Ésta era una villa donde
vivían tres jóvenes güerfanas, y la más pequeña era muy guapa y muy buena. Y
las otras dos mayores eran envidiosas y malas. Había en el pueblo un joven muy
bueno que llevaba la carrera de militar, y llegó a ser capitán. Y este joven se
enamoró de la hermana más joven y se casaron. Las otras dos hermanas se
pusieron coléricas, sin dar a conocer a su hermana el rencor que le habían
cogido.
Sucedió que sólo un año
vivieron felices los recién casados. Estalló una guerra muy grande y el joven, como
capitán que era, tuvo que marcharse al frente de las tropas. A la esposa la
dejó en cinta y encargó mucho a las hermanas que la cuidasen muy bien y que
tuviesen con ella mucho esmero. Y les dijo que cuando su esposa diese a luz,
que se lo comunicasen en seguida.
Y llegó la hora de dar a
luz y trajo al mundo un niño y una niña, dos melgos. Las hermanas, tan pronto
como la hermana dió a luz y se repuso un poco, la emparedaron, y a los niños
les cogieron un ama para que los criase. Les tuvieron en su compañía hasta la
edad de siete años, escribiéndole siempre al padre que estaban muy bien, lo
mismo la madre que los niños, que se criaban muy hermosos.
Sucedió que la guerra duró
muchos años. Las hermanas, queriendo ya desembarazarse de los chicos, porque
querían cuando vienese el cuñao, que se casaría con una de ellas, les echaron
de casa. Los niños se fueron mendigando hasta llegar a un puerto de mar. Allí
se encontraron con una señora extranjera, y de que los vió tan guapos, les dijo
si querían irse con ella. Como no tenían hijos el matrimonio ése, pues nada más
llegar a su país, a América, les doztó por hijos. Allí estuvieron hasta que
tuvieron dieciocho años. Y al morir los señores, les dejaron el inmensa capital
que tenían:
Entonces los niños
trataron de volverse a España, y por fin fueron a vivir a la misma aldea donde
habían nacido, sin pensar ni en parientes, ni en padres, porque como les
habían dicho sus tías que no tenían ni padre ni madre, pues vivían los dos muy
tranquilos. Se construyeron un hermoso palacio en frente de la casa de sus
tías, tomando al poco tiempo relaciones con sus mismas tías, sin ellas saber
que eran sus sobrinos.
Pero había una vieja que
la tenían por hechicera, y ella también tomó mucha amistaz con los chicos.
Hablando con ella, los niños le dijeron cómo se llamaban. Y un día, al irse a
bañar en el jardín, conoció la hechicera a la chica por un lunar que había nacido
la chica con él en el pecho.
Se asustó la bruja y fué
corriendo a decir a las tías que aquellos jóvenes iban a ser sus sobrinos. Las
tías se sobresaltaron y empezaron a ponerse intranquilas, porque a su cuñao, o
sea el padre de los niños, no le faltaba mas que medio año para venir a casa.
Entonces le dijeron a la bruja:
-¡Ay, a ver, tía fulana!
¡Ay, por Dios, a ver cómo ustez hace que desa-parezcanl Porque si viene su padre
y se entera de lo que hemos hecho, nos manda quemar.
-Sí, hijas mías, sí -dice
la bruja. No tengáis miedo, que de eso ya me encargaré yo.
Se fué para el palacio
donde estaban los niños y los encontró muy alegres, pensando en las cosas que
tendrían que hacer en el palacio. La vieja les dice:
-¡Miraz! ¡Qué palacio más
hermoso liéis hecho! ¡Qué jardín más precioso! ¡Qué alberque tan bonito! Aquí
no nos hace falta nada más que tres cosas: el pájaro que canta el bien y el
mal; un ramo de flores de la
Huerta de Irás y no Volverás; y un par de peces de colores,
que con dos peces de colores se poblará, la alberca. Y lo mismo el jardín con
el ramo de flores.
El hermano se puso muy
contento al oír contar aquello a la bruja, que la tenía por una mujer muy
buena, y le dijo a su hermana:
-Hermana, yo me voy a la Huerta de Irás y no
Volverás por el ramo de flores.
-¿Ay, por Dios, no te
vayas, que está muy lejísimos! A lo mejor te matan y no te vuelvo a ver; y
entonces, ¿qué va a ser de mí? ¿Qué voy a hacer yo tan sola en el mundo?
-No te apures, hermana
-contestó el hermano. Yo no tengo miedo a nadie. Y, además, si me ocurriese
algo, te voy a dejar una botella llena de agua de la alberca. La miras
continuamente, y si ves que el agua está clara, no temas por mí, que no me pasa
nada. Si ves que el agua se revuelve, entonces ten paciencia y no te
desesperes; pero yo no volveré a verte.
Y se puso en camino el
muchacho. Y después de andar muchas leguas, muchas, muchas, se encontró con un
anciano con una barbas tan largas que le daban en la cintura, y le dice:
-Hermoso joven, ¿dónde
vas? ¿Quién te quiere tan mal que por estos caminos te manda?
-Mire ustez, señor, me
voy a la Huerta
de Irás y no Volverás por un ramo de flores para poblar un jardín que tengo,
que con ese ramo me han dicho que tendré flores de todas las que haya en el
mundo.
-Muchos peligros corres,
pobre muchacho. Pero mira; yo soy Nuestro Señor, que velo por ti y por tu
hermana. Mira; anda listo. A las dos se abren las puertas, y a las tres se
cierran. Si no sales, allá te quedas para siempre. No andes escogiendo árboles.
No hagas nada más que entrar, y del primero que veas coges un ramito y te
vuelves sa casa. No te entretengas, que las puertas, si se cierran, no se
vuelven a abrir. Todos los seres que han entrao aquí, ahí les tienes todos
hechos árboles, peces y pájaros.
Entró el muchacho,
seguido por los consejos del anciano, cogió una ramita de un árbol, y se salió
corriendo. Volvía ya muy alegre a casa con el ramo de flores en la mano. Su
hermana de día y de noche no se desprendía de la botella de agua, que permanecía
siempre cristalina. Al cabo de un mes, llegó el hermano a casa, teniendo los
dos una alegría inmensa.
La bruja, de que lo supo
que había vuelto el muchacho, fué corriendo a verles y les dijó:
-Véis, véis, si yo sos
quiero mucho. Sos he de hacer entavía más felices de lo que sois.
Bajaron al jardín
acompañaos de la hechicera, y les dice:
-Plantaz el ramo donde
vosotros queráis, que aunque le plantéis encima de una peña, el árbol lo mismo
ha de crecer.
Los niños, que creían en
ella como en su madre, pusieron el ramito de flores encima de una peña, como la
hechicera les había dicho. Azto continuo se formó un bosque de todos los
árboles que pudiera haber en el mejor jardín del, mundo, de todos los colores,
y rosas de todas clases. La hechicera entonces les dice:
-¡Lo véis! ¡Lo véis
cuánto sos quiero! ¡Cuánto! No tenéis que conformaros con este ramo de flores.
Ahora tenéis que ir por los peces de colores.
-Hermana, yo me voy por
los peces de colores -dijo el muchacho.
-¡No, hermano, no! -dice
la muchacha. No quiero más que te separes de mí. Yo ya soy contenta con el
jardín que tenemos y no nos hace falta más.
-¡Qué miedosa eres,
chica! -la dice el hermano. Yo me voy. Ya te dejaré la botella de agua para
que veas si me pasa alguna desgracia.
Y se despidió de la
hechicera y de su hermana. La hermana se quedó muy triste, mientras que la
hechicera se fué a contárselo todo a las tías de los chicos.
-¡Ay, por Dios, tía fulana,
mire ustez! -dicen las tías. ¡Sólo dos meses le faltan al cuñao para venir!
¡Ay, si se llega a enterar, qué será de nosotras!
-No tengáis miedo,
bobinas -dice la bruja, que si de la segunda vuelve, de la última yo os prometo
que no ha de volver.
El muchacho seguía su
camino, y después de andar muchas leguas, como en el viaje anterior, se encontró
en el mismo sitio con el anciano. Y le dice:
-¿Dónde vas, pobre joven?
¿Quién te quiere tan mal que por estos caminos te manda?
-Voy a la Huerta de Irás y no
Volverás por un par de peces de colores para poblar un estanque que tengo.
-Mira -le dice el anciano,
yo velo por ti. A las dos se abren las puertas, y a las tres se cierran. Si no
sales, allá te quedas. Tantos peces como veas, son jóvenes que no creyendo mis
consejos se han quedado allí en castigo de su desobediencia.
El muchacho dió las
gracias al anciano y siguió su camino. Llegó a la huerta y se abrieron las puertas.
Y a la misma puerta, nada más abrir, había un hermoso estanque con peces de
todos los colores. Se agachó y cogió dos peces y salió corriendo. Se tomó
inmediatamente el camino de su casa, y al cabo de un mes de jornada, llegó a la
villa.
Su hermana estaba muy
contenta porque la botella con el agua había permanecido siempre como un
cristal de clara. La bruja, que no dejaba a la hermana en ninguna hora del día,
se salió con ella al balcón a ver si veía venir a su hermano.
Ya le vieron venir y su
hermana se volvía loca de alegría, mientras la tía bruja estaba echando maldiciones
por lo bajo. Y las tías de los chicos, como tenían tanto miedo de que el chico
volviese, también estaban al balcón esperando a ver si iba la vieja a darles la
noticia de que el muchacho no había vuelto. Pero, ¡qué sorpresa tan grande
cuando, al mirar para el balcón del palacio que daba frente por frente del
suyo, vieron a los tres: a la tía hechicera con los dos hermanos!
-¡Ay, Dios mío -decían
las tías, esa tía bruja nos está engañando! ¡Ya se ha hecho amiga de ellos! ¡La
habrán dao mucho dinero y nos ha vendido!
No ocurría así. La
hechicera se dirigió a la casa de ellas, y de que las vió tan furiosas, las
dijo:
-No temáis, muchachas, no
temáis, que de éste y de la hermana yo me encargo.
-¡Ay, por Dios, tía
fulana! ¡Ay, por Dios! Ayer recibimos carta de nuestro cuñao, y dice quee para
primeros del mes viene. Si no podemos que desaparezcan de una manera, tienen
que desaparecer de otra.
-No tengáis miedo, hijas
mías, no tengáis miedo -dice la hechicera, que yo sos aseguro que de otro
viaje no vuelve.
-¡Ay, cuánto se lo agradeceremos,
tía fulana! ¡Por Dios! La tendremos siempre con nosotros. No le faltará nada.
Y volvióse la tía bruja a
engañar a les ignorantes de los chicos.
-Miraz -les dice. ¿No
sabéis que esas señoras de en frente, que están siempre al balcón, están locas,
locas por haceros una visita?
-Bueno, bueno. Que vengan
cuando quieran -dice la chica.
-No, no, no, tan pronto no,
hija mía -dice la hechicera. Tan pronto que no vengan. Hasta que no tengáis el
jardín completo, no debéis admitir visitas.
-Tiene razón la vieja
-dice el hermano.
-Sí, hijo, sí, tengo
razón; porque ya no sos falta nada más que el pájaro que canta el bien y el
mal.
-Déjeme, déjeme de
pájaros, hermano, que ya tenemos bastante -contesta la hermana. No sea que por
el pájaro, te vayas y no vuelvas.
-No, hermana; no tengas
miedo. Además, que te voy a decir que siempre que voy, me encuentro con un
anciano que le llegan las barbas hasta la cintura, y él me pone al corriente de
lo que pasa en la huerta. Y me ha dicho que es Nuestro Señor Jesucristo.
-¡Ay, hermano, por Dios,
que yo parece que voy desconfiando de esa vieja! -dice la hermana.
-No, no; no seas sospechosa,
mujer -contesta el hermano. ¿No ves que es una infeliz? No tengas miedo. Te
dejaré la botella de agua, como las otras dos veces, y yo me voy.
Se despidió de su hermana
y se marchó. Después de haber andado muchísimas leguas, se encontró en el
mismo sitio con el anciano de las barbas hasta la cintura, y le dice, como las
veces anteriores:
-¿Dónde vas, pobre joven?
¿Quién te quiere tan mal que por estos caminos te manda?
-Me voy a la Huerta de Irás y no
Volverás por un pájaro que nos canta el bien y el mal.
-Mira -le dice el anciano,
a las dos se abren las puertas, y a las tres se cierran. Si no sales, allá te
quedas. Entras y coges cualquier pájaro que veas, al primero que puedas echar
mano, y te sales corriendo.
Llegó el muchacho a la
huerta. Las puertas se abrieron como siempre y entró. Pero, ¡oh milagro!, que
al entrar el chico, se formó un concierto de pájaros que le dejaron embelesao.
Tantos había, tan preciosos eran y tan bien cantaban, que el chico no sabía
cuál escoger. Cogió uno y echó a correr. Pero se le habia pasao la hora, y al
llegar a las puertas, ya se habían cerrao, y allí se quedó hecho un tronco, un
árbol.
La hermana, que vió que
el agua de la botella se había revuelto, empezó a gritar:
-¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios
mío! ¡Ay, Dios mío, tía fulana! ¡Ay, Dios mío, que mi hermano ya no vuelve!
La tía bruja, que siempre
estaba escuchando, subió corriendo y le dice:
-No llores, bobina; no
llores. No te fíes de patrañas, que esa botella es un cuento. Deja la botella
y márchate a buscar a tu hermano. De seguro que le encontrarás en el camino,
con el pájaro en la mano, y verás, verás, qué contento viene.
La hermana se marchó a
buscar a su hermano, y mientras tanto, la tía bruja se fué donde estaban las tías
de los chicos y les dice:
-¿No sos lo había dicho
yo? Él ya quedó allá, y a ella tampoco la volveremos a ver.
-Ay, por Dios, tía
fulana! ¡Ay, por Dios! Si llegarían a volver, nuestra perdición es segura. Mañana
mismo llega nuestro cuñao. Ha terminao la guerra y se viene él a casa. ¡Ay, si
se llega a enterar!
-No tengáis miedo, no,
que ya no vuelven -les dice la hechicera.
La pobre hermana seguía
su camino, loca y llorando amarga-mente. Después de haber recorrido muchas
leguas, se encontró en el mismo sitio con el anciano que encontraba siempre su
hermano. Y le dijo lo mismo:
-¿Dónde vas, muchacha?
¿Dónde vas? ¿Quién te quiere tan mal que por estos caminos te manda? Y la
muchacha le contesta:
-¡Ay, buen viejo, buen
viejo, que me voy a la Huerta
de Irás y no Volverás a buscar a mi hermano! Ha ido a buscar el pájaro que
canta el bien y el mal, y no ha vuelto. Voy a buscarle aunque perezcamos allá
los dos.
-Mira -le dice el anciano,
a las dos se abren las puertas, y a las tres se cierran. Si no sales, allá te
quedas. Entras en la huerta, y nada más entrar, hay un tronco; vas y le das un
golpe con la mano y le dices. «Sal, hermano», y entonces tu hermano volverá a
recobrar su figura, y sos marcháis a vuestra aldea.
Así lo hizo la chica. Se
abrieron las puertas, dió un golpe al árbol, y se presentó el hermano con el pájaro
en la mano. Y el pájaro les decía:
-Estáis poseídos de una
mala mujer que sos quiere engañar.
La hermana dice entonces:
-¡Ah, quita, quita,
hermano! Suelta ese pájaro, porque nosotros no tenemos quien nos quiera mal. No
hablamos con nadie más que con esa vieja, y aunque he llegado a sospechar de
ella, no creo que nos quiera hacer tanto mal.
-¡Ay, no, no, no! -dice
el hermano. Yo el pájaro no le dejo. Sea lo que quiera, yo el pájaro no le
dejo, ni me separaré de él mientras él viva y vivamos nosotros.
Siguieron su camino y
después de muchos días de cansancio, llegaron a su casa. Entraron en el palacio
y fueron derechos al jardín a soltar el pajarito. El pajarito, en lugar de
subirse a los árboles, se volvió a la mesa donde iban a comer los chicos.
La tía bruja y las tías,
que vieron que habían vuelto los chicos, empezaron a ponerse desazonadas, pero
siempre disimulando, porque ya estaba en casa su cuñao, o sea el padre de los
chicos.
-¡Ay, Dios mío, tía
fulana! Ya está nuestro cuñao en casa. Si llega a coger amistaz con ellos y
llegaría a sospechar de nosotras, estamos perdidas. ¡Estamos perdidas!
-No desconfiéis,
muchachas, que sos he dicho que de ellos yo me encargo.
El capitán, o sea el
padre de los niños, se ponía todas las mañanas al balcón que daba en frente del
balcón de los chicos. Así que les vió la primera vez, le llamaron la atención
mucho, y las dice a las cuñadas:
-¿Qué jóvenes son esos
que viven enfrente de nosotros? Debe ser un palacio precioso el que tienen. Me
gustaría tener relaciones con ellos, porque en esta aldea no hay personas de mi
clase para tratarme con ellas.
-No te se ocurra nunca
jamás hablar con esos muchachos -dijo una de las tías. Son personas extranjeras.
No se relacionan con nadie en el pueblo. No sabemos qué educación tendrán, y lo
mejor es que no tengas trato con ellos.
Llegó el día siguiente, y
el capitán, no conforme con lo que las cuñadas le decían, se salió a dar un
paseo de su casa a la de los chicos. Los chicos se bajaron a la calle a
pasearse también, y al encontrarse con ese señor, le saludaron muy atentos y
empezaron a hablar con él. Tanta gracia encontró el capitán en los chicos, que
se quedó admirao de ver la buena educación que tenían.
Se fué a casa y les dice
a las cuñadas:
-He estao con esos chicos
y me han invitao a ver un jardín que tienen muy precioso. Y yo, en agradecimiento,
deseo invitarles a cenar en nuestra compañía esta misma noche.
-¡Ay, que nosotros no los
metemos en casa! -exclamaron las cuñadas. En el pueblo se dice que son unos
sinvergüenzas. Pregunta, pregunta a la tía fulana que habla con ellos, y verás
cómo te dice que son unos jóvenes muy mal educados.
-Bueno -dice el capitán;
sean lo que quieran que sean, yo quiero que me acompañen esta noche a cenar.
Ya no les quedó más
remedio a las cuñadas que decir que sí, que irían a cenar. Pero llamaron a la
tía bruja y le dijeron:
-¡Ay, Dios n:áo, tía
iulana! ¡Ay, Dios mío, tía fulana, que nuestro cuñao ha mandao venir a cenar a
esos chicos. Si se les ocurre traer el pájaro, estamos perdidas.
-No sos apuréis, no sos apuréis,
mujeres -dice la bruja, que no traerán el pájaro; no.
Y se fué la tía bruja
para la casa de los chicos. La recibieron con mucha alegría los chicos, y la
dijeron:
-¿No sabe, tía fulana, no
sabe que nos ha convidao a cenar ese señor que vive enfrente?
-¡Bueno, hijos míos;
bueno! Pero miraz lo que sos voy a decir: que no llevéis el pájaro, porque si
lleváis el pájaro, vais a dísgustar a esas señoras, porque son muy limpias y a
lo mejor, al pájaro le dan ganas de cagar.
-No, no, señora -dicen
los chicos. Nosotros, si vamos, tenemos que llevar el pájaro, y de lo contrario,
si no nos dejan llevar el pájaro, pues no vamos a cenar.
Fué la infame mujer y les
dice a las tías:
-No he podido
convencerles de que dejen el pájaro.
-Pues entonces, ¿qué
vamos a hacer?
-Pues miraz. Vais a hacer
dos tortillas, una envenenada y la otra sin veneno. Como las tortillas las
vais a poner a un tiempo en la mesa, pues ponéis la envenenada para el lao de
los muchachos, y la otra para vosotros y el cuñao.
Así lo hicieron. Fué el
capitán a la casa de los chicos para llevarles con él a cenar. Los muchachos se
cogieron el pájaro y se marcharon con su padre, onque no sabían que era su
padre de ellos. Las tías le recibieron muy contentas y les acompañaron a sentarse
a la masa. La criada sirvió las tortillas, poniendo la envenenada para los
chicos. Pero al tiempo de ir a comerla, después que la habían partido, el
pájaro empezó a cantar, y decía:
-¡No comáis, que tiene
veneno! ¡No comáis, que tiene veneno! ¡Y vuestra madre está emparedada! ¡Y
vuestra madre está emparedada!
Y con el pico se volvía y
picaba en la parez, donde estaba emparedada la madre de los chicos.
Los chicos no comían,
pero el capitán no había comprendido al pájaro, y les decía:
-Pero, ¿cómo no comen
ustedes?
-No, señor; no. Nosotros
no comemos.
-Pues, ¿por qué no comen
ustedes?
-Porque este pájaro que
tenemos aquí nos cuenta el bien y el mal, y no comemos porque dice que la
tortilla está envenenada y que nuestra madre está emparedada aquí en esta
parez.
El capitán se quedó
pasmao al oír eso a los chicos; y entonces se recordó de su mujer y cogió un
cacho de tortilla y se lo tiró a un perro que tenían. El perro nada más comer
la tortilla, quedó muerto de repente. Y entonces el capitán se levantó furioso
y las dice a las cuñadas:
-¿Qué es esto? ¿Qué es
esto? Hais envenenao a estos chicos. Esto está prokiao, que les héis querido
envenenar. Ahora vamos a ver si lo demás que dice el pájaro es cierto.
Fué él mismo y coge un
azadón, y picando en la parez, oyó un lamento que salía de dentro de la parez.
Ya sospechando una traición de las tías, derribó un cacho de la parez y se
encontró con una mujer viva, como un esqueleto de seca y que no podía hablar,
porque las tías por un escondite que tenían la daban sólo agua y rebojos de
pan.
Entonces, al sacar a
aquella mujer, el capitán no la reconoció, pero sí que le vino la idea de mirar
a los niños, a los chicos, porque su madre tenía un lunar en el pecho. Y al
mirar a los chicos, vió que los chicos tenían el mismo lunar que tenía su
madre. Entonces creyó ya de fijo que aquellas mujeres le habían hecho aquella
traición. Mandó el capitán amontonar muchos carros de leña y encenderlos. Y
después de estar encendida la hoguera, mandó arrojar en ella a la bruja y a las
cuñadas, y las quemaron.
Y él se quedó con los
hijos y la mujer.
42. Cuento popular
42. Cuento popular
Fuente:
Aurelio M Espinosa
003. España
No hay comentarios:
Publicar un comentario