Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 1 de enero de 2015

La flor de las nieves

El cóndor levantó presurosamente el vuelo y se elevó majestuoso sobre la diamantina cima. Nadie osaba interrumpir la soledad, ni el silencio señero de los Andes.
Pero aquella mañana transparente y siempre silenciosa parecía sorprendida porque algo desusado y extraño estaba ocurriendo en las alturas. El cóndor planeaba sigiloso y es­pectante sobre las cimas y sus perspicaces ojillos observaban con atención cuanto sucedía por allá. Mas a pesar de su aten­ción y cuidado, no lograba ver lo que le había alarmado y obligado a levantar el vuelo.
-Iré a ver a Huracán para informarme -pensó el cóndor.
Y así, subió más y más alto, extendiendo sus enormes alas en la transparencia del aire. Planeó de nuevo sobre las cum­bres, para de inmediato volar en línea recta hasta el lugar donde solía descansar Huracán, que también era llamado "Corazón del Cielo".
Llegó a la gran gruta y se posó sin apenas ruido cerca de un fresco copihué que trepaba sobre la roca viva. Observó atenta­mente y vio que todo estaba quieto como de costumbre. Árbo­les y ramas se desperezaban al sol mientras las pequeñas flores abrían sus corolas, saludando con alegría al nuevo día. La luz era espléndida y la armonía y paz de las alturas resultaban perfectas.
El cóndor arregló convenientemente sus plumas y sus alas. Después de esto, lanzó su voz hecha palabra hacia la gruta pronunciando el nombre de "Corazón del Cielo".
-¡Huracán!
Pero la voz no fue lo fuerte y alta que debía ser, porque Huracán o Corazón del Cielo se encontraba en lo más pro­fundo y hasta él no llegó la palabra. Un diminuto insecto de brillantes alas revoloteaba por allá, y al escuchar la voz del cóndor -que sabía muy bien que era el rey de los Andes, se apresuró a ir en busca de Huracán. Y antes de que el cóndor volviera a pronunciar su nombre, ya estaba Corazón del Cie­lo a la puerta de la gruta.
-¡Buenos días, cóndor! -dijo afablemente.
-Muy buenos los tengas, Huracán.
-¿Qué te trae por acá?
-Quiero que me hagas un favor.
-Dime -contestó Huracán solícito.
-Necesito que vengas conmigo a la cumbre del Aconca­gua y trates de ver qué pasa. Escuché que algo rompía el si­lencio y la soledad, y me pareció tan desusado que tuve que levantar el vuelo.
-Acaso sea alguno de mis parientes que anden por aque­llos rumbos.
-No creo. Porque cuando alguno llega a mis alturas, sue­len saludarme y me dicen lo que van a hacer por allá.
-Sí, eso es cierto -repuso Huracán pensativo. En este caso a lo mejor era Zipacná, que estaría arreglando algún monte.
-No sé, no sé -murmuró dudoso el cóndor. Sin embar­go, creo que debemos investigar qué es lo que sucede.
-Está bien. Iré contigo.
-Te llevaré en mis alas.
-No -dijo Huracán. Es mejor que te lleve yo y te haga el viaje más fácil.
-De acuerdo. Pero no corras mucho, porque podrías ha­cer daño a la cordillera. ¿Vamos?
-Aceptado. Viajaremos alto y así pasaremos desapercibidos.
-Está bien -contestó el cóndor mientras se disponía a volar.
Los dos se levantaron por los aires y, en un decir "Jesús" se posaban en la cima del gran Aconcagua. Todo estaba quie­to y resplandeciente como si fuera el primer día de la Crea­ción. El sol brillaba con intensidad y todo destellaba como si fuera un enorme diamante. Las rosadas y azules nubes se ha­bían alejado de las cumbres y éstas lucían altivas y orgullo­sas. La nieve que coronaba el Aconcagua era un delirio de blancura.
Los ojos del cóndor y de Huracán miraban con cuidado y suma atención tratando de descubrir a quien había produci­do el ruido que alarmó al cóndor.
-Como ves -dijo Huracán, aquí no hay nadie. Ningún extraño se aventuraría a subir hasta acá.
-Sin embargo, yo escuché algo extraño.
-Miremos por la otra ladera.
-Miremos.
De nuevo alzaron el vuelo y se posaron al otro lado. Por allá, también brillaba todo y la más absoluta quietud era lo que se podía contemplar.
-No sé, no sé -seguía murmurando el cóndor.
-No te preocupes más. Acaso habrá pasado Kabrakán y ya sabes cómo es y con la velocidad que corre...
-Siento haberte molestado, Huracán.
-No es...
Y antes de terminar la frase, ambos escucharon clarito un "crüisss", como si fuera una débil vocecita de algo muy tier­no, muy livianito, pero que en el profundo silencio sonó lo suficiente para ser oído con claridad.
-¿Escuchaste? -inquirió el cóndor.
-¡Sí! -contestó Huracán-. Miremos con más cuidado.
Los dos se esforzaban en averiguar la procedencia del rui­do y lo único que vieron fue que las nieves eternas se adel­gazaban como queriéndose abrir.
-¿Qué es eso? -exclamaron los dos al mismo tiempo.
-La nieve es blanca y pura. Pero debajo de ella están na­ciendo las hierbas de las cumbres y yo hago que su trabajo sea más fácil -dijo el sol orgulloso.
-Pero se morirán de frío cuando te acuestes -dijo el cón­dor.
-Eso es cierto -terció Huracán.
-No, porque las haré fuertes y les daré un vestido capaz de resistir el frío de las cumbres -aclaró el sol.
-Veamos cómo lo haces -invitó el cóndor.
-Sí, sí, veamos -insistió Huracán.
El sol comenzó a calentar con todas sus fuerzas. La nieve se abrió, dejando que saliera un pequeño y brillante hilo lí­quido, tras el que surgió una diminuta planta verde, muy verde y muy tierna.
-¡Qué bello hecho! -exclamaron Huracán y el cóndor.
-Aún haré más -dijo el sol abriendo y extendiendo sus mejores rayos.
Siguió calentando y mirando con ternura a la plantita, que se elevó con rapidez y abrió mimosa sus tiernas hojas, para dejar ver en su interior una hermosa flor que sonreía ba­jo el azul transparente.
-¡Qué belleza! -dijo el cóndor mirándola asombrado.
-¡Qué dulzura y suavidad tienen sus hojas y qué delicado color! -susurró Huracán embelesado y complacido ante tan­ta hermosura.
-Sí -dijo el sol. Se llamará, por su blancura, Flor de las Nieves y será el premio que obtengan los futuros hombres que sean capaces de llegar a estas alturas, si es que pueden llegar algún día.
-Pero ahora, ¡vivirá sólo para nosotros!
Y así nacieron las flores de las alturas. Y son tan bellas, tan bellas, que en las noches de plenilunio se suelen confundir con la luz de las estrellas.

0.081.1 anonimo (sudamerica) - 070

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