Era
un hombre que se encontraba solo, viudo. Él cuidaba su casa y sus
animales, y tenía aves de toda clase.
Y
un día salió al campo. Ató el lazo a los tientos del recado, y
salió.
Andaba
lejo, adentro de una quebrada, qu'iba pasando por delante de un gran
peñasco, cuando sintió unos clamores.
-¡Ah!
-que dijo, ha de ser el alma de mi mujer
que necesita algo y me pide socorro.
Entonce
desató el lazo de los tientos, enlazó el peñasco, lu ató a la
cincha, y lo dio vuelta. De repente, se le presenta una serpiente y
lo quería comer. Y el hombre le alegaba a la serpiente que cómo lo
iba a comer si él le había salvado la vida, que no podía ser que
un bien con un mal se paga. Y ya tanto alegaron, tanto le rogó el
hombre, que buscaron un juez para que diera su opinión. Que al fin
consintió la serpiente, y siguieron viaje los dos.
Después
de un rato de caminar, encontraron un caballo, un mancarrón viejo,
que andaba a las renguiadas, y lo pararon. El hombre le dijo lo que
le pasaba, de la forma que había a la serpiente y que ahora se
lo quería comer, y que no podía ser cierto que un bien con un mal
se paga. Y entonce dijo el caballo:
-Sí,
es ciertísimo que un bien con un mal se paga. Cuando yo era nuevo y
lo servía, mi dueño me cuidaba muchísimo y me daba del mejor pasto
y agua clara, y me ponía a la sombra. Después me tuvo muchísimos
años de acá para allá. Ahora que estoy viejo y flaco, me echa a
los campos pa que me coman los pájaros y los gusanos.
-¡Has
visto! -le dice la serpiente al hombre, y áhi no más se lo quería
comer.
El
hombre le volvió alegar que no podía ser, y tanto le dijo que ese
juez no servía, que tenían que buscar otro, que al fin consintió
la serpiente, y siguieron viaje.
Ya
habían andau mucho, cuando encontraron un güey, y el hombre le
contó lo que le había pasado, que había encontrado a esta
serpiente aplastada por un peñasco y que la había salvado, y que
ahora se lo quería comer. Que él tenía que dar su parecer, porque
no podía ser que un bien con un mal se pague. Y entonces el güey le
dijo:
-Sí,
sí, es cierto que un bien con un mal se paga. Cuando yo era juerte,
trabajé para mi amo muchos años, de sol a sol, arando sus chacras.
Cuando ya me vio viejo y arruinado, me botó a los campos para que me
muriera. Acá me tienen sin ningún amparo, esperando morir, cáido
en alguna zanja, de hambre y de sé.
-¿Has
visto como tengo razón? -le dice la serpiente al hombre. Ahora te
voy a comer no más.
El
hombre le volvió a alegar que no podía ser, que eso no era razón,
que esos dos animales 'taban muy viejos y chochando, y que no sabían
lo que decían. Y güeno..., al fin consintió la serpiente que le
preguntaran a otro juez, y que éste iba a ser el último. Y que si
le daba la razón, lo comía. Siguieron otra vez.
En
eso que iban, encontraron una zorra. El hombre la llamó, pero no se
arrimó la zorra de miedo al pichicho que llevaba al lado. Pero
al fin, el hombre le explicó lo que querían y le contó que la
serpiente lo quería comer después que la había sacado de abajo del
peñasco.
La
zorra, siempre lejito, por si acaso, le dijo que ella no podía decir
quién tenía razón si no vía la forma en que 'staba la serpiente y
que eran todas las cosas, porque no les entendía bien lo que le
decían.
Entonces
volvieron para atrás. La zorra iba en l'anca del caballo del hombre,
y quería salvarlo con su picardía. Llegaron al lugar. Se enroscó
la serpiente, y el hombre enlazó el peñasco, le dio güelta otra
vez, y se lo dejó cáir bien encima de la serpiente. Y comenzó otra
vez los clamores, la serpiente, y le decía a la zorra que hablara
prontito.
Entonce
la zorra, cuando vio que no había cuidado que la serpiente se
moviera, le dijo al hombre que la deje no más apretada, por
desagradecida, y que se vaya. Entonce el hombre le dio las repetidas
gracias, y le dijo que pasara por su casa, que tenía muchas aves y
le gratificaría con algún cariñito.
Después
de unos días, la zorra se arrimó a las casas del hombre, y el
hombre le dio una gallina gorda. Después de un tiempo volvió, y el
hombre le hizo otro regalito. Pero la zorra no se conformó con eso,
y empezó a ir todas las noches y a llevarse por su cuenta las aves.
Al fin, el hombre se dio cuenta, cuando no le había quedado más que
un pavo rengo y un gallo pelado. Entonce la esperó a la noche, y
cuando se fue allegar, le largó los perros. Los perros la agarraron,
y cuando la 'staban matando, la zorra decía:
-¡Es
cierto que un bien con un mal se paga!...
María
Angélica Lucero, 21 años. La Carolina. Pringles. San Luis, 1948.
Muchacha
que trabaja en el servicio doméstico. Buena narradora. Aprendió el
cuento de la madre.
Cuento
601. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 048
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