Cuando
el joven intentó darle las gracias a la princesa por haberlo
liberado, ella replicó, indignada, que no había liberado a nadie,
que se había limitado a acariciar a una ranita.
-Pero
princesa, la rana era yo. Un hada malvada me tenía hechizado.
-Entonces,
¡ya puedes ir convirtiéndote en rana otra vez!
-Si
prometéis acariciarme de nuevo -replicó el joven.
La
princesa aceptó y, al momento, el príncipe se convirtió en rana.
Pero, entonces, la rana exigió:
-Ya
que me acariciáis, prometedme también que os casaréis conmigo.
La
princesa Dora dio su palabra y, poco después, se celebraron en
palacio las suntuosas bodas.
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anonimo cuento - 064
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