Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 4 de enero de 2015

Los dos compadres

Un pobre labrador acababa de vender con su burro una carga de melones, a tres pesetas. Por el camino hasta su pueblo tenía miedo de que alguien le fuera a robar. Decía mi hombre:
-¿Dónde lo meteré? En el bolsillo, no. En la cartera, tampoco. Lo meteré en el culo del burro.
Y así lo hizo. Metió todas las pesetas, una detrás de otra, en el culo del burro.
Llegó a su pueblo y mira por dónde fue a pasar por delante de la casa de su compadre, que era muy rico y al que le debía cincuenta duros. Dice mi hombre:
-Mejor será que apriete el paso, no sea que aparezca el compadre.
Le dio un palo al burro y el animal pegó un respingo que cagó una peseta. En esto sale a la puerta la comadre, ve lo que había pasado, y cómo su compadre le pegaba otro palo al burro y salía otra peseta, y otro palo y otra peseta. Así un chorro, que el labrador fue recogiendo del suelo.
-¡Eh, compadre, venga usted aquí!
El hombre no tuvo más remedio que volverse. Dice la comadre:
-¿Me vende usted ese burro?
-No, comadre, porque con este me gano la vida y ya ve usted que me da muchas pesetas. ¡Fíjese usted! -le pegó otro palo al burro y salió otra peseta.
Entonces dice la mujer:
-Compadre, ¿no le debía usted cincuenta duros a mi marido?
-Está bien, está bien -dijo el hombre. Le doy el burro y ya estamos en paz. ¡Ea, ya tienes nuevo amo! -le dijo al burro y le propinó otro palo, que echó la última peseta.
-Estese usted quieto, compadre, que no va a quedar nada para nosotros. Y dígame usted, ¿qué es lo que come el burro y dónde hay que ponerlo?
-Pues mire usted. El burro solo come garbanzos. Muchos garban-zos y mucha agua. Los garbanzos en plato fino y el agua en vaso de cristal. Y hay que tenerlo en el salón, porque es muy señorito. ¡Claro, que merece la pena!
Mandó la mujer hacer un plato grande y fino y un vaso muy grande de cristal. Encerró al burro en el salón y le echó un saco de garbanzos y su agua.
Por la noche llegó el marido, y la mujer, tan contenta, le dice:
-Mira, maridito. He hecho un negocio estupendo. Le he cambiado a tu compadre los cincuenta duros que te debía por un burro que caga pesetas.
-Anda, mujer, no seas tonta y vamos a ver eso. ¿Desde cuándo ha tenido mi compadre un burro semejante?
Fueron entonces a entrar en el salón y que no podían abrir la puerta. Venga a empujar, venga a empujar, y nada. Como si hubiera algo muy pesado por detrás.
-¿Ves, maridito? No se puede abrir de tantas pesetas como hay.
Por fin pudieron abrir un poquito y vieron al burro despanzurrado en el suelo, con la barriga hinchada de tanto comer garbanzos y de tanta agua como había bebido. El burro ya no cabía en la habitación y había reventado.
Al ver esto, el marido le echó una buena bronca a su mujer y salió furioso a buscar a su compadre.
Pero el compadre, que ya se estaba oliendo la chamusquina, estaba preparado. Había comprado dos conejos blancos, igualitos, igualitos. Después de hablar con su mujer y de darle instrucciones, le dejó uno de los conejos y se fue con el otro a la taberna.
Nada más salir, se presentó en la casa el compadre rico:
-¡Comadre! ¿Dónde está el sinvergüenza de tu marido?
-¡Ay!, ¿por qué dice usted eso? Mi marido no ha hecho más que salir por las puertas. Si hubiera venido usted un minuto antes, lo encuentra aquí. Pero siéntese, hombre; siéntese, que viene usted muy sofocado. Ahora mismo mando al conejo a buscarlo.
-¿Cómo dices? ¿A qué conejo?
-¿A cuál va a ser? Pues al que nos hace los mandaos.
-¡Ah, pero...!
-Sí, señor, ahora mismo lo va usted a ver.
Se metió la comadre para adentro y al momento volvió con el conejo blanco en los brazos. Lo puso en la puerta y le dice:
-Anda, conejito, corre a la taberna y dile a mi marido que venga en seguida, que lo está esperando su compadre.
El conejo, como es natural, se las piró y pasó corriendo por delante de la taberna. Se fue para el campo y no ha vuelto todavía. Pero el que estaba en la taberna, que lo vio perderse, cogió el camino, con el otro conejo en brazos, y se presentó en su casa al momento. El compadre rico no se lo podía creer.
-¿Pero es posible?
-¿Si es posible el qué? ¿Lo del conejo? Ah, ¿pero usted no lo sabía?
-Pues mira, no lo sabía. Oye, ¿cuánto quieres por el conejo?
-¿Yo? El conejo no se vende, compadre. ¿No ve usted que con este no necesito criada? Ustedes los ricos, porque se la podéis pagar, pero nosotros...
-Véndemelo, hombre. Te pago lo que tú me pidas.
-Está bien. Ya que insiste. Lo hago por ser usted, que si no. Bueno, deme cincuenta duros antes que me arrepienta.
En seguida el compadre rico le dio los cincuenta duros y se fue con su conejo a su casa. Llegó la mar de contento y le dice a su mujer:
-Mira, mujercita. He hecho un negocio estupendo. Por cincuenta duros le he comprado a mi compadre este conejo que hace mandaos.
-¿Cómo dices?
-Que sí, mujer, ya lo verás. Mira, hace tiempo que quiero invitar a comer en casa al señor alcalde. Así que vas a preparar una buena comida y yo le mando avisar con el conejo.
-¡Anda, conejito, llégate corriendo a casa del señor alcalde y dile que lo invitamos a almorzar!
El hombre puso el conejo en la puerta de la casa y el animal salió de estampida.
-¿Has visto, mujer, la prisa que se da?
-La prisa, sí. Otra cosa... No sé por qué me parece a mí que esto es como lo del burro que cagaba pesetas.
-¡Quita, mujer! ¿Cómo va a hacerme a mí eso mi compadre? Eso te lo hizo a ti, porque eres tonta.
Pasó un buen rato y llegó la hora de la comida. El labrador rico no hacía más que asomarse a la puerta, a ver si venía el conejo o el alcalde, y como no veía nada, se metía para adentro cada vez más mosca.
-¿No te lo dije yo?
-Ten paciencia, mujer, ten paciencia.
Pero pasó otra hora, y ya era casi por la tarde, y ellos sin comer, ¡con un hambre!, esperando que apareciera el alcalde o el dichoso conejo. -Anda, que eres todavía más tonto que yo -dijo la mujer. Entonces el marido pegó un brinco y dice:
-¡Ahora mismo se va a enterar el compadre de quién soy yo! –y salió echando pestes, dispuesto a lo que fuera.
Pero el compadre, que sabía de sobra lo que iba a pasar, lo estaba esperando con otra de las suyas. Había comprado dos vejigas de ternera, las llenó de sangre, y le dijo a su mujer:
-Tú métete eso debajo del delantal, mientras yo me hago el dormido.
A esto que llega el compadre rico hecho una furia:
-¿Dónde está tu marido, que lo rajo ahora mismo?
-¡Ay, por Dios! Serénese usted, compadre, que le va a dar algo.
Mi marido está echando la siesta, y se despierta de muy mal humor.
Así que yo no me atrevo a despertarlo, porque tiene un pronto que la puede pagar conmigo.
-¡Entra ahora mismo y despiértalo, que no respondo de mí!
-Bueno, hombre, bueno. Pero es que yo, ni me atrevo a entrar. Desde aquí mismo lo llamo: ¡Marido! ¡Mariiiido!
Entonces salió el otro como muy enfadado y con un cuchillo en la mano:
-¿No te he dicho que no me despiertes cuando estoy durmiendo la siesta? ¡Ahora verás!
Y se fue para su mujer y le pegó dos puñalás en la barriga. Claro, al momento, ¡unos chorros de sangre! Y la mujer que pega un chillío y se tira al suelo, como si estuviera muerta.
-¡Compadre, qué bestia eres! -dice el rico.
-No te preocupes, hombre. No es la primera vez que pasa. Cogió una guitarra y se puso a tocarla a la que estaba en el suelo.
-¿Pero qué haces? ¿Te has vuelto loco? ¿Encima vas a tocarle la guitarra?
-Espera, hombre, ya verás. Le toco tres fandangos y ya está.
Al momentillo empezó la otra a menear el pescuezo, haciendo como que revivía. Y ya se levantó tan fresca.
-Compadre, ¿cuánto quieres por la guitarra?
-¿La guitarra? Eso sí que no. ¿No ves que mato muchas veces a mi mujer? Si no fuera por la guitarra, ya estaría viudo. Ni hablar.
-Venga, hombre, no seas así. Acuérdate de que he sacado de pila a casi todos tus hijos y que los quiero como si fueran míos.
-Bueno, hombre, me estás tocando el corazón..., y eso ya... Venga, ¡cincuenta duros y no se hable más!
Pagó religiosamente el rico sus cincuenta duros y se presentó en su casa la mar de contento con la guitarra.
-Y ahora... ¿qué significa esa guitarra?
-Calla, mujer, que por cincuenta duros le he comprado a mi compadre esta guitarra que resucita a los muertos.
La mujer, nada más oír aquello, salió corriendo como alma que lleva el diablo, pero el marido salió corriendo también detrás de ella con un cuchillo, diciéndole:
-¡No corras, mujer, si no te va a pasar nada! ¡Ya lo verás! Hasta que la alcanzó y le clavó el cuchillo dos o tres veces. Al momento la otra, muerta.
Se pone el rico a tocar la guitarra, un fandango, dos y tres. Pero nada; la muerta, muerta. Otro fandango, y otro y otro, y la mujer, la pobre, sin moverse del suelo. Y allí se quedó.
El otro se tiraba de los pelos y daba gritos, jurando vengarse. Reunió a unos cuantos amigotes, les explicó lo que había pasado y fueron a por el compadre. Esta vez no le dio tiempo de preparar ninguna artimaña,
y cuando se presentaron los otros se dejó coger. Fueron y lo metieron en un saco, armando mucho jaleo, como que iban a tirarlo al río. Al pasar por la taberna, dice el rico:
-Os convido a una copa por la muerte de este maldito.
Todos se metieron en la taberna y dejaron el saco en la calle. A esto que pasó el pastor de cabras, que llevaba el ganado al monte, cuando oye gritar al del saco:
-¡Socorro, sacadme de aquí! ¡Sacadme de aquí!
Se acercó el pastor y le preguntó que qué le pasaba.
-Es que quieren casarme con la hija del rey y yo no quiero -contestó el otro.
-Venga, hombre, no seas así. Acuérdate de que he sacado de pila a casi todos tus hijos y que los quiero como si fueran míos.
-Bueno, hombre, me estás tocando el corazón..., y eso ya... Venga, ¡cincuenta duros y no se hable más!
Pagó religiosamente el rico sus cincuenta duros y se presentó en su casa la mar de contento con la guitarra.
-Y ahora... ¿qué significa esa guitarra?
-Calla, mujer, que por cincuenta duros le he comprado a mi compadre esta guitarra que resucita a los muertos.
La mujer, nada más oír aquello, salió corriendo como alma que lleva el diablo, pero el marido salió corriendo también detrás de ella con un cuchillo, diciéndole:
-¡No corras, mujer, si no te va a pasar nada! ¡Ya lo verás! Hasta que la alcanzó y le clavó el cuchillo dos o tres veces. Al momento la otra, muerta.
Se pone el rico a tocar la guitarra, un fandango, dos y tres. Pero nada; la muerta, muerta. Otro fandango, y otro y otro, y la mujer, la pobre, sin moverse del suelo. Y allí se quedó.
El otro se tiraba de los pelos y daba gritos, jurando vengarse. Reunió a unos cuantos amigotes, les explicó lo que había pasado y fueron a por el compadre. Esta vez no le dio tiempo de preparar ninguna artimaña,
y cuando se presentaron los otros se dejó coger. Fueron y lo metieron en un saco, armando mucho jaleo, como que iban a tirarlo al río. Al pasar por la taberna, dice el rico:
-Os convido a una copa por la muerte de este maldito.
Todos se metieron en la taberna y dejaron el saco en la calle. A esto que pasó el pastor de cabras, que llevaba el ganado al monte, cuando oye gritar al del saco:
-¡Socorro, sacadme de aquí! ¡Sacadme de aquí!
Se acercó el pastor y le preguntó que qué le pasaba.
-Es que quieren casarme con la hija del rey y yo no quiero -contestó el otro.
-¿Y qué puedo hacer yo?
-Si quieres, métete en el saco y te casarás con la hija del rey, porque ha dicho el rey que así lo hará con el primero que aguante un viaje de aquí a Madrid metido en un saco.
-Pues yo he de casarme con la hija del rey -dijo el pastor.
Desató el saco, salió el compadre pobre y se metió el pastor. El otro entonces volvió a atar el saco y se fue con las cabras. Salieron de la taberna los otros, bastante bebidos, cargaron con el saco y al llegar al río lo tiraron. Claro, el pobre pastor se ahogó.
Ya volvían para el pueblo otra vez, cuando al ratito oyen venir un rebaño de cabras. Miran para atrás y ven al compadre pobre tan jirocho con la piara. Todos estaban maravillados, y el rico más que ninguno, que no podía ni hablar. Conque va otro y dice:
-Oye, ¿pero no hace un momento que te tiramos al río?
-Sí, ya lo creo. Pero miren ustedes si hay cabras y carneros dentro del agua, que cuanto más hondo, más cabras se sacan.
Los otros se acercaron a la orilla y vieron reflejadas todas las cabras en el agua, y como estaban medio borrachos, pues allá que van y empiezan a tirarse. El primero, el compadre rico, y como ninguno sabía nadar, pues allí estarán todavía buscando cabras en el agua.

Y colorín colorao, este cuento se ha acabao.

0.003.1 anonimo (españa) - 075

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