Timoteo
era, sin la menor duda, el hombre más perezoso del pueblo. Lo único
que sabía hacer era tumbarse al sol y roncar horas y horas.
-Ya
lo haré mañana -solía decirle a su mujer, que se mataba a trabajar
para llegar a fin de mes. Zurcía sus pantalones y arreglaba la casa
lo mejor que podía. Pero las paredes, casi en ruinas, empezaban a
derrumbarse y la mujer de Timoteo acabó odiando aquella choza. Así
que, una mañana, empaquetó sus pertenencias y abandonó a aquel
holgazán.
Cuando
Timoteo volvió a la hora de la comida, encontró sobre la mesa una
nota que decía: «Volveré cuando hayas encontrado trabajo y
arreglado la casa.»
«Ya
lo haré mañana» -pensó Timoteo.
Llegó
el día siguiente. Timoteo salió y se tumbó al sol como de
costumbre. De pronto, recordó que debía empezar a buscar un trabajo
y a reparar el tejado, pero hacía un día tan bonito que Timoteo
pensó: «Ya lo haré mañana.»
Llegó
la mañana siguiente y ocurrió lo mismo, y lo mismo al otro y al
otro... Timoteo nunca hizo nada por encontrar trabajo o arreglar la
casa y nunca más volvió a ver a su mujer.
Nunca
dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.
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anonimo cuento - 064
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