Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 6 de enero de 2015

Chiqui, el más pequeño de los cachorros

Chiqui era el cachorro más pequeño de la camada. Todos sus hermanos eran más grandes que él. No es que le importara demasiado, pero los demás siempre le estaban gastando bromas.
-Quítate de en medio, canijo -se reían de él cuando a la hora de comer lo empujaban a un lado.
-¡El que llegue el último es un bebé! -ladraban cuando salían corriendo a jugar. Y Chiqui siempre perdía.
-Eres pequeño porque fuiste el último en nacer -le explicó su mamá. Por eso eres tan especial.
Pero en vez de especial, Chiqui se sentía triste. Un día vino una familia a ver los cachorros.
-Poned buena cara -les dijo su madre. Han venido para llevarse a casa a uno de vosotros.
Lógicamente, todos los cachorros querían ser el elegido, pero sólo podía serlo uno, y no fue Chiqui. Durante los días siguientes vino mucha gente a la casa. Todo el que vino se llevó un cachorro, pero nadie eligió a Chiqui, que al final era el único que quedaba.
-Nadie me quiere -sollozó Chiqui. No soy tan bueno como los demás perros.
-No seas tonto -le dijo su mamá. Tú eres muy especial.
Al día siguiente fue a la casa una niña pequeña.
-¡Oh, qué bien! Me han guardado uno -dijo riéndose.
Chiqui miró a su alrededor para ver de quién estaba hablando, pero allí no había nadie más. De pronto, Chiqui sintió como alguien lo levantaba y daba varias vueltas con él.
-¡Eres el cachorro más precioso del mundo! -dijo la niña, que se llamaba Elena, con una sonrisa.
Chiqui se sintió un poco mareado, pero le devolvió la sonrisa. Después de todo, parecía que alguien lo quería.
«Me pregunto adónde iremos», pensó Chiqui mientras se despedía de su mamá. Pero enseguida lo averiguó, porque su nueva casa estaba justo al lado.
Cuando Chiqui se hizo lo suficientemente mayor, Elena y su padre lo llevaron a pasear por el bosque. A Chiqui le gustó mucho que su mamá los acompañase, pero en el bosque se escondió detrás de ella porque le daba vergüenza que alguien viera lo pequeño que era. De repente, algo pequeño y suave lo rozó.
-¡Hola, canijo! -ladró una voz familiar.
Era su hermano mayor, pero daba la impresión de haber encogido. A Chiqui sólo le llegaba por el hombro.
-No es que haya encogido -contestó su mamá, riéndose, cuando Chiqui se lo dijo bajito al oído. Es que tú has crecido.
Después se encontraron con dos de sus hermanas y estuvieron jugando. Su madre los miraba llena de orgullo. Y no pudo evitar reírse cuando Chiqui se dio la vuelta y ladró:
-¡El que llegue el último es un bebé!


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