuente, no podré subir.
Y se fué camino alante, muerta de sé y hambre, hasta que allá muy lejos vió a una señora que estaba lavando en unas filas muy majas y le dijo.
-Señora, ¿me hace usté el favor de unos bocadi­tos de agua? Porque si bajo a beber no podré subir, y si no bajo me muero de sé.
Y la señora le contestó:
-Mira; véte y llama en aquellas puertas blancas que ves allá lejos, muy lejos, y te saldrán a recibir y te darán todo lo que te haga falta.
Y la niña llamó y salió a recibirla San Pedro y la dijo que qué se le ofrecía.
Y ella le dijo:
-Quiero que me haga usté el favor de un poquito de agua, que ya me muero de sé. Si bajo por ella a la fuente no podré subir, y si no bajo me muero de sé.
Y ya le dió San Pedro un vaso de agua y le dijo:
-Si usté nos obedece, le vamos a dar todo lo que le haga falta y le pondremos sus brazos pa que pueda criar a sus niños.
Y dijo ella que obedecería. Y San Pedro le puso sus brazos y la llevó a una montería, onde nada les faltaba a ella y a sus niños. Y allí en la montería tenía una casa y muchos criaos. Y la dijo San Pedro que no almitiera a nadie en su casa sin que dijera antes tres veces, «¡Jesús, María y José!»
Y ya volvió el rey de reinar por otras partes. Y cuando llegó a su palacio, le preguntó a su madre por la reina, y ya le contó ella lo que había pasao. Y cuando supo el rey la verdá y el engaño de las cartas, sospechó que el diablo era el de la culpa de todo y empezó a maldecirle.
Y se le apareció el diablo y le dijo que no se apu­rara, que él le ayudaría a buscar a su mujer. Y es que el diablo quería cogerlos a los dos. Y se marchó el rey con el diablo y el suegro a buscar a su mujer. Y el suegro estaba tentao del diablo porque le había mandao a su hija que tirara a la calle toda el agua de la casa.
Y caminando el rey por la montería, se les hizo noche y vieron la luz de la casa de su mujer. Y se dirigieron allí, sin saber quién vivía, y llamaron en la puerta. Y salió la niña a recibirles y les dijo que entraran, pero que todos los que entraran tenían que decir tres veces, «¡Jesús, María y José!» Y el rey dijo tres veces:
-¡Jesús, María y José!
Y el suegro, aunque estaba tentao del diablo, tam­bién lo dijo y entró. Pero el diablo, como no pudo decirlo, no entró. Y allí fuera, onde estaba, quería decir ¡Jesús, María y José!, pa entrar y hacer de las suyas, pero no pudo. Todo lo que decía era:
-¡Tuddú, tudduddú, tuddú!
Y ya que todos estaban dentro, el diablo tuvo que marcharse. Y pusieron la cena y se sentaron a la mesa. Y el rey miraba y remiraba a aquella mujer tan guapa y decía:
-¿Si será esta mujer mi esposa?
Y la miraba y la remiraba y ya le iba a preguntar, pero decía:
-No; no puede ser porque mi mujer no tenía brazos y ésta tiene brazos.
Y como hacía frío, los criaos puson un brasero cerca de la mesa pa que el rey se calentara. Y cuando ya iban a comenzar a cenar la niña echó la ben­dición:
-En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El que esté tentao del diablo, que dé un es­tampido y se salga.
Y el padre de la niña, que estaba tentao del diablo, se volvió cenizas y se desapareció. Y todos quedaron muy elevaos; pero el rey no dijo nada.
Y ya se puson a cenar. Y el rey, como estaba cerca del brasero, se le comenzó a quemar la capa. Y, los niños, que por guapos y ricos, el rey no dejaba de mirar, le dijeron:
-Papá, que se le quema la capa.
Y el rey los miraba y los remiraba, pero no decía nada. Pero se lo dijon tantas veces, que por fin le dijo el rey a la niña:
-¿Sabes que no puedo cenar porque me dicen estos niños «Papá, que se le quema la capa»?
Y en este momento fué cuando ella le echó los brazos y le dijo:
-Sí, esposo mío; éstos son tus hijos y yo soy tu esposa.
Y ya le contó todo lo que había pasao y cómo ella había venido a vivir allí. Y el rey se abrazó a ella y abrazó a sus dos hijos, loco de alegría. Y se los llevó a su palacio, donde todos vivieron muchos años muy felices y comieron muchas perdices.
Y a mí no me dieron nada porque no les dió la gana.

35. Cuento popular

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

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