Enrique
sentía auténtica pasión por los guisantes. Un día, su madre le
dio un cuenco con guisantes para que los desgranara para la cena. Los
estaba sacando uno a uno de la vaina, cuando, de pronto, uno se le
escurrió entre los dedos y rodó por el suelo. Enrique corrió a
atraparlo. El guisante atravesó la cocina, llegó al jardín, al
tiempo que crecía y crecía, hasta que tuvo el mismo tamaño que
Enrique.
El
niño, que corría tras el guisante, se paró, petrificado. El
guisante rodaba en sentido contrario y perseguía a Enrique como él
había hecho.
Un
árbol que allí había le salvó la vida. Se subió a una rama,
lejos del alcance del guisante maldito, ¡que todavía sigue rodando!
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anonimo cuento - 063
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