Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 17 de octubre de 2012

El gallo viejo y sus amigos


61. Cuento popular

Pues señor, que eran éstos unos señores que tenían un gallo ya un poco viejo, y dijeron:
-Ya este gallo no sirve pa nada.
Y llamó el amo a la criada y le dijo:
-Oye tú, María, mira que mañana vas y te coges el gallo y lo matas. Ya está viejo, pero la carne no está pa despreciar.
Y el gallo, que andaba por el tejao, que se oye lo que andan diciendo, y dice:
-¿Conque ésas tenemos? Pues me escapo y no me pillan, aunque sea viejo.
Y cuando llegó la noche, escápase el gallo pal monte. Y otro día, cuando la María fué a buscarlo, ya no había gallo en el corral.
Güeno, pues de ai se fué el gallo andando, hasta que encuéntrase con un burro viejo, que ya no era más que las costillas. Y el gallo, muy estirao, le dice:
-¡Buenos días, compañero! ¿Ande güeno por este monte?
-Pues nada -responde el burro, nada más que como ya estoy viejo y no puedo con la carga, mi amo dice que ya no sirvo pa na y me ha echao al monte a que haga la vida.
Y el gallo le dice:
-Pues mira, que a mí me ha pasad algo así. Sólo que a mí me iban a matar, y antes de que me echa­ran en el caldo, me he escapao yo pal monte sin que nadien me echara.
-Bueno, bueno -le dice el burro; pues ahora seguimos juntos y nos haremos compañía.
Conque se marcharon de ai el gallo y el burro, el burro paso a paso porque ya estaba muy viejo, y el gallo muy estirao y siempre muy tieso y valiente. Y por el camino ande iban se encontraron con un toro, y le dijo el gallo:
-Buenos días tenga usté, señor toro. Y usté, ¿qué le trae por este monte?
Y el toro les contó que como ya estaba viejo, el amo lo había echao del corral pa que se fuera solo por el mundo a hacer la vida.
-Bien estamos con tan malos amos -dijo el gallo.
Y ya le contaron al toro lo que les había pasao a ellos.
Y el burro le dijo:
-Mire usté, señor toro, que a mí lo que mejor me parece es que usté se venga con nosotros, que así nos haremos todos compañía.
Y se fué el toro con ellos.
Y a poco que caminaron, vieron venir un galgo sarnoso por el camino. Y el gallo, muy estirao como siempre, se adelantó a saludarlo y le dijo:
-¿Ande güeno tan tempranito por este monte?
Y ya les contó el galgo que porque estaba ya viejo y sarnoso, el amo le había echao pa que se fuera solo a hacer la vida. Y el gallo, muy endinao, le dijo:
-¡Güenos amitos que tenemos todos! Pero no se apure usté, señor galgo; que venga con nosotros y todos juntos nos haremos compañía.
Y ya le contaron al galgo lo que a ellos les había pasao. Y el pobre galgo dijo que sí, que se iría junto con ellos, y se fueron.
Y cuando ya iban en la cumbre del monte, vieron subir por una cuesta a un pobre gato negro que andaba por el monte muerto de hambre y mayando como desesperao. Y luego que ya se acercaron, le gritaron al gato:
-¡Seiior gato! ¡Señor gato!
Y ya se detuvo el gato y se allegó ande estaban ellos. Y le dice entonces el gallo:
-¿Qué le pasa a usté, señor gato? ¿Por qué tan asolao, mayando por este monte?
Y el gato les dijo:
-Pues me pasa que ya hace más de una semana le comí un cacho de carne al amo y me arrimaron una paliza y me echaron de la casa. Y como tengo miedo que me arrimen otra y no me dejen güeso güeno, me he escapao pal monte. Y nada encuentro que comer.
Y el gallo le dijo:
-No se apure usté, señor gato, que comida halla­remos. Véngase usté con nosotros, que todos nos ha­remos compañía.
Y le contaron al gato lo que a cada uno de ellos le había pasao. Y se fué el gato con ellos.
Y ya iban todos muy contentos por el camino y el gallo les iba diciendo cómo debían hacer pa conseguir comida. Y al pasar por unos cantos grandes que había al lao del camino, vieron un fardacho que estaba metido entre dos piedras calentándose al sol. Y cuan­do pasaban, levantó el fardacho la cabeza y dijo:
-¿Quién pasa?
Y los animales no le respondieron. El gallo, que era el más valiente de todos, tampoco dijo palabra. Y era que no había visto un bicho como el fardacho. Y ya se salió el fardacho de su cueva y se allegó a los otros y les dijo:
-Buenos días tengan ustedes.
Y el gallo se estiró y dijo:
-Buenos días tenga usté. ¿Quién es usté?
Y el fardacho dijo:
-Yo soy el fardacho, buen amigo y buen compañero.
Y dijo entonces el gato:
-Es verdá lo que dice el fardacho. Ya me acuerdo de que a mí me ayudó una vez a matar un ratón.
Y ya le contaron al fardacho lo que les había pasao a cada uno de ellos. Y el gallo le dijo:
-Si quiere usté acompañarnos, puede usté venirse con nosotros, que todos semos muy buenos amigos y todos juntos vamos por ai a hacer la vida.
Y el fardacho les dijo que con mucho gusto, y todos juntos se marcharon por el camino.
Y ya se hacía tarde y todavía no encontraban que comer. Y el burro ya apenas podía caminar del ham­bre que tenía, y el galgo sarnoso ya se moría de sé. Y llegaron a un río y bebieron todos agua. Y al pasar el río, el fardacho dijo que quería estarse en el agua un rato. Los otros animales se enfadaron, pero como le tenían un poco de recelo, no dijeron nada.
Y cuando ya pasó el rato el fardacho en el agua, dijo que ya podían marcharse. Y ya les iba cogiendo la noche, cuando devisaron una luz. Y el fardacho, como era pequeño y no podía ver la luz, dió un salto y se subió encima del toro. Y vió la luz y dijo:
-Sí, sí; ésa es una luz. Es una casa. Vamos allá pa ver si llenamos la tripa.
Y siguieron caminando. El galgo ya no pudo ca­minar y se subió encima del toro pa descansar un poco.
Y ya se allegaron a la casa y se adelantó el gallo pa ver qué había. Y eran unos ladrones que estaban comiendo de todos los manjares que hay. Y volvió el gallo y les contó a los demás animales lo que era. Y les dijo:
-Miren ustedes lo que vamos a hacer. Nos alle­gamos todos sin que nos sientan, y cada uno se pone en un lugar y canta muy alto, muy alto, pa que se espanten y se vayan.
Y así lo hicieron. Fué el gallo y se trepó al tejao. El fardacho fué y se metió abajo de una tabla de la puerta. El toro y el burro se pusieron junto de la ventana. Y el galgo y el gato se metieron atrás de la puerta, a la salida. Y todos a un tiempo empezaron a cantar.
El gallo desde el tejao cantaba:
-¡Quiquiriquí! ¡Quiquiriquí!
El toro cantaba:
-iMjool iMjool iMjoo!
El burro cantaba:
-¡Gajonc! ¡Gajonc! ¡Gajonc!
Y el galgo cantaba:
-¡Guau, guau! ¡Guau, guau!
El gato cantaba:
-¡Miau, miau! ¡Miau, miau!
Y el fardacho, debajo de la tabla, cantaba:
-¡Juíu, juíu! ¡Juíu, juíu!
Los ladrones se cagaron de miedo al oír todo ese ruido. Salieron todos de la casa huyendo, y el capi­tán gritaba:
-¡Los demonios! ¡Los demonios! ¡Son los demo­nios que vienen por nosotros! ¡Los demonios! ¡Los demonios!
Y huyeron y huyeron hasta que ya ni vían la luz de la casa.
Entonces bajó el gallo del tejao y les gritó a los otros campañeros:
-¡Ala, compañeros! ¡Ala, ala! ¡A lo gordo! ¡A lo gordo! ¡Vamos a la comida! ¡Ala, ala! ¡A hartarnos! ¡A llenar la tripa de manjares, que aquí hay de todo!
Y entraron todos en la casa y comieron hasta que se hartaron. Y decía el fardacho:
-¡Si estoy de queso que no me puedo mover!
Y el galgo decía:
-Me he atracao de carne, que estoy como una bola.
Y el gallo, más tieso y más estirao que nunca, les decía:
-Yo bien les decía que juntos veníamos mejor.
Y ya después de hartarse todos, les dijo el gallo:
-Bueno, pues ahora lo que a mí me parece es que esos ladrones pueden volver. Vamos a ponernos otra vez en algún sitio pa darles una güena zurra, si vuel­ven. Pero ahora, no con cantar, sino a la patada y a la mordida y al piquetazo, pa matarlos y que nos dejen en paz.
Y se subió el gallo otra vez al tejao. El gato se arrinconó a un ladito de la lumbre. El galgo se puso a la puerta, al salir. El toro se escondió cerca de la puerta, onde estaba muy oscuro por un lao; y el burro por otro, de e pa la puerta. Y el fardacho se metió en un boquete que había en la paré de la entrada. Y ya puestos todos en sus sitios, les dijo el gallo desde el techao que se callaran, que ya se acerca­ba uno.
Y era que los ladrones ya se habían decidido a volver a la casa y habían escogido a dos pa que se allegaran a investigar. Y cuando ya iban llegando, uno de ellos se atemorizó y no quiso llegar, y por eso sólo iba llegando uno.
Y ya llegó y, como vió que no había ruido, le gritó al otro que se quedaba atrás:
-¡Ala, que no hay nadie! ¡Venga usté, que ya está sola la casa!
Pero aquél no se atrevía, y le decía:
-¡Cuidao, que yo no me arrimo!
Y ya llegó aquél solo y entró en la casa, y los ani­males le dejaron entrar. Pero como todo estaba os­curo, se allegó el hombre a la lumbre pa encender una luz. Y a ese momento, salta el gato de su rincón y aráñale la cara. Y dió el pobre hombre un salto pa atrás y gritó:
-¡Por Dios y Santa María, que me han arrancao las narices!
Y echó a huir pa afuera. Pero en la oscurana no vía muy bien, y dió un tropezón en la puerta y se cayó. Y ai onde estaba caído, le dió el galgo una mor­dida en el c, y el fardacho le metió los colmillos en un tobillo.
Y ya se levantó y echó a huir puerta afuera, cuan­do arrímale el burro un par de coces en la panza, y por otro lao dale el toro una muchada en el c. Y del techao el gallo cantaba:
-¡Quiriquí! ¡Quiquiriquí!
Y llegó el pobre ande sus compañeros clamando a Dios y todo estropeao. Y cuando ya pudo explicar­se, les dijo:
-No había ruido en la, casa y me metí. Pero al allegarme a la lumbre pa encender una luz, uno que había allí al lao me arrancó las narices con una ras­tra. Y de ai me he escapao en seguida, pero al pasar por la puerta, me dieron un golpe y me echaron a tierra, y ai onde estaba me dieron un pinchazo en el c con una tenazas y otro en el tobillo. Y al salir afuera, había uno que me apaleó la panza y otro que me dió con una maza en los riñones. Y cuando ya me había escapao, oí a uno que gritaba desde el tejao:
-¡Tráiganmelo aquí! ¡Tráiganmelo aquí!

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

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