40. Cuento popular
Éste era un padre que
tenía tres hijas. Y su oficio era de escobero. Y un día salió a coger escobas y
le salió un hardacho y le dijo:
-Oye, tú puedes escoger
de aquí todas las escobas que quieras, con tal de que me traigas a tu hija la
pequeña.
Y el escobero se lo
prometió. Y llegó el escobero a su casa y le mandó a la mayor que se fuera con
él pa la casa del hardacho. Y cuando el hardacho la vió, dijo que no, que ésa
no le convenía, que trajera a la más pequeña.
Y volvió el escobero a su
casa con la hija y le mandó a la mediana que fuera con él. Pero el hardacho
cuando la vió, dijo que no; que ésa tampoco le convenía, que se fuera y
volviera con la más pequeña.
Y entonces el padre le
dijo a la más pequeña que no había más remedio que ir ella porque se lo había
prometido al hardacho. Y fué ella con su padre y se casó con el hardacho.
Y cuando se fueron a
acostar, el hardacho se quitó la piel de hardacho y era un príncipe, y la novia
estaba muy contenta. Pero todos los días, cuando se levantaba, se ponía la
piel de hardacho. Y a su mujer le dijo que no le dijera a nadie el secreto y
que por nada del mundo le fuera a perder la piel de hardacho que se quitaba
todas las noches al acostarse. Y las dos hermanas mayores se burlaban de ella y
le decían:
-¡Calla, tú! ¡Si te has
casao con un hardacho! ¡Quién vive casada con un hardacho!
Y ella se callaba y no
decía nada porque sabía que estaba casada con un hermoso príncipe. Pero un día,
de tanta burla que le hacían, les dijo cue su marido era un hermoso príncipe y
que se quitaba la piel de hardacho cuando se acostaba. Y entonces le dijeron
sus hermanas:
-Pues, mira; esta noche
cuando se acueste y se duerma, le quitas la piel de hardacho y vas y la quemas.
Y así lo hizo. Luego que
su marido se acostó y se durmió, fué y se llevó la piel de hardacho y la quemó.
Y cuando él despertó y vió que le faltaba su piel, le preguntó dónde estaba, y
ella le dijo que se la había quemao.
Entonces él le dijo:
-Pues ahora ya estoy
desencantao, pero tú tendrás ahora que irte de peregrina. Toma este vestido de peregrina
y estos zapatos de hierro. Porque me has desencantao antes de tiempo, no puedes
volver a mí hasta que estos zapatos no se acaben, y tienes que ir a buscar el
Castillo de Oropé.
Y le dió ella un abrazo a
su marido y se fué. Y primero llegó a una casa que era un convento de monjas.
Y llamó en la puerta y salió una monja y la joven le preguntó si le podía dar
razón donde podría encontrar el Castillo de Oropé. Y la monja le dijo que no,
que no sabía, pero le dió una bellota y le dijo:
-Vaya usté con esta
bellota por el mundo en busca del castillo, y cuando se vea apurada la rompe.
Y fué más allá y se
encontró con otra casa y llamó en la puerta. Y esta casa era un convento de
frailes y salió un fraile y le preguntó ella si le podían dar razón dónde
estaba el Castillo de Oropé. Y el fraile le dijo que no, que no sabían, pero le
dió una nuez y le dijo:
-Vaya usté por el mundo
en busca de ese castillo, y cuando se vea apuraa, la rompe.
Y se fué ella por su
camino en busca del castillo. Y caminando, caminando, llegó a la casa de la
luna. Y llamó en la puerta y preguntó por el Castillo de Oropé. Y salió la
hechicera que guardaba la casa y le dijo:
-No sé, pero espere usté
a que vengan la luna y sus hijas y tal vez ellas sepan darle razón. Pero escóndase
usté en esa tinaja, que la luna se la come cuando llegue.
Y se metió la joven en
una tinaja y estuvo esperando ai un rato, cuando llegaron las lunitas. Y la
hechicera les dijo que ai estaba una joven que preguntaba por el Castillo de
Oropé y que si sabían ellas dónde era. Y las lunitas dijeron que no, que ellas
no sabían, pero que tal vez su madre, la luna, lo supiera.
Y estuvieron esperando
mucho, hasta que llegó la luna y le dijo a la hechicera:
-¡Fo, fo, fo! ¡A carne
humana me huele aquí! ¡Si no me la das, te como a ti!
Y la hechicera le dijo a
la luna que era una pobre joven que venía preguntando por el Castillo de Oropé.
Y la luna le dijo que no, que ella no sabía, pero que tal vez su primo, el sol,
lo sabría. Y se fué la joven a buscar al sol.
Y caminando, caminando,
llegó al fin a la casa del sol y llamó en la puerta. Y salió otra hechicera y
le preguntó qué quería. Y ella pidió posada y le dijo que, venía en busca del sol
pa ver si le daba razón dónde era el Castillo de Oropé. Y la hechicera le dijo:
-Entra y escóndete en esa
tinaja, porque cuando llegue el sol, te come.
Y se escondió ella en una
tinaja pa esperar a que llegara el sol. Y después de esperar un rato, llegaron
los hijos del sol y les preguntó la hechicera si sabían dónde era el Castillo
de Oropé. Y ellos dijeron que no lo sabían, pero que seguramente su padre, el
sol, lo sabría. Y esperaron otro rato, hasta que llegó el sol alumbrando por
todas partes, y dijo:
-¡Fo, fo, fo! ¡A carne
humana me huele! ¡Si no me la das, te como!
Y la hechicera le dijo
que no se la comiera, que no era más que una pobre niña que venía preguntando
por el Castillo de Oropé y que venía de parte de su prima, la luna.
Y el sol entonces le dió
una carta escrita de parte de él al aire, porque ése sí sabía dónde estaba el
Castillo de Oropé.
Y se fué la niña a buscar
la casa del aire, y llegó y llamó a la puerta. Y salió la hechicera que goardaba
la casa y le preguntó qué quería. Y ella le entregó la carta del sol y le dijo
que buscaba el Castillo de Oropé. Y entonces la hechicera le dijo:
-Escóndase usté en esa tinaja,
que cuando venga el aire, va a querer comérsela.
Y otra vez se escondió
ella en una tinaja. Y a poco llegaron los airecitos y les preguntó la hechicera
que si sabían ellos dónde estaba el Castillo de Oropé. Y ellos dijeron que
muchas veces habían oído a su padre, el aire, hablar de ese castillo, pero que
ellos nunca lo habían visitao.
Y a poco llegó el aire,
soplando todo alante. Y cuando entró, dijo:
-¡Fo, fo, fo! ¡A carne
humana me huele! ¡Si no me la das, te como!
Y la hechicera le dijo
que no se la comiera, que era una pobre niña que venía de parte del sol con una
carta escrita pa él y que preguntaba por el Castillo de Oropé. Y el aire dijo
que sí, que él sabía dónde estaba y que él la llevaría.
Y el aire llevó a la
joven al Castillo de Oropé y la dejó a la puerta. Y al llegar al castillo,
había allí mucho jaleo y entró ella de peregrina a pedir una limosna. Y le dijeron
que entrara, que a todos los pobres les daban limosnas. Y traía ella una rueca
muy bonita y se puso a hilar. Y en el castillo había tanto jaleo porque se iba
a casar un príncipe con una princesa. Y cuando la princesa vió a la peregrina
con su rueca, le dijo:
-¡Qué hermosa rueca tiene
la peregrina!
Y le dijo a su criada que
fuera a comprársela. Y cuando le preguntaron cuánto quería por la rueca, ella
dijo que se la daba a la princesa si la permitían hablar tres palabras con el
príncipe. Y le dijeron que sí. Y ella entregó su rueca y fué a hablar las tres
palabras con el príncipe. Pero al príncipe había mandao la princesa que le
dieran tres dormideras pa que nada oyera y nada respondiera. Cuando subió, la
joven le dijo:
-¿Te acuerdas cuando mi
padre era escobero?
Eso le preguntaba la
joven porque al momento que entró en el castillo y vió al príncipe, reconoció
que era su esposo. Y le hizo la pregunta tres veces, pero como estaba dormido,
nada respondía. Y la princesa que estaba escondida cerca, le dijo:
-Ya están las tres
palabras. Bájese usté.
Y bajó la joven muy
desconsolada. Y entonces rompió la bellota que le habían dao las monjas, y
ésta se volvió una rueca mucho más bonita que la otra. Y se puso a hilar. Y la
princesa cuando la vió, dijo:
-¡Ay, pero qué rueca tan
hermosa tiene esa peregrina!
Y le dijo a su criada que
le preguntara cuánto quería por ella. Y fué la criada y la joven le dijo que
se la daba si la permitían hablar otra vez tres palabras con el príncipe. Y
dijo la princesa que estaba bueno, y otra vez le dieron las dormideras al
príncipe pa que se durmiera. Y la joven entregó su hermosa rueca a la princesa
y subió a hablar con el príncipe y le dijo:
-¿Te acuerdas cuando te
quemé la piel de hardacho?
Y le hizo la pregunta
tres veces, pero como estaba dormido, nada respondía. Y la princesa entonces
dijo:
-Ya están las tres
palabras. Bájese usté.
Y otra vez bajó la joven
muy desconsolada. Pero se acordó la joven de la nuez que le habían dao los
frailes y la rompió. Y se volvió la nuez una rueca mucho más hermosa que la
anterior. Tenía cascabelitos de oro y cuando la joven hilaba, los cascabelitos
sonaban. Y al momento que la princesa la vió, dijo:
-¡Ay, pero qué rueca tan
hermosa tiene la peregrina! ¡Ésa sí ha de ser mía!
Y mandó a la criada a que
le preguntara cuánto quería por ella. Y otra vez dijo ella que la daba si la
permitían hablar tres palabras con el príncipe. Y como la princesa vía que el
príncipe ni responder podía con las dormideras, le dijo que estaba bueno, que
subiera, y le dió otra vez al príncipe tres dormideras.
Y subió la joven a hablar
las tres palabras. Pero esta vez se descuidó la princesa y la joven le metió la
mano al príncipe debajo de la almohada y le despertó y le preguntó:
-¿Te acuerdas cuando mi
padre era escobero?
Y el príncipe le dijo:
-Sí.
-¿Te acuerdas cuando te
quemé la piel de hardacho?
-Sí.
-¿Te acuerdas cuando me
diste el vestido de peregrina y los zapatos de hierro.
-Sí.
Y a ese momento, la
princesa le dijo:
-Ya están las tres
preguntas. Bájese usté.
Y se bajó la joven, pero
ya muy contenta porque ya estaba segura que el príncipe la había conocido.
Y el príncipe entonces
dijo que la peregrina estaba invitada pal banquete. Y la princesa dijo:
-Pero, ¿cómo va esa
peregrina a comer a mi mesa?
Y el príncipe dijo que de
todas maneras tenía que ir. Y se sentaron a la mesa y el príncipe la sentó a su
derecha. Y comieron todos muy contentos.
Y al fin de la comida,
todos le dijeron al príncipe que contara algo de su vida, alguna cosa que le había
pasao. Y dijo el príncipe:
-Muy bien; voy a
contarles a ustedes una cosa que me sucedió. Una vez tenía yo una preciosa
cajita de oro con una llave muy bonita y se me perdió. Y entonces mandé hacer
otra, lo más bonita posible, pero nunca la pudieron hacer tan bonita como la
primera. Y después de mucho tiempo encontré la primera. Y ahora les pregunto
a ustedes: ¿con cuál de las dos cajitas creen ustedes que debería yo quedarme?
Y todos respondieron:
-¡Con la primera!
Y entonces dijo el
príncipe:
-Tienen ustedes razón. Y
por eso dejo yo ahora la segunda novia y me voy con mi primera esposa, que es
esta guapa peregrina.
Y entonces la peregrina
se abrazó a su esposo y se fueron pa su casa y fueron muy felices.
Fuente:
Aurelio M Espinosa
003. España
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