Cuando
el tío Ernesto daba de comer a los pájaros, le gustaba ver cómo
picoteaban en su mano. Cada vez que iba de paseo, llenaba una cáscara
de coco con granos de alpiste o mijo. Cuando llegaba a un parque, se
ponía unos granos en la palma de la mano y en una o dos horas los
había repartido todos.
Un
día, mientras ofrecía a sus amigos los pájaros estas golosinas, se
escuchó un rumor de alas y se posó en su mano un extraño pájaro.
-¡Vaya!
Tú no eres de aquí, ¿verdad? -le dijo el tío Ernesto.
-¡No,
claro que no! -contestó el recién llegado.
-¿Vienes
de los trópicos?
-No.
Vengo de los bosques nevados que rodean la ciudad -trinó el
desconocido. Pero allí nadie va a darnos de comer.
Aquel
día, el tío Ernesto decidió que, en adelante, alimentaría también
a los pájaros del bosque.
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anonimo cuento - 063
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