Era
el cumpleaños de mamá y Sara había salido con su abuela a escoger
un regalo. Pero Sara estaba empeñada en regalarle a su madre algo
diferente, algo que hubiera hecho ella sola, sin ayuda de ninguna
persona mayor. Decidió dibujarle una tarjeta de felicitación.
Sacó
todas sus pinturas y pintó un arbusto de acebo de un verde
brillante, salpicado de bolitas rojas.
Sara
pensaba que era un dibujo precioso, aunque no le había quedado muy
bien, porque siempre había oído a mamá decirle a papá, sobre todo
cuando se le quemaba la comida, que nadie es perfecto.
Después
recordó que siempre hay que escribir algo en las felicitaciones.
Para ella, que todavía no sabía escribir bien, era algo difícil
pero escribió lo mejor que pudo: «Felicidades, mamá.» Aunque lo
que en realidad escribió fue: «Felizidades, mamá.» Pero a mamá
no le importó.
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anonimo cuento - 064
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