En
la sala de audiencias, Santiago vio a un rey esquelético que
consolaba a su hija, también muy delgada.
-¿No
tenéis nada que comer? -preguntó.
-No
nos queda nada -respondió el rey. Las ratas atacaron la ciudad y,
después de comerse todo, se marcharon.
-Pero,
¿no os han dejado nada?
-Sólo
tenemos un pollo famélico y un grano de trigo. ¿De qué nos sirven?
-se lamentó el rey.
-¡Ordenad
que los traigan! -insistió Santiago.
El
monarca, extrañado, se apresuró a obedecer. Santiago echó un poco
de polvo mágico sobre el pollo y el grano que, al momento, se
multiplicaron por diez. Santiago repitió la misma operación, sin
descanso, con cada nuevo grano y cada nuevo pollo. Miles de pollos
piaban en palacio. Los sacos de trigo se amontonaban unos sobre
otros. Santiago había vencido al hambre.
El
rey, agradecido, le ofreció a su hija en matrimonio y aquel mismo
día se celebraron las fastuosas bodas.
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anonimo cuento - 063
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