En el escritorio
de Anne, una joven artista que ilustraba dibujos para una revista infantil,
todas las noches quedaban inmóviles todos sus enseres. La pobre trabajaba a
todas horas para EMILY'S BOOK, una revista para niños que le estaba exprimiendo
las neuronas. Sí, porque la directora de la misma, Catherine Miller, cada día
le exigía más ilustraciones y cada vez, más calidad.
-¿En qué estabas
pensando cuando dibujaste a esta niña? ¿En tu perro? ¡Mira qué cara le has hecho!.
-Lo siento Srta.
Miller, últimamente estoy muy cansada. Trabajo a deshoras y no me concentro
bien. Esta semana he hecho más de veinte ilustraciones y estoy saturada. Creo
que debería descansar unos días...
-¿Descansar? ¡Yo
no te pago para eso! Además, te aumenté el sueldo para que dibujases más
páginas. ¿Qué más quieres?
-Tiene razón ¿Qué
más quiero? Trabajo más de veinte horas diarias, tengo un buen sueldo... ¿Qué
más quiero?
Pero Anne cada
día estaba más agotada. Se le acababan las ideas, y la directora le exigía cada
vez más.
Una mañana, Anne
no fue a trabajar. Había pasado toda la noche trabajando y por la mañana se
encontró muy mal. La señorita Miller le advirtió que si no le preparaba siete
ilustraciones para aquella semana, tendría que contratar a otra persona. -Dios
mío, esta mujer me quiere matar-. Pensó Anne, y aunque muy débil, se plantó en
su mesa de dibujo y comenzó a dibujar. Una página, dos páginas, tres páginas...
y ya no pudo hacer más. Se quedó dormida sobre su mesa. De pronto, sus lápices
y su goma salieron con mucho cuidado del estuche. Se miraron unos a otros y
dijeron:
-Esa bruja de
Miller está consiguiendo que Anne enferme. ¡Tenemos que hacer algo, compañeros!
-Dijo el lápiz
negro. Yo ya conozco sus trazos. Puedo intentarlo.
-Sí, pero es
peligroso.
-Dijo el difumino.
Yo también los conozco, pero sus ideas son sus ideas y nosotros no tenemos
cerebro, ¿habías reparado en eso?.
Todos los
lapiceros asintieron tristemente con la cabeza, pero el lapicero negro no se
dio por vencido.
-Tienes razón,
difumino, pero hemos dibujado tanto con ella, que no nos será difícil plasmar
lo que ella piensa. Su estilo, es nuestro estilo. Yo dibujo, tú sombreas, y
ellos que pinten. La pluma que repase lo que yo he hecho y tú, goma, retocas
las luces. Es fácil.
Pero la goma, que
era muy pesimista, le dijo:
-Sí, claro, ¿y si
borro algo que no tengo que borrar?.
Todos volvieron a
mirarse.
-Lo tenemos que
intentar. Miradla, póbrecilla, está tan agotada como nosotros, pero hemos de
hacerlo por ella -dijo el lapicero negro.
-Lápiz tiene
razón, pero ¿qué haremos si despierta? No puede vernos. -dijo el carboncillo.
-Mientras
nosotros dibujamos, Compás puede hacer guardia, y en cuanto nos dé una señal,
pararemos de dibujar.
Y dicho esto,
todos los lápices comenzaron a dibujar y a pintar, y la goma intentó hacer las
luces sin salirse de la ralla. Cuando Anne se despertó, Compás silbó a sus
compañeros y volvieron a quedar inmóviles sobre la mesa.
-¿Qué
desbarajuste es éste? Todos mis lápices están desperdiga-dos por la mesa...
Bueno, mañana los pondré en su sitio. Yo ahora me voy a la cama. ¡Y que Dios me
ayude!
Anne dejó sus
lápices sobre la mesa y se fue a dormir. Y durmió, y durmió, hasta que el
propio cansancio de su cuerpo la hizo despertar. Y se llevó una gran sorpresa.
-¡Dios mío! He
estado durmiendo tres días seguidos! ¡La señorita Miller me despedirá!. Pero la
sorpresa que se llevó al acercarse a la mesa fue aún más grande.
-¿Quién ha hecho
todos estos dibujos? Yo he estado durmiendo, no creo que yo... ¿puedo dibujar
mientras duermo? ¡Ay, Dios, me los llevo ahora mismo a EMILY'S BOOK!-.
Y cuando la
señorita Miller vio los veinte dibujos que Anne le había llevado, bien
maquetados y tan escrupulosamente pintados y retocados, agradeció a Anne su
esfuerzo y le pidió perdón por haber sido tan exigente con ella.
-Pensé que iba a
perder a mi mejor dibujante. Me has demostrado que puedo contar contigo, aún
estando enferma. Así que como recompensa te voy a asignar un ayudante que te
ayude durante el día. De esa manera no necesitarás trabajar por las noches -.
Y Anne, aunque
alucinadísima con aquellos dibujos, se marchó a su despacho y comenzó a
trabajar. La idea de tener un ayudante le llenaba de ilusión, pero sus
verdaderos ayudantes permanecían inmóviles en su mesa de dibujo.
Fuente: Marina
999. Anonimo
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