Un
día, un ciervo se acercó a beber a un manantial de agua tan fresca
y tan clara que su imagen quedó reflejada en ella.
«Soy
increíblemente hermoso» -se dijo. Mi cornamenta es magnífica. Es
una lástima que mis patas sean tan endebles. Me gustaría tener unas
patas dignas de mi noble cabeza.
Un
cazador, cautivado por la fuerza del ciervo, sacó su arco y sus
flechas y apuntó hacia él. Pero el olfato delicado del ciervo captó
el peligro. Así que, cuando la flecha llegó al lugar donde se
encontraba, el ciervo estaba ya muy lejos. Cuando estuvo fuera de
peligro, el ciervo empezó de nuevo a criticar sus patas. Mientras
paseaba por la espesura, ensimismado, sus cuernos quedaron
enganchados en las ramas de un árbol y no consiguió soltarse.
Apareció
entonces, de nuevo, el cazador. Y, esta vez, la flecha sí dio en el
blanco. El ciervo había comprendido que, muchas veces, las cosas que
menos apreciamos pueden ser las más útiles.
0.999.1
anonimo cuento - 064
No hay comentarios:
Publicar un comentario