Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 18 de junio de 2012

El pescador y el agricultor


Un pescador y un agricultor se encontraron y comenzaron a discutir. Cada uno de ellos aseguraba enfáticamente que su trabajo era el más dificil y que el otro apenas exigía ningún esfuerzo.
-Pescar es bien sencillo -decía el agricultor-, basta con coger peces.
-Tú sí que no tienes ningún mérito -replicaba el pescador-. Pones semillas y basta con esperar a que broten tomates o patatas. Nada más descansado.
Así disputaban, cada vez más acalorados, hasta casi llegar a las manos y emprenderla a golpes. En esto que apareció un sabio ermitaño y los tranquilizo. Después les dijo que le explicasen por qué disputaban tan aca­loradamente. Cuando se lo hubieron explicado, el ermitaño les sugirió lo siguiente:
-Puesto que ambos pensáis que el trabajo del otro es mucho mas sencillo y menos esforzado, vamos a hacer una cosa, amigos míos. Cada uno vais a cam­biar de trabajo durante un año y pasado ese tiempo nos reuniremos de nuevo aquí los tres.
El pescador y el campesino aceptaron de buen grado la sugeren-cia: tan convencidos estaban de que el trabajo ajeno era más sencillo y exigía menos esfuerzo.
La vida sigue su curso inexorable. Un día sigue a otro como la rueda del carro a la pezuña del buey. Pasaron las semanas; transcurrieron los meses. Cuan­do el pescador y el campesino llegaron al lugar conve­nido, ya les estaba esperando el sabio ermitaño. Los tres hombres se sentaron a departir. El ermitaño les preguntó:
-¿Qué tal os ha ido?
El primero en hablar fue el campesino, que había ejercido durante un largo año como pescador:
-¿Qué os puedo contar sin sentir que el alma se me desgarra? -declaró, con las lágrimas aflorando a sus ojos-. Nunca pensé que el trabajo de un pesca­dor fuera tan duro. Salí a la mar y en una ocasión las aguas arrebataron a mi hijo menor que me acompaña­ba. No pudimos hallarlo. Fue una pérdida irreparable y que ha echo pedazos el alma de mi esposa. Muchos días de denodado esfuerzo y apenas pescábamos para poder comer; en una ocasión el viento del oeste gol­peó la barcaza contra las rocas y tuvimos que dejar de pescar durante unos días, sin tener alimento que lle­varnos a la boca. Varias veces estuvimos todos a punto de perecer y mis huesos están tumefactos por la humedad del amargo amanecer. He aprendido que nada es tan dificil como el oficio de pescador.
-Ahora te toca expresarte a ti -dijo el ermitaño, dirigiéndose al pescador que durante un año había acometido las labores de un campesino.
-¿Si al menos pudiera contaros algo agradable! Ha sido como una pesadilla que pareciera nunca aca­bar. Mirad mis manos. Son una herida sangrante; igual están mis pies, os lo aseguro. He estado de sol a sol con el espinazo curvado trabajando los campos y tratando de sacarles un fruto. Mi esposa perdió una mano cuando se servía de la hoz. Luché contra las pla­gas denonadamente. Hice todo cuanto me fue posible para que la cosecha fuera buena. Cuando debió llover, ni una gota cayó del cielo. Cuando no debería haber llovido, llegaron las lluvias torrenciales y malograron la cosecha. Si era pobre, ahora más lo soy: si infeliz era, ahora se ha duplicado mi infelicidad. No hay tarea más ardua que la de un campesino, puedo asegurarlo hasta en el momento de mi muerte.

El Maestro dice: Nunca menosprecies el trabajo ajeno. Todo trabajo es igual de digno. Cada uno debe cumplir con su deber.

Fuente: Ramiro Calle

 004. Anonimo (india),

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