Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 1 de enero de 2015

El pajaro carpintero

Cuentan los ancianos de la tribu que allá, en muy lejanos tiempos y casi cuando acababan de ser creados los indios, vivía en lo profundo de la selva un piache que siempre estaba recolectando flores y plan­tas silvestres capaces de curar todas las en­fermedades conocidas.
Un buen día se dio cuenta de que sabía y conocía casi to­das las hierbas y plantas medicinales que crecían por allá.
-Con todo lo que sé y tengo en mi poder, puedo curar a los demás -pensó muy convencido.
Entonces fue buscando pequeñas calabazas, que secó al sol, para convertirlas en unas bellas totumitas que decoró con dibujos alusivos a la planta que guardaban. En algunas, encerró el jugo curativo.
Así consiguió tener una buena cantidad de remedios que fue acumulando y guardando en el interior de su churuata. El piache, cuando ya sabía mucho, mucho, se quedó tranquilo y todos los días esperaba en el camino a que alguien pasase por allá y necesitara de sus remedios. Pero el tiempo transcurría y, por aquellas soledades, a nadie se le ocurría pasar.
-Tendré que ir a buscarlos -se dijo, pues sé muy bien que hay indios que necesitan de mis remedios.
Y dicho y hecho. Cogió sus totumitas o calabazas secas, las ató con una buena liana y, echando todo sobre su hom­bro, se puso a caminar a través de la selva.
Caminó seis días con sus seis estrelladas noches y no en­contró a nadie. Pero no se desanimó y siguió adelante.
Una noche, cuando cansado de tanto andar decidió dor­mir, escuchó un ruido, como si alguien estuviera golpeando o cortando árboles.
-A esta hora, nadie corta, ni golpea árboles. Seguramente será algún espíritu del bosque que quiere distraerme y con­fundirme.
Y sin querer averiguar más, tomó un poco de cera de la que llevaba en una de las totumitas, y, poniéndosela en los oídos, se durmió.
A la mañana siguiente, el sol le despertó y se dio cuen­ta de que había estado durmiendo mucho tiempo. Así pues, se levantó y fue a lavarse en el agua que corría cerca y formaba un pequeño remanso. Se quitó la cera de los oí­dos y volvió a escuchar el mismo golpeteo de la noche. In­trigado, comenzó a buscar qué o quién era el que hacía aquel ruido. Dio varias vueltas y no encontró nada, ni a nadie.
-Tengo que pensar -se dijo. Por acá debe vivir alguien.
Quedóse quieto y atento, para poder saber con precisión el lugar exacto donde se producía el ruido. Se orientó y en­caminó sus pasos hacia el norte, donde la selva era más es­pesa. Caminó un buen rato guiándose por el sonido de los golpes. Llegó a un claro de la espesura y vio cómo infinidad de mariposas volaban y revoloteaban sobre las más hermosas flores que jamás había visto.
Aquello era una verdadera fiesta para los ojos y también para el alma. Las alas de las mariposas ostentaban y lucían los más vistosos colores y las flores tenían las corolas más sor­prendentes que se podían soñar.
El piache, que era muy sensible a la belleza de las co­sas, se quedó extasiado ante el espectáculo que se ofrecía a sus ojos. Suspiró profunda­mente de satisfacción y hasta él llegó el intenso y grato aro­ma de las flores.
-¡Qué bello lugar! ¡Esto debe ser parte del paraíso!­pensó muy convencido.
De pronto, escuchó nueva­mente los golpes que continua­ban y continuaban sonando. Volvió a orientarse y cruzó el claro, cuidando de no pisar las hermosas flores. Se adentró nuevamente en la espesura y allí, precisamente donde los ár­boles parecían abrazarse para hablar en voz baja, vio un pe­queño indiecito que estaba en­caramado en uno de los árboles.
El piache miró atentamente y se dio cuenta de que el m­diecito tenía en sus manos un objeto que brillaba intensa­mente. Se acercó y vio que lo que brillaba así era la afilada hoja de un hacha.
-Pero, muchacho, ¿qué haces? -preguntó sorprendido.
-Estoy cortando el árbol.
-Y ¿para qué quieres cortarlo?
-Porque con su corteza me haré una curiara para cruzar y pasear por todos los ríos.
-Para eso no hace falta cortar y derribar el árbol.
-"Se lo he dicho, se lo he dicho" -murmuró el árbol con un hilo de voz.
-Es más fácil -dijo el piache, coger solamente su corte­za. Así no destrozarás este hermoso árbol.
-¡Quiero cortar el árbol! -contestó obstinado y enfadado el indiecito.
Y diciendo aquellas palabras, clavó con todas sus fuerzas el hacha en el ya lastimado tronco.
-No debes hacer eso. Los árboles y las plantas son nues­tros amigos y debemos cuidarlos, respetarlos y amarlos. Ellos nos dan sombras y nos traen las lluvias que fertilizan la tie­rra. También nos proporcionan la madera para hacer nues­tras casas y muchas cosas más.
-¡Quiero mi curiara y cortaré el árbol!
Y diciendo esto, intentó quitar el hacha del tronco para seguir golpeando al pobre árbol que nada le había hecho. Pe­ro por más esfuerzos que hizo, le fue imposible lograrlo.
-¿Lo ves? -dijo el piache. No debes torturar más al ár­bol. Además, el dios de la selva o cualquiera de sus muchos habitantes pueden enfadarse y te reclamarán...
-¡Que vengan los que quieran! ¡No tengo miedo a nadie! He dicho que cortaré mi árbol y ¡lo haré! -gritó el obstinado mu­chacho haciendo esfuerzos para conseguir de nuevo su hacha.
El viento que había escuchado todo, se impacientó y mo­vió las hojas de todos los árboles en señal de protesta. Las ra­mas y las hojas se miraron inquietas y vieron brillar el hacha, casi hundida, en el firme tronco. El sol se ocultó tras una ro­sada nube. Las mariposas volaron apresuradamente y el cris­to fué ahogó su grito de dolor al ver herido al árbol. El dios de la selva y de los bosques, y también las ondinas que vivían en las frías aguas de aquellos parajes, se acercaron al árbol herido.
-¡Oh! -exclamaron todos.
-¿Te duele mucho? -preguntó quedamente la pereza.
-No mucho -contestó el árbol. El indiecito no tiene mucha fuerza.
El dios de la selva y de todas las espesuras frunció el en­trecejo y dijo severamente:
-Es una maldad derribar y herir a los árboles por un sim­ple capricho.
-¡Es verdad, es verdad! -contestaron a coro los moradores.
-Ahora váis a ver -sentenció el dios.
Casi imperceptiblemente llamó al viento que acudió rápi­do, y juntos comenzaron a soplar. Primero lo hicieron con suavidad, para a los pocos momentos convertirlo en un tre­mendo y furioso huracán. Desde el fondo de la selva surgió un intenso silbido, y después, unos grandes remolinos le­vantaron hojas y ramas agitando con violencia el bosque.
Así estuvieron un buen rato. Todo se movió violenta­mente y todo se agitó. Las ramas se movieron y el árbol he­rido quedó envuelto en una nube de arena y viento, de hojas caídas y diminutas ramas.
Cuando el dios y señor de las selvas, las espesuras y los bosques quedó quieto, todo se apaciguó. El piache miró atento y curioso y vio que el hacha temblaba y se movía.
-¿Qué es eso? -murmuró intrigado.
-¡Calla! Ahora verás -dijo el dios.
Una joven rana acarició con sus hojas el tronco del árbol y cuando se retiró tímidamente a su posición primitiva, vie­ron cómo el hacha se llenaba de hermosos colores y se trans­formaba en un precioso pájaro de suaves y delicadas plumas.
-¿Qué ven mis ojos? -exclamó asombrado el piache.
-¿Qué fue de mi hacha? -preguntó asustado el indiecito.
-Aquí tenéis -dijo el dios de la selva y de los bosques. El hacha no volverá a herir a ningún árbol. Y este pájaro que he formado con ella se llamará "Pájaro Carpintero", y él será quien con su pico haga los nidos en el árbol hueco que se lo permita. Su pico es suave, y él sabe muy bien cómo ha de utilizarlo para hacer su casa sin lastimar ningún tronco.
El piache quedó asombrado y maravillado de tanto poder y sabiduría. El indiecito, por su maldad y soberbia, recibió una buena lección y vio cómo su hacha se convertía en un bello e inofensivo pajarito.
Y dicen los ancianos sabios de la tribu que así nacieron y se formaron los "pájaros-carpinteros" de la selva que riegan los grandes ríos Amazonas y el caudaloso Orinoco, y quién sabe sí también habrán nacido así en todos los lugares del mundo.
Quizá sea así, quizá no. Pero así me lo contaron y así lo cuento y lo contaré yo.

0.081.1 anonimo (sudamerica) - 070

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