Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 6 de enero de 2015

El payaso triste

El payaso Bongo tenía un pequeño problema. Se supone que los payasos son gente alegre, feliz y divertida, pero Bongo era un payaso muy triste. No había nada que le hiciese reír.
En cuanto el circo llegaba a cualquier ciudad, la gente acudía en tropel con la esperanza de pasar un día divertido. Se estremecían con la arriesgada actuación de los equilibristas y los acróbatas. Disfrutaban con los malabaristas, que lanzaban al aire relucientes pelotas de colores. El público se deleitaba viendo los hermosos caballos blancos que daban vueltas alrededor de la pista, y con los jinetes que, sin montura, se mantenían en equilibrio sobre sus lomos. Cuando llegaban las focas, el público les dedicaba siempre una gran ovación, porque todos las querían y se podían pasar horas mirando sus payasadas.
Pero el gran favorito del público, especialmente de los niños, era el payaso. Todos se reían al ver sus enormes y anchos pantalones y su divertida forma de andar. Aún se reían más con su enorme sombrero estrafalario, que adornaba con una flor, y, sobre todo, con su cara pintada de payaso.
Cuando empezaba el número, la gente se partía de la risa. En primer lugar, se le rompía la bicicleta cuando intentaba dar una vuelta alrededor de la pista, y luego se caía del coche eléctrico cuando el asiento se volcaba. Pero cuando se echaba agua fría en los pantalones por error y se caía en una piscina llena de natillas, la gente ya casi lloraba de la risa.
Sin embargo, detrás del maquillaje, Bongo, el payaso triste, ni siquiera sonreía. La verdad es que no les veía la gracia ni a las bicicletas que se rompen cuando las usas, ni a los coches que te tiran fuera cuando te montas en ellos, ni a tener agua fría en los pantalones, ni a nadar en una piscina llena de natillas. De hecho, no tenía el menor sentido del humor.
Todos los demás artistas del circo decidieron animar al payaso triste.
-Ya sé -dijo el equilibrista. Vamos a pintarle una cara más divertida. Eso le hará reír.
Y así lo hicieron, pero Bongo seguía sin reírse e incluso parecía más triste todavía.
-Vamos a realizar algunos de nuestros trucos sólo para él -dijeron las focas.
Y, sentándose en sus taburetes, se lanzaron unas a otras sus grandes pelotas de colores y aplaudieron con las aletas. Pero Bongo seguía sin reírse.
Nada de lo que hicieron los demás consiguió que Bongo sonriese.
Seguía siendo un payaso muy triste.
-Me parece que ya sé cuál es su problema -dijo Felipe, el jefe de pista. No hay nada que le guste más a un payaso que gastar bromas a otro payaso. Quizá si tuviéramos un segundo payaso, Bongo se animaría.
De manera que contrataron a otro payaso, llamado Pipe. El circo se fue a otra ciudad y pronto llegó el momento de que Bongo y Pipe representaran su número. Pipe empezó montándose en la bicicleta mientras Bongo hacía como que lavaba el coche echándole por encima un cubo de agua. Como es lógico, el agua no iba a parar al coche sino encima de Pipe, que pasaba casualmente con la bici en aquel momento.
Una pequeña sonrisa asomó al rostro de Bongo cuando vio a Pipe total-mente empapado.
A continuación, Bongo y Pipe hacían como que estaban en la cocina. Bongo tropezaba mientras llevaba dos enormes pasteles de nata, y éstos aterrizaban en la cara de Pipe. Bongo soltó una carcajada cuando vio la cara de Pipe llena de nata. Por último, hicieron de pintores subidos en lo alto de unas escaleras. Como era de esperar, las escaleras se caían y los botes de pintura acababan encima de los payasos. Bongo miró a Pipe, a quien un enorme bote se le había quedado de sombrero y la pintura se le escurría por el cuerpo, y se echó a reír. A Pipe también le parecía que Bongo tenía un aspecto muy divertido con todo el cuerpo cubierto de pintura.
El público, por su parte, pensaba que dos payasos eran más divertidos que uno solo, y aplaudía, vitoreaba y llenaba la gran carpa con sus carcajadas.
Bongo ya no volvió a ser nunca un payaso triste.


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