Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 4 de enero de 2015

El principe de la oscuridad

Había una vez, en la ciudad de Damasco, un orfebre. Hacía piezas de joyería tan finas que su fama se esparció, llegando hasta los oídos de Eblis, el Malvado.
Un día, el orfebre estaba sentado en su taller, terminando las alas de una mariposa dorada, cuando vio al Malvado que miraba por la ventana.
-¡Alá, ten piedad de mí! -gritó el orfebre. ¿Ha llegado ya mi última hora?
La puerta se abrió, como si la empujaran manos invisibles, y la alta figura, cubierta con un manto negro, entró. El Malvado sonrió y dijo:
-Buen hombre, no temas; no he venido por ti. Sólo miraba tu maravillosa artesanía. Aun en las regiones profundas he oído hablar de tus exquisitos trabajos. Me gustaría llevarme algunas muestras. ¿Podrían ser éstas, las pocas piezas que tienes en el escaparate?
-¡Claro! ¡Por supuesto! ¡Llévese todas las que quiera! -dijo el orfebre complacido.
Estaba tan contento de que el Malvado no se lo llevara, que le hubiera dado cualquier cosa.
-Se las envolveré para que se las lleve en seguida. Hay un oso con piedras preciosas, un pez dorado con ojos de rubí, y un collar digno de un...
-No, no -opuso el Malvado impaciente, no las quiero ahora. Vendré a por ellas en otro momento.
Guarda para mí todo lo que hay en el escaparate, aunque tarde años en regresar. ¿Me lo prometes?
-Lo prometo -dijo el orfebre.
Y el Malvado desapareció.
-¿Con quién hablabas? -le preguntó su esposa, al darle un vaso de agua helada.
Él contestó:
-Querida, era nada menos que Eblis, el maldito Príncipe de la Oscuridad. Me hizo prometerle que le guardaría todo lo que está en el escaparate, que recogerá cuando lo crea conveniente. Aunque me apena por mis piezas de artesanía, estoy muy agradecido porque, gracias a la misericordia divina de Alá, no me llevó al infierno.
-¿Todo lo que está en el escaparate? -preguntó la esposa.
-Eso fue lo que dijo el Malvado -contestó el orfebre.
En ese momento, la mujer se golpeó la cabeza con ambas manos y comenzó a llorar, mientras decía:
-¡Nuestra hija ha estado jugando en el escaparate, y eso quiere decir que el Malvado quiere llevársela también cuando regrese!
El orfebre corrió a mirar, y vio que su hija estaba jugando inocentemente con los juguetes dorados que había puesto en exhibición.
-Rápido, mujer -le dijo, ve a la tienda del mercader y tráeme una onza de plata virgen.
Su mujer hizo lo que se le pedía, y trajo la plata mientras lloraba y enjugaba sus lágrimas con un pañuelo.
El orfebre entró en su taller y, tomando de un estante el Sagrado Corán, leyó el Verso del Trono. Luego, golpeó la plata con un martillo, hasta que quedó tan delgada como un papel, y grabó un talismán para que su hija se lo pusiera alrededor del cuello.
Sabía que un talismán tenía más poder si era de plata, y le dijo a su hija que nunca debía quitárselo porque entonces Eblis podría llevársela.
Pasaron los años y el Malvado no venía. El orfebre y su esposa casi lo habían olvidado cuando, de improviso, el Malvado apareció nuevamente en el taller.
-He venido por los tesoros que me prometiste -dijo el Malvado. La niña debe tener ahora unos diecisiete años, ¿no es así?
-Sí -dijo el orfebre, pero cambia de opinión sobre mi hija, ¡oh, poderoso Eblis! Es la única que tenemos a nuestra edad. Te suplico, por favor, que no te la lleves. Llévame a mí. Yo estoy más allá de los placeres de la vida, pero ella es joven. ¡Llévame a mí, Gran Príncipe de la Oscuridad!
-No, no, no. No podría hacer eso -dijo el Malvado, apartando a un lado las bellas figuras doradas que el orfebre le entregaba. La quiero a ella especialmente...
El orfebre mandó a un sirviente para que pidiera a su hija que viniese lo antes posible.
Sucedió que la niña, cuyo nombre era Zorah, se estaba bañando y, en su prisa por hacer la voluntad de su padre, cuando se vistió olvidó ponerse el collar con el talismán. Corrió al taller, pero había algo en el oscuro extranjero alto que estaba con su padre que la hizo retroceder.
-Zorah, mi niña -dijo el orfebre, éste es Eblis, el Poderoso Gobernante de las regiones profundas. Ha venido a llevarte con él -y, pensando que su hija estaba protegida por el talismán de plata, continuó-. Pero como tienes tu talismán alrededor del cuello, no tienes que ir, no tengas miedo.
-¡Cómo! -gritó el Malvado. ¿Te atreves a engañarme? ¡No permitiré que me robes de esa forma!
Y alargó su brazo para agarrar a la niña de la ropa, pero ella corrió tan rápidamente que su velo se enganchó en sus dedos, que eran como una garra.
Zorah corrió tan de prisa como pudo, y encontró el talismán que estaba junto al estanque donde se bañaba. Se lo puso e, inmediatamente, quedó protegida contra el Malvado.
Eblis dio un grito de rabia y dijo al orfebre:
-¡Muy bien! Ahora me retiro, pero regresaré a por tu hija dentro de siete días. Recuérdalo.
Y se esfumó, para hacer ciertos arreglos con sus demonios.
El orfebre pensó entonces el siguiente plan: haría un modelo de cera de su hija y escondería una máquina dentro de su cuerpo para que caminara y hablase como un ser humano.
Trabajó secretamente en el proyecto durante siete días y siete noches hasta que hizo una réplica perfecta de Zorah, tan igual a ella que hasta su madre apenas podía notar la diferencia.
Habiendo mandado a la niña a casa de una tía suya que residía en un pueblo cercano, el orfebre esperó a su diabólico visitante.
Como era de esperar, mientras estaba sentado en su taller, el Malvado apareció una vez más, y dijo:
-Trae aquí a tu hija ahora mismo sin su talismán o enviaré a mis demonios para que quemen tu casa. No estoy de humor para bromas en este momento.
El orfebre introdujo su cabeza tras las cortinas que conducían a los aposentos de las mujeres, y dijo:
-Zorah, hija mía, ven aquí enseguida, pues el poderoso Eblis, Príncipe de la Oscuridad, ha venido a por ti.
Cuando la mujer del orfebre escuchó las palabras de su marido, dio una vuelta a la llave que estaba en la espalda de la preciosa muñeca de tamaño natural y arregló el velo rosado de su cabeza.
-Escucho y obedezco -dijo con una voz suave, mientras abría las cortinas, dando a la muñeca un ligero empujón. Entonces, se escondió y esperó.
El orfebre contuvo su respiración cuando la hermosa criatura entraba en el cuarto.
Cuando Eblis, el Malvado, vio la figura con su velo, dijo:
-Hermosa mortal, ven a mí ahora, para que te lleve a mi maravilloso Reino de la Oscuridad. Serás mi reina de la noche eterna.
Le quitó el velo rosado, y vio un par de pestañas que con modestia se cerraban. La voz de la muñeca murmuró suavemente.
-Oigo y obedezco, Príncipe de la Oscuridad.
Así fue como el Malvado arrebató la imagen, llevándola en brazos hasta las regiones profundas.
Sucedió que, esa noche, hubo una gran fiesta en el Reino del Fuego Inextinguible. Eblis había dado instrucciones previas a sus demonios, a fin de que prepararan los mayores refinamientos para la diversión de aquella noche.
La comida fue maravillosa; el vino, perfecto; la música, alegre; pero, desafortunadamente, el fuego era demasiado ardiente.
Mientras el Malvado estaba sentado bebiendo alegremente en su trono de ébano, la doncella de cera comenzó a derretirse, cayó en las llamas y fue devorada por ellas en un instante. Los demonios se quedaron sorprendidos, y se reclinaron sobre sus tridentes, preguntándose cómo tomaría la pérdida su demoníaco amo.
Sólo descansaron cuando le oyeron gritar.
-Bueno, estos humanos son muy frágiles. La maldita niña sólo ha estado con nosotros un tiempo muy corto. ¿Qué oportunidad tenía de durar, aquí abajo, como mi esposa por toda la eternidad? 
Me había equivocado. ¡Alimenten el fuego!
La fiesta se hizo más alegre, y el vino fluyó, mientras el fuego rugía con más fuerza que nunca. La diversión continuó hasta muy tarde, y el Malvado nunca más pensó en Zorah, la hija del orfebre.


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