Èrase una vez... un gigante que, al repartir un
tesoro con un hechicero muy codicioso, se peleó con él y le amenazó: "¡No
ves que podría aplastarte con mi meñique si quisiera! ¡Anda, esfúmate!"
Cuando el hachicero se hubo distanciado lo suficiente, lanzó al gigante su
maléfica venganza: "¡Abracadabra! ¡Hágase el sortilegio! ¡Que el hijo que
tu mujer espera no sea mayor ni crezca más que mi dedo meñique!" Cuando
Meñiquín nació, sus progenitores estaban desesperados. Les apenaba verlo y
tocarlo y, al hablarle, debían susurrar al oído para no romperle los tímpanos.
Meñiquín, tan diferente de sus padres, prefería jugar con los pequeños
moradores del jardín. Se divertía cabalgando a lomos de un caracol o bailando
con una mariquita. Total, que aunque diminuto de talla, era feliz en este mundo
en miniatura. Pero un día desapacible, tuvo la mala idea de ir a visitar a una
rana amiga suya. Apenas había descendido de la hoja que le hacía las veces de
barca, un enorme lucio al acecho se lo comió de un solo bocado. Sin embargo, el
destino le reservaba una suerte distinta. Al cabo de poco, el lucio mordió el
anzuelo de un pescador al servicio del rey y, en un abrir y cerrar de ojos,
estuvo delante del cuchillo del cocinero real. Tras la sorpresa general,
Meñiquín, un poco maltrecho, pero todavía vivo, salió de la barriga del
pescado. "Y ahora, ¿que haré de este hombrecito en miniatura?" Se
preguntó atónito el cocinero. En esto que tuvo una idea: "¡Haré de él un
paje real! Pequeño como es, podré meterlo en la tarta que estoy preparando y,
cuando salga del puente levadizo haciendo sonar la trompeta, todo el mundo
gritará... ¡milagro! Jamás en la corte había sucedido nada parecido. Todos
aplaudieron a rabiar la ocurrencia del cocinero, el rey el primero. Este tuvo a
bien premiar al artífice del acontecimiento con un saquito de monedas de oro. A
Meñiquín la suerte le fue todavía más propicia: sería paje con todos los
honores de su rango. Le fue asignado un ratoncillo blanco como montura, un
alfiler de oro como espada y, además, obtuvo el privilegio de probar los
alimentos que comía el rey. Durante los banquetes se paseaba por la mesa entre
los platos y copas, alegrando a todos con el toque de su trompeta. Pero, sin
saberlo, Meñiquín se había creado un enemigo: el gato, que hasta entonces había
sido el favorito del rey, quedó relegado a un segundo lugar, y juró vengarse
del intruso tendiéndole una trampa en el jardín. Meñiquín, cuando vio al gato,
en vez de huir según lo previsto, montó a lomos del ratoncillo y desenfundó su
alfiler de oro al tiempo que ordenaba a su montura: "¡Al ataque!¡Al
ataque!" El gato al verse amenazado por tan diminuta espada, huyó
vergonzosamente. Puesto que no pudo consumar su venganza, pensó emplear la
astucia. Fingiendo encontrarse allí por casualidad, aguardó a que el rey
subiera la escalera y le susurró: "¡Atención Majestad! ¡Alguien quiere
atentar contra su vida!" Y le contó una soberbia mentira: " Meñiquín
quiere envenenar vuestra comida. Lo sorprendí el otro día en el jardín cogiendo
hojas de cicuta, y escuché cómo murmuraba esta terrible amenaza contra
vos." El rey, que desde hacía algún tiempo estaba en cama aquejado de
fuertes dolores de barriga, por haber ingerido demasiadas cerezas, tuvo el
convencimiento de haber sido envenenado, y mandó llamar a Meñiquín. El gato,
para reforzar su acusación, escondió una hoja de cicuta debajo de la silla de
montar del ratoncillo. Meñiquín no se sentía con el estado de ánimo apropiado
para poder replicar las acusaciones hechas por el gato, y el rey, ordenó que lo
encerraran en un reloj de péndulo. Pasaron las horas y los días hasta que una
noche, una mariposa que revoloteaba por la habitación, se percató de que
Meñiquín golpeaba el cristal pidiendo ayuda: "¡Sálvame!", gritaba. La
mariposa, que había estado encerrada mucho tiempo en una caja de cartón, se
apiadó de él, y lo liberó. "¡Date prisa! ¡Sal! ¡Sube encima de mí antes de
que nos descubran! Te llevaré al Reino de las Mariposas donde todos los
habitantes son tan pequeños como tú y enseguida harás amigos." Y así fue.
Todavía hoy, si tenéis la ocasión de visitar este reino, veréis el monumento
que Meñiquín construyó en honor a la mariposa que lo liberó y dio pie a esta
maravillosa aventura.
999. Anonimo
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