Erase una vez un rey
que tenia dos hijas impertinentes. No sabia realmente que hacer: no conseguía
nada, ni siquiera con solemnes pescozones. Por ello se quedaba sentado en su
trono moviendo la cabeza y repitiendo:
-¡Ay! ¿niñas, niñas, en
que acabara esta?
Un día apareció en la
orilla del lago de la corte una oca con sus oquitas. En cuanto las princesas
las vieron empezaron a tirarles piedras.
-¡Os arrepentiréis muy
pronto! -grito la oca, pero las princesas se rieron a sus espaldas. A la mañana
siguiente, descubrieron con horror que estaban recubiertas de plumas y que en
lugar de boca tenían un hermoso pico amarillo.
¡Cielos, nos hemos
convertido en ocas! -dijeron alborotadas.
Llantos y lamentos
invadieron la corte. Allí donde fuese, el rey preguntaba:
-¿Cómo están Sus
Altezas, las Princesas?.
Y sus sirvientas le
contestaban con apuro:
-Se podría decir,
Majestad, que están en sus mejores plumas... ¡Oh, que su majestad nos perdone,
en sus mejores paños, queríamos decir!
Un día, una sirvienta
distraída quiso rellenar una almohada. Agarro las dos primeras ocas que encontró
y empezó a desplumarlas vivas. Las ocas chillaron de dolor hasta el punto de
quedarse lívidas, pero sin ningún resultado: la muchacha las desplumo hasta la
ultima pluma. Y apenas hubo arrancado la ultima pequeñisima pluma, he aquí que
aparecieron las dos princesillas impertinentes, peladas como bolas de billar.
-Que sus Altezas las
Ocas...ehm, las Princesas, me perdonen -balbuceó la muchacha. Yo no sabia que
eran ocas.... ehm, princesas.
Pero las princesas se
limitaron a llorar a lagrima viva y a esconderse debajo de la cama. Podrían
estar allí todavía... ¿o crees que ya les habrá crecido el pelo?
999. Anonimo
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