Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 6 de enero de 2015

El diablillo invisible

-Qué extraña coincidencia -dijo Rosa. He estado haciendo pastelillos para el té y cada vez que los metía en el horno me los volvía a encontrar encima de la mesa. Al final me he tenido que poner de guardia a vigilarlos, lo que me recuerda que precisamente habían empezado a dorarse cuando has llamado a la puerta.
Las dos mujeres entraron en la cocina y se encontraron los pastelillos a medio cocer encima de la mesa.
-¡Se han echado a perder! -exclamó Rosa. ¿Qué vamos a hacer ahora?
En ese momento, las mujeres oyeron ruido en la calle. Se asomaron por la ventana y vieron a Emilio, el cartero, rodeado de un montón de gente que gritaba y agitaba sobres en la mano. Las dos mujeres salieron corriendo a la calle.
-¿Qué ha pasado? -preguntaron.
-Emilio nos ha dado las cartas confundidas -dijo Dora, la vecina de Rosa. Es siempre muy formal, pero hoy parece como si se hubiera vuelto loco. Ahora vamos a tener que ordenar todo el correo.
-No sé lo que ha pasado -dijo Emilio, muy angustiado. Estoy seguro de que he puesto todas las cartas en los buzones correctos.
-Bueno -dijo Sonia, a Rosa y a mí también nos han pasado cosas muy raras esta mañana.
Y se lo contó a la gente. Así que todos perdonaron a Emilio cuando se dieron cuenta de que no había sido culpa suya, pero se quedaron muy intrigados sin saber qué o quién podría ser el culpable de todos estos problemas. Pero la cosa no acabó aquí. ¡Para nada!
La mujer del carnicero sirvió a su familia un guisado de cordero. Pero cuando levantó la tapa, se oyó un balido y un pequeño corderito salió saltando de la olla. El lechero repartió la leche como siempre, pero cuando la gente recogió las botellas de las puertas, las encontraron llenas de limonada. El viejo señor López intentó retirar su silla de la mesa y descubrió que se había quedado pegada al suelo. Y cuando la señora López pintó su dormitorio de azul, lo encontró al cabo de un rato pintado de rosa con lunares violetas.
¿Te puedes imaginar lo que había pasado? ¿Sabes quién gustaba todas esas bromas? ¡Era un diablillo! El malvado muchachito se había cansado de hacer trastadas a las hadas y duendes que vivían en el país de las hadas, porque allí ya conocían todos sus trucos y cada vez le resultaba más difícil sorprenderlos. Hasta que se le ocurrió que podía gastar sus bromas en el mundo de los humanos, donde se haría invisible. Y así lo había hecho. Al principio, sólo tenía intención de gastar una o dos bromas, pero se divertía tanto que no pudo resistir la tentación de seguir con ello. Así que el diablillo invisible continuó con sus bromas. Pero, como es bien sabido, el exceso de orgullo tiene consecuencias, y un día el diablillo cayó en su propia trampa.
Sonia Pérez estaba invitada a una fiesta. Debía asistir vestida elegantemente y en la invitación decía: «Se ruega vestir de rojo». Como Sonia no tenía ropa de ese color, sacó un antiguo vestido azul del armario y decidió teñirlo de rojo. Estaba preparando un gran cubo de tinte cuando apareció el diablillo invisible y pensó: «Esto va a ser divertido. Voy a volver el tinte azul. Así no sabrá por qué su vestido no cambia de color. ¡Cómo me voy a divertir!» Y empezó a reírse por lo bajo. Mientras pensaba en un maleficio para volver el tinte azul, se paseaba arriba y abajo por el borde del cubo. Pero le dio tanta risa que se resbaló y se cayó dentro del tinte rojo. Rápido como una centella, volvió a salir y pronunció su maleficio.
Y, efectivamente, cuando Sonia sacó el vestido del cubo vio, para su disgusto, que seguía siendo del mismo color que antes de meterlo. Estaba mirando el barreño cuando algo llamó su atención: sentado en la mesa había un diablillo de color rojo vivo partiéndose de la risa. Además, había un rastro de pisadas chiquitinas que iban del cubo de tinte a la mesa. El tonto diablillo no se había dado cuenta de que había dejado de ser invisible. De pronto, Sonia comprendió lo que había pasado. Echó rápidamente al diablillo de la casa y lo persiguió calle abajo.
El diablillo no volvió a gastar bromas pesadas nunca más.


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