Érase
una vez un muchacho que emprendió camino para recorrer el ancho
mundo. Su abuela le dio un pergamino, aconsejándole que no lo
desenrollara nunca, a menos que antes hubiera intentado hasta lo
imposible para resolver sus dificultades.
Era
aquella una época de revueltas y desórdenes. El muchacho buscaba
trabajo en vano. Cada vez era más pobre y acabó vagabandeando por
las calles de una gran ciudad.
Tan
mísero era que un día decidió dejar este mundo. Se encaminó hacia
el puente más alto, pero, en el momento en que se iba a tirar al
agua, le vino a la memoria el pergamino de su abuela.
Como
último recurso, lo desenrolló y pudo leer estas palabras: «No
dejes que el orgullo se interponga en tu camino. No olvides nunca la
casa de tu niñez y recuerda que siempre puedes volver. Allí siempre
encontrarás amor.»
El
muchacho reflexionó. Bajó del puente y volvió a su casa donde le
recibieron con mucho más amor del que esperaba.
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anonimo cuento - 063
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