Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 4 de enero de 2015

El viaje del principe atila hacia el fin del mundo

Erase una vez un rey que tenía un hijo llamado Atila. Un día llamó a los sabios del reino y les dijo:
-¿Cómo puedo poner a prueba a mi hijo para saber
si es realmente valiente y digno de sucederme como rey? Uno de los consejeros dijo:
-Mándalo a buscar el jardín mágico donde crecen las manzanas de la vida y que traiga una para su Majestad. Otro dijo:
-Envíalo a buscar el anillo de la verdadera felicidad. Y un tercero dijo:
-El príncipe debe traer el espejo de la verdad del palacio del rey Mendoza que vive en el reino del fin del mundo.
Así fue como el rey despidió a sus cortesanos y envió por su hijo. Cuando Atila se presentó ante él, le dijo:
-Hijo mío, ahora, a fin de probarte quiero que salgas al mundo y que me traigas una manzana del jardín de la vida, el anillo de la verdadera felicidad y el espejo de la verdad del reino del fin del mundo.
El príncipe, de inmediato, consintió en ir en busca de estas cosas maravillosas y el rey dio una gran fiesta en honor de la partida de su hijo.
Esa noche el príncipe yacía agitado en su lecho preguntándose cómo realizar tan extraño viaje cuando, de repente, una luz brillante surgió en un rincón de su cuarto y allí, en medio de la luz, vio una forma brillante y fantástica.
-No tengas temor de mí -dijo la centellante y hermosa criatura, soy tu hada protectora y estoy aquí para ayudarte en las tareas que tu padre te ha impuesto.
Atila se incorporó en el lecho y abrió los ojos, mudo de asombro.
-Estas tareas no son tan difíciles como tú supones -continuó diciendo el hada, duerme bien esta noche y, mañana cuando partas, yo te protegeré.
El hada sonrió, y puso en su mano una cadena de plata con un talismán mágico.
-Ponte esto alrededor del cuello, Atila, y cuando me necesites, frótalo tres veces.
Antes de que Atila pudiera darle las gracias, desapareció.
A la mañana siguiente, el príncipe salió a caballo del patio del castillo con gran excitación, ya que nunca antes había salido del reino de su padre y tenía todo el mundo por delante.
Cabalgó y cabalgó y cabalgó, y el hada siempre fue hacia él cada vez que necesitaba saber qué camino tomar. Durante tres días cabalgó, durmiendo junto a su caballo cuando llegaba la noche.
Por fin llegó a un país desconocido y vio en el valle un jardín rodeado de murallas. Galopó hasta llegar a una pesada puerta en la muralla del jardín que se abrió cuando la tocó. Ató las riendas de su caballo a la puerta y vagó por el huerto donde los manzanos mostraban sus ramas cargadas de fruta. Miró en derredor y en ese instante la voz del hada protectora volvió nuevamente a su oído:
-Toma una de las manzanas, éste es el jardín mágico donde crecen las manzanas de la vida.
Atila estiró la mano y tomó una manzana roja y brillante. En ese momento tina gran cantidad de pequeñas criaturas voladoras zumbó a su alrededor picándolo furiosamente en las manos, la cara y el cuello. Frotó el talismán y gritó:
-¡Socorro! ¡Socorro!
Inmediatamente las criaturas desaparecieron y todas las pica-duras dejaron de dolerle. Rápidamente montó y cabalgó y cabalgó hasta dejar muy lejos el jardín mágico. Sólo entonces suspiró con alivio. Había pasado la primera prueba y la manzana de la vida estaba ya en su bolsillo.
Ahora cabalgaba por el paisaje más hermoso que hubiera podido imaginar, con capullos en flor en todas partes y un arroyo de plata corriendo entre márgenes cubiertas de musgo. Bajó de un salto para beber del arroyo y su caballo también sació su sed. El caballo comenzó a mordisquear un delicioso pasto verde y el príncipe comenzó a sentir mucha hambre. Tres bonitas niñas vinieron con canastos de ropa lavada y la extendieron sobre los arbustos a secar.
En cuanto vieron al príncipe dejaron todo y se le acercaron.
-¿Podríais decirme dónde puedo encontrar alojamiento para pasar la noche? -dijo el príncipe Atila. Mi caballo y yo estamos muy cansados.
Entonces la niña más pequeña lo llevó colina arriba y le mostró una granja donde podía quedarse por un tiempo.
Esa noche, mientras el granjero y su mujer estaban con el príncipe sentados a la mesa, se oyó golpear a la puerta.
-¿Quién podrá ser a estas horas de la noche? -dijo el granjero y fue a abrir.
En la puerta había un anciano mendigo empapado por la lluvia.
-Entre abuelo, entre rápido y caliéntese en el fuego -exclamó el granjero, y la buena esposa le dio una taza de caldo. Luego lo envolvieron en una manta caliente y se durmió junto al fuego cuando los demás se fueron a la cama.
El príncipe Atila tenía un cuarto pequeño que daba a la cocina y en medio de la noche le despertó el sonido de alguien quejándose. Se levantó y fue a la cocina donde vio al anciano tendido muy enfermo. La voz del hada protectora susurró en su oído:
-La manzana de la vida, dále la manzana de la vida.
Entonces Atila sacó de su bolsillo la preciosa manzana. Le dio al anciano un mordisco y luego otro y en cuanto terminó de comer la manzana el anciano pordiosero dejó de quejarse y súbitamente se produjo en él un cambio milagroso. Sus ojos se volvieron brillantes, su pelo se volvió negro, sus miembros se volvieron fuertes y se levantó con un aspecto cincuenta años más joven que diez minutos antes.
-Gracias príncipe Atila -le dijo, a cambio de tu bondad te daré algo: el anillo de la verdadera felicidad que sé que estás buscando.
Y Atila vio que tenía en la mano un anillo de oro con una piedra de ópalo de extraño brillo.
-Pero ¿cómo sabes quien soy? -dijo Atila, ¿eres un mago?
-No. Fui mandado aquí por tu hada protectora para traerte este anillo que he tenido durante muchos años. Ahora, como me has dado la manzana de la vida, podré seguir mi búsqueda, que es secreta, durante otros cincuenta años.
A la mañana siguiente cuando el príncipe se despertó, el viajero había partido. El granjero y su mujer trataron de convencer al joven para que se quedara más tiempo con ellos, pero él decidió partir hacia el reino del fin del mundo. Así que les dio una pieza de oro, les agradeció su hospitalidad y se alejó en su caballo. Atila dejó que su caballo lo llevara más y más lejos hasta que llegaron a un lugar totalmente desolado, con montañas hasta donde llegaba la vista. Por la noche encontraron refugio en una gran caverna y, en la oscuridad de la misma, el hada protectora volvió a aparecérsele al príncipe.
-No estás lejos del fin del mundo, Atila, mañana atravesarás la montaña y llegarás al palacio del rey Mendoza. Yo te ayudaré a obtener el espejo de la verdad y a volver a tu propio país.
Luego desapareció.
A la mañana siguiente cuando el príncipe despertó, el sol brillaba alto en el cielo. El caballo lo llevó a través de un angosto sendero, con enormes rocas como torres a los lados y en la distancia, vio un castillo gigante colgado de la cima de la montaña, justo en el fin del mundo. Había en él cien torres y en cada una brillaba una estrella dorada. El camino hacia el castillo era difícil, pero Atila llevó su cabalgadura con cuidado a lo largo de la senda, y pronto ante ellos aparecieron las doradas puertas del castillo del rey Mendoza.
-¿Qué es lo que deseas? -dijo el capitán de la guardia cuando el príncipe golpeó el gran llamador en forma de cabeza de león.
-He venido a ver al rey Mendoza -dijo Atila valientemente, y el principal consejero del rey llegó para llevarlo ante el rey, porque el rey había visto la llegada de Atila en el mágico espejo de la verdad, hacía unos minutos. El rey Mendoza estaba sentado en su trono de marfil labrado, pero no se le veía feliz. Le dijo a Atila:
-Vivo en este castillo dorado y tengo una cámara del tesoro llena de joyas, mis establos están llenos de caballos magníficos y mis dominios son los más ricos de la tierra y sin embargo no conozco la paz del espíritu, ¿por qué?
-Majestad -dijo Atila quitándose el anillo de la verdadera felicidad, ponte esto y te dará lo que no tienes.
En cuanto el anillo tocó el dedo del rey Mendoza, el rey sintió la felicidad en cada vena de su cuerpo y en cada cabello de su cabeza. Saltó del trono y gritando exclamó:
-Tendrás lo que quieras, cualquier cosa que nombres que esté en mi reino, porque ahora soy el hombre más feliz del mundo.
-¿Podrías darme el espejo de la verdad? -dijo Atila. Y el rey de inmediato contestó:
-¡De todo corazón!
Atila se quedó unos días en el reino del fin del mundo y fue homenajeado durante siete días y siete noches, y finalmente partió rumbo a su hogar con el espejo de la verdad en su alforja.
Viajó durante muchos días por el largo camino de regreso hasta que estuvo cerca de su casa. A pocas millas de su palacio, vio un enorme dragón en la senda y notó que la bestia tenía entre sus fauces a una joven. Frotó tres veces su talismán y, de pie sobre los estribos con la espada desenvainada, cargó sobre la criatura gritando con todas sus fuerzas. Con un poderoso golpe mató al dragón que cayó muerto. La joven que había salvado era la hija de un carbonero y se lo agradeció de todo corazón.
-Ven -dijo el príncipe, sube delante de mí en el caballo y te llevaré a tu casa.
Y decidió que nunca jamás había visto una joven tan hermosa, por lo que le pidió que fuera su esposa.
Así que cabalgaron alegremente hacia el palacio, pero todas las casas estaban cerradas y los comercios también, y nadie llegó a saludar al príncipe que volvía a su hogar. Las puertas del palacio estaban herméticamente cerradas y por más que el príncipe las golpeó con todas sus fuerzas, permanecieron sin abrirse. Entonces, sacó el espejo de la verdad de sus alforjas, miró en él y vio que toda la gente de la ciudad estaba mortalmente asustada de la gran bestia que acababa de matar.
Entonces gritó mientras agitaba su espada:
-¡Salgan! !Salgan de sus casas y sus comercios y abran el palacio, el dragón está muerto! ¡He matado al dragón!
De inmediato, todo el pueblo salió corriendo de sus casas y comercios y todos se alegraron al verle de regreso y le llevaron en volandas hasta el palacio. La hija del carbonero se perdió entre la multitud pero el príncipe muy pronto la encontró y la llevó ante su padre. El rey estaba muy feliz de volverlo a ver; le felicitó por su hermosa prometida y dijo:
-¿Y qué pasó con la manzana de la vida, y el anillo de la verdadera felicidad y el espejo de la verdad?
Entonces Atila le contó a su padre toda la historia, de principio a fin, sin olvidar un solo detalle y le dio el espejo de la verdad.
Dijo el rey:
-Mi querido hijo, me has traído lo mejor que pueda poseer un ser humano, aun cuando sea un rey. Porque sin la verdad, ¿qué es la felicidad?, ¿qué es la vida?


0.187.1 anonimo (asia) - 065

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