Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 4 de enero de 2015

Los animales agradecidos

Érase una vez un caballero que salió por el mundo a buscar la vida y las aventuras. Yendo por un camino, se encontró con cuatro animales: un león, un galgo, un águila y una hormiga, que estaban disputándose una res muerta. Cuando los animales vieron al caballero, le pidieron que les hiciera el reparto de la res. El caballero accedió y le entregó la cabeza a la hormiga, los huesos al galgo, la carne al león y las tripas al águila.
Quedaron muy conformes los cuatro animales y se dispusieron a comer cada uno su parte. Cuando ya hacía un rato que el caballero se había marchado, dijo el galgo:
-¡Hay que ver! ¡Después del favor que nos ha hecho ese hombre, ni siquiera le hemos dado las gracias! Deberíamos pedirle que volviera.
-Está bien -dijo el león; que vaya el águila, que antes lo alcanzará.
El águila echó a volar y, cuando alcanzó al caballero, le dijo que habían decidido agradecerle lo que había hecho por ellos, y que volviera. El hombre dijo que sí. Por el camino iba pensando: «Ahora que ya se han comido la res, seguramente querrán acabar conmigo». Pero se equivocó. Cuando llegó a donde estaban los cuatro animales, el león le dijo:
-Toma un pelo de mi melena y llévalo siempre contigo. Cuando quieras volverte león, no tienes más que decir: «¡Dios y león!», y en seguida león te volverás.
El águila le entregó una pluma y le dijo también:
-Cuando quieras volverte águila, no tienes más que decir: «¡Dios y águila!».
Y también el galgo le entregó un pelo suyo y le dijo:
-Cuando quieras volverte galgo, no tienes más que decir: «¡Dios y galgo!».
Por fin la hormiga le dijo:
-Todo lo que tengo me hace falta, pero toma este cuernito, y, cuando quieras convertirte en hormiga, no tienes más que decir: «¡Dios y hormiga!», y en hormiga te convertirás.
Siguió el caballero su camino y andando andando llegó al castillo de un gigante que tenía a una princesa encantada. La princesa se hallaba asomada a un balcón y le contó al caballero cuál era su suerte. El caballero quiso saber qué tendría que hacer para desencantarla, pero en esto llegó el gigante, y el caballero, para no ser visto, dijo: «¡Dios y hormiga!», y se volvió hormiga. Por una reja de la puerta se metió en el castillo. Por la noche llegó a la habitación donde dormía la princesa y dijo: «¡Dios y hombre!», y otra vez se volvió hombre. La princesa se asustó tanto al verlo, que dio un grito. Entonces acudió el gigante, pero antes de que entrara en la habitación ya el caballero se había vuelto otra vez hormiga.
El gigante dijo:
-¡A carne humana me huele! ¡Si no me la das, te mato! Pero, como no veía a nadie, se marchó.
De nuevo la hormiga se volvió hombre y estuvo tres noches hablando con la princesa, tratando de averiguar cómo podría desencantarla a ella y a todo el castillo.
Un día, estando la princesa espulgándole la cabeza al gigante, le preguntó:
-¿Y cómo es para no estar yo aquí?
El gigante no quería decírselo, pero tanto insistió ella, que al fin se lo reveló:
-A catorce mil leguas de aquí hay una laguna en medio de un bosque, y en la laguna, una serpiente. Hay que matar a la serpiente y abrirla. De ella saldrá una liebre. De la liebre hay que sacar una paloma, y de la paloma un huevo, que contiene mi vida. Hay que estrellar el huevo en mi frente, y entonces moriré.
La princesa, muy desanimada, fue y le dijo al caballero:
-Siempre estaré encantada, por todo lo que hay que hacer para desencantarme.
Y le explicó lo que le había dicho el gigante.
-Yo traeré ese huevo -dijo el caballero, y se marchó.
Después de mucho andar se encontró con una muchacha que estaba cuidando unas cabras muy flacas. Se acercó y le preguntó:
-¿Por qué están estas cabras tan flacas? Y contestó la muchacha:
-Porque hay por aquí cerca una laguna y en la laguna una serpiente que viene de vez en cuando y se come todas las cabras gordas.
El caballero habló con el padre de la pastora y le pidió que le dejara a él cuidar las cabras.
Por fin una tarde apareció la serpiente, y el caballero dijo: «¡Dios
y león!», y se convirtió en león. En seguida se puso a luchar con la serpiente y lucharon durante mucho rato, hasta que la serpiente pidió tregua y dijo:

«¡Oh, quién tuviera un vaso de agua fría,
que pronto la vida te quitaría!».

Y el león dijo:

«¡Si yo tuviera un pan caliente
y el beso de una doncella,
yo te daría la muerte,
serpiente fiera!».

Y así una y otra vez, sin dejar de pelear a cada rato. La pastora, que estaba presenciando lo que ocurría, fue y se lo contó a su padre:
-Está bien, hija -dijo el padre. Mañana, cuando estén peleando, le acercas a ese caballero un pan que acabaremos de cocer y le darás un beso, a ver si es verdad que puede con la serpiente.
Así lo hizo la pastora. Cuando estaban peleando el león y la serpiente, se acercó ella por detrás y le metió al león un trozo del pan en la boca y le dio un beso. Inmediatamente el león mató a la serpiente. Cuando fueron al padre, este dijo:
-Muy bien. Ahora, como mi hija te ha dado el beso, te casarás con ella.
Pero el muchacho dijo que no podía ser de ninguna manera y se fue. Regresó a donde estaba la serpiente muerta y con un cuchillo la abrió por la mitad. Salió una liebre, que echo a correr. Pero el muchacho dijo: «¡Dios y galgo!», y se volvió un galgo, que se puso a correr detrás de la liebre hasta que la alcanzó y la mató. Dijo entonces: «¡Dios y hombre!», y otra vez se convirtió en hombre. Le rajó la barriga a la liebre y salió una paloma, que echó a volar. El caballero dijo: «¡Dios y águila!», y se convirtió en águila. Se puso a volar y en seguida alcanzó a la paloma. Se convirtió otra vez en hombre, abrió la paloma y le sacó un huevo que tenía dentro.
El caballero regresó al castillo encantado. Se convirtió otra vez en hormiga, llegó a la habitación de la princesa, y le entregó el huevo. Al día siguiente la princesa se puso a espulgarle la cabeza al gigante, como si tal cosa, y, cuando más descuidado estaba, le estrelló el huevo en la frente y el gigante se murió. Al momento todo quedó desencantado. El castillo se convirtió en un palacio muy hermoso, y la princesa y el caballero se casaron y vivieron felices y comieron perdices, y a mí no me dieron porque no quisieron.


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