El
lión se consideraba el más poderoso como rey de la selva.
Había
una liona que tenía un lioncito, en las cordilleras, adentro, donde
viven los liones, en esas partes, donde hay selva. Bueno, y cuando ya
'taba grandecito el lioncito, le dice a la liona:
-Mamá
-dice-, yo soy el rey de la selva. Nosotro somo el rey de la selva.
Yo pego un bugido, como sea, acá todos disparan. Las liebres
disparan. Los pájaros, vuelan. Acá no queda nadie, todos se asustan
-dice. Yo quiero salir a recorrer el mundo.
-¿Y
pa dónde querés ir?
-Quiero
ir por ese arroyo abajo, allá, a ver qué lo que hay.
-Bueno,
una sola cosa te pido -dice. Tené cuidau con el animal hombre, de no
encontrarte.
-¿Qué
animal hombre? -dice. ¡Si a mí no me asusta nadie! Si somos el rey
de la selva. Aquí no hay quien me gane.
Bueno...
Le dice:
-Pero
tené cuidado siempre, por las dudas.
Bueno,
un día salió el lioncito, ya medio grandecito. Salió de la
Cordillera. Cordillera abajo, y encontró una yegua parida. Dice:
-Ajá,
éste debe ser el animal hombre. Vamos a ver.
-Y
se le arrimó medio cerca a la yegua, claro, tiende a disparar y el
potrillo miraba y patiaba, y qué sé yo. Y el lión se arrima no más
y pegó un salto. Qué, se le prendió del cogote al potrillo. Qué,
no hubo escapatoria, se lo voltió no más, y listo. ¡Aha!, contento
se iba a decirle a la madre. Y volvió pa la guarida.
-¡Ah!,
yo qué le decía; si el animal hombre era tan malo, allá vaya a
verlo cómo lo dejé. ¡Si esos son los malos!
Y
contó como había muerto al potrillo.
Y
le dijo el padre, que se dio cuenta:
-¡Ah!,
pero ése no es el animal hombre. Tené cuidau, ese no es el animal
hombre.
-¿Que
no? Entonce lo voy a buscar.
Entonce,
encaprichado, dice:
-Mañana
voy a volver a salir otra vez a buscar al animal hombre. Tengo ganas
de enfrentarme con el animal hombre.
Al
otro día salió otra vez por el arroyo abajo. Por allá encontró un
guey. El buey ya grande.
-Éste
debe ser el animal hombre.
Se
arrimó, se arrimó, y cuando quiso acordar pegó un salto. ¡Adiós
buey! Contento, victorioso, volvió otra vez allá, a buscar su
alojamiento. Y donde andaba el lión, siempre disparaban todos los
bichos que andaban por áhi. Bueno...
Llegó
a la casa de la madre y le contó. Y la madre le dice:
-No,
no es el animal hombre ése.
-¿Que
no? mañana salgo a buscarlo. Tengo que encontrarlo.
A
la mañana, salió como de costumbre. Siguió arroyo abajo, muy
contento, asustando a todo bicho que encontraba. Y encontró más
abajo que toriaban uno perros. Claro, los perros lo vieron, y
empezaban a los toridos. Pero, él iba dispuesto. Medio raro lo
hallaba a todo eso. Se arrimó. Y los perros veían. Y no eran
perros lioneros y disparaban. Siempre disparando para el lado de la
casa de ellos. Y dele torido, enojados. Y él iba muy tranquilo. Él
iba muy tranquilo dispuesto a todo. En eso sale el dueño de la casa
a mirar qué lo que pasaba. Y el lión muy tranquilo dispuesto como
de costumbre a la pelea.
-¡Un
lión! -dice el granjero, ¡ajá!
Marchó
pa dentro y se trajo la escopeta. Bueno, y el lión iba a peliarlo,
dispuesto como siempre. Y sale este hombre.
-¡Ajá,
macanudo! -dice.
Preparó
la escopeta, ¡paf! ¡A la pucha!, una pata
le rompió. Y salió ese lión que se las
pelaba pa la casa d'él, ¿no? Y llegó a lo de la liona, y la liona
le decía:
-Ése
es el animal hombre.
-Cómo
será -dice- entonce si con un grito que pegó me quebró una pata.
¡Cómo será si pega otro grito!
Carmelo
Crespo, 68 años. Villa Llanquín. Pilcaniyeu. Río Negro, 1971.
El
narrador ha nacido en la región en donde toda su vida se ha ocupado
como ganadero.
Cuento
577. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 048
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