El
príncipe reemprendió su marcha hasta llegar al castillo.
Reinaba
en él una intensa actividad, pues todo el mundo -señores y criados-
preparaba la Navidad. En aquel entonces, la gente predisponía su
ánimo para celebrar la gran fiesta. Así, señores y cocineros,
damas y doncellas, cada uno a su manera, se afanaban para que el
exterior brillara tanto como el interior.
El
príncipe fue a ver a su hermana a sus habitaciones. La encontró
presa de gran agitación: al limpiar su estatuilla favorita, la había
dejado caer sin querer. El príncipe vio la figurita rota que yacía
a sus pies y miró a su hermana.
-No
te disgustes -le dijo. Te regalaré una manzana de oro que simboliza
la Tierra y encierra todas sus leyes. Nunca podrás romperla.
Un
poco más tranquila, la princesa volvió a su tarea y, al poco, el
palacio quedó listo para recibir la Navidad.
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anonimo cuento - 064
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