La
última vez que vimos a Tito fue cuando era pastor de ciervos y la
carpa tuvo que echarle una mano con ellos. Aquella tarde, cuando
volvió al castillo, el rey frunció las cejas y le dijo:
-Mañana
tendrás que vigilar un centenar de liebres y si, cuando vuelvas por
la noche, te falta una sola, mandaré que te corten la cabeza.
Al
día siguiente, Tito llevó las liebres al campo que estaba junto al
río, pero se le escaparon más rápido aún que los ciervos. Tito se
veía ya ante el verdugo, con las manos atadas a la espalda. Después,
se acordó del silbato rojo que llevaba en el bolsillo. Intentó
hacerlo sonar para ver si funcionaba también con las liebres. Y así
fue. Las liebres acudieron al momento y se pusieron a pastar como
corderos.
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anonimo cuento - 064
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