61. Cuento popular
Pues señor, que eran
éstos unos señores que tenían un gallo ya un poco viejo, y dijeron:
-Ya este gallo no sirve
pa nada.
Y llamó el amo a la
criada y le dijo:
-Oye tú, María, mira que
mañana vas y te coges el gallo y lo matas. Ya está viejo, pero la carne no está
pa despreciar.
Y el gallo, que andaba
por el tejao, que se oye lo que andan diciendo, y dice:
-¿Conque ésas tenemos?
Pues me escapo y no me pillan, aunque sea viejo.
Y cuando llegó la noche,
escápase el gallo pal monte. Y otro día, cuando la María fué a buscarlo, ya no
había gallo en el corral.
Güeno, pues de ai se fué
el gallo andando, hasta que encuéntrase con un burro viejo, que ya no era más
que las costillas. Y el gallo, muy estirao, le dice:
-¡Buenos días, compañero!
¿Ande güeno por este monte?
-Pues nada -responde el
burro, nada más que como ya estoy viejo y no puedo con la carga, mi amo dice
que ya no sirvo pa na y me ha echao al monte a que haga la vida.
Y el gallo le dice:
-Pues mira, que a mí me
ha pasad algo así. Sólo que a mí me iban a matar, y antes de que me echaran en
el caldo, me he escapao yo pal monte sin que nadien me echara.
-Bueno, bueno -le dice el
burro; pues ahora seguimos juntos y nos haremos compañía.
Conque se marcharon de ai
el gallo y el burro, el burro paso a paso porque ya estaba muy viejo, y el
gallo muy estirao y siempre muy tieso y valiente. Y por el camino ande iban se
encontraron con un toro, y le dijo el gallo:
-Buenos días tenga usté,
señor toro. Y usté, ¿qué le trae por este monte?
Y el toro les contó que
como ya estaba viejo, el amo lo había echao del corral pa que se fuera solo por
el mundo a hacer la vida.
-Bien estamos con tan
malos amos -dijo el gallo.
Y ya le contaron al toro
lo que les había pasao a ellos.
Y el burro le dijo:
-Mire usté, señor toro,
que a mí lo que mejor me parece es que usté se venga con nosotros, que así nos
haremos todos compañía.
Y se fué el toro con
ellos.
Y a poco que caminaron,
vieron venir un galgo sarnoso por el camino. Y el gallo, muy estirao como
siempre, se adelantó a saludarlo y le dijo:
-¿Ande güeno tan
tempranito por este monte?
Y ya les contó el galgo
que porque estaba ya viejo y sarnoso, el amo le había echao pa que se fuera
solo a hacer la vida. Y el gallo, muy endinao, le dijo:
-¡Güenos amitos que
tenemos todos! Pero no se apure usté, señor galgo; que venga con nosotros y
todos juntos nos haremos compañía.
Y ya le contaron al galgo
lo que a ellos les había pasao. Y el pobre galgo dijo que sí, que se iría junto
con ellos, y se fueron.
Y cuando ya iban en la
cumbre del monte, vieron subir por una cuesta a un pobre gato negro que andaba
por el monte muerto de hambre y mayando como desesperao. Y luego que ya se
acercaron, le gritaron al gato:
-¡Seiior gato! ¡Señor
gato!
Y ya se detuvo el gato y
se allegó ande estaban ellos. Y le dice entonces el gallo:
-¿Qué le pasa a usté,
señor gato? ¿Por qué tan asolao, mayando por este monte?
Y el gato les dijo:
-Pues me pasa que ya hace
más de una semana le comí un cacho de carne al amo y me arrimaron una paliza y
me echaron de la casa. Y como tengo miedo que me arrimen otra y no me dejen
güeso güeno, me he escapao pal monte. Y nada encuentro que comer.
Y el gallo le dijo:
-No se apure usté, señor
gato, que comida hallaremos. Véngase usté con nosotros, que todos nos haremos
compañía.
Y le contaron al gato lo
que a cada uno de ellos le había pasao. Y se fué el gato con ellos.
Y ya iban todos muy
contentos por el camino y el gallo les iba diciendo cómo debían hacer pa
conseguir comida. Y al pasar por unos cantos grandes que había al lao del
camino, vieron un fardacho que estaba metido entre dos piedras calentándose al
sol. Y cuando pasaban, levantó el fardacho la cabeza y dijo:
-¿Quién pasa?
Y los animales no le
respondieron. El gallo, que era el más valiente de todos, tampoco dijo palabra.
Y era que no había visto un bicho como el fardacho. Y ya se salió el fardacho
de su cueva y se allegó a los otros y les dijo:
-Buenos días tengan
ustedes.
Y el gallo se estiró y
dijo:
-Buenos días tenga usté.
¿Quién es usté?
Y el fardacho dijo:
-Yo soy el fardacho, buen
amigo y buen compañero.
Y dijo entonces el gato:
-Es verdá lo que dice el
fardacho. Ya me acuerdo de que a mí me ayudó una vez a matar un ratón.
Y ya le contaron al
fardacho lo que les había pasao a cada uno de ellos. Y el gallo le dijo:
-Si quiere usté
acompañarnos, puede usté venirse con nosotros, que todos semos muy buenos
amigos y todos juntos vamos por ai a hacer la vida.
Y el fardacho les dijo
que con mucho gusto, y todos juntos se marcharon por el camino.
Y ya se hacía tarde y
todavía no encontraban que comer. Y el burro ya apenas podía caminar del hambre
que tenía, y el galgo sarnoso ya se moría de sé. Y llegaron a un río y bebieron
todos agua. Y al pasar el río, el fardacho dijo que quería estarse en el agua
un rato. Los otros animales se enfadaron, pero como le tenían un poco de
recelo, no dijeron nada.
Y cuando ya pasó el rato
el fardacho en el agua, dijo que ya podían marcharse. Y ya les iba cogiendo la
noche, cuando devisaron una luz. Y el fardacho, como era pequeño y no podía ver
la luz, dió un salto y se subió encima del toro. Y vió la luz y dijo:
-Sí, sí; ésa es una luz.
Es una casa. Vamos allá pa ver si llenamos la tripa.
Y siguieron caminando. El
galgo ya no pudo caminar y se subió encima del toro pa descansar un poco.
Y ya se allegaron a la
casa y se adelantó el gallo pa ver qué había. Y eran unos ladrones que estaban
comiendo de todos los manjares que hay. Y volvió el gallo y les contó a los
demás animales lo que era. Y les dijo:
-Miren ustedes lo que
vamos a hacer. Nos allegamos todos sin que nos sientan, y cada uno se pone en
un lugar y canta muy alto, muy alto, pa que se espanten y se vayan.
Y así lo hicieron. Fué el
gallo y se trepó al tejao. El fardacho fué y se metió abajo de una tabla de la
puerta. El toro y el burro se pusieron junto de la ventana. Y el galgo y el
gato se metieron atrás de la puerta, a la salida. Y todos a un tiempo empezaron
a cantar.
El gallo desde el tejao
cantaba:
-¡Quiquiriquí! ¡Quiquiriquí!
El toro cantaba:
-iMjool iMjool iMjoo!
El burro cantaba:
-¡Gajonc! ¡Gajonc!
¡Gajonc!
Y el galgo cantaba:
-¡Guau, guau! ¡Guau,
guau!
El gato cantaba:
-¡Miau, miau! ¡Miau,
miau!
Y el fardacho, debajo de
la tabla, cantaba:
-¡Juíu, juíu! ¡Juíu, juíu!
Los ladrones se cagaron
de miedo al oír todo ese ruido. Salieron todos de la casa huyendo, y el capitán
gritaba:
-¡Los demonios! ¡Los
demonios! ¡Son los demonios que vienen por nosotros! ¡Los demonios! ¡Los
demonios!
Y huyeron y huyeron hasta
que ya ni vían la luz de la casa.
Entonces bajó el gallo
del tejao y les gritó a los otros campañeros:
-¡Ala, compañeros! ¡Ala,
ala! ¡A lo gordo! ¡A lo gordo! ¡Vamos a la comida! ¡Ala, ala! ¡A hartarnos! ¡A
llenar la tripa de manjares, que aquí hay de todo!
Y entraron todos en la
casa y comieron hasta que se hartaron. Y decía el fardacho:
-¡Si estoy de queso que
no me puedo mover!
Y el galgo decía:
-Me he atracao de carne,
que estoy como una bola.
Y el gallo, más tieso y
más estirao que nunca, les decía:
-Yo bien les decía que
juntos veníamos mejor.
Y ya después de hartarse
todos, les dijo el gallo:
-Bueno, pues ahora lo que
a mí me parece es que esos ladrones pueden volver. Vamos a ponernos otra vez en
algún sitio pa darles una güena zurra, si vuelven. Pero ahora, no con cantar,
sino a la patada y a la mordida y al piquetazo, pa matarlos y que nos dejen en
paz.
Y se subió el gallo otra
vez al tejao. El gato se arrinconó a un ladito de la lumbre. El galgo se puso a
la puerta, al salir. El toro se escondió cerca de la puerta, onde estaba muy
oscuro por un lao; y el burro por otro, de e pa la puerta. Y el fardacho se
metió en un boquete que había en la paré de la entrada. Y ya puestos todos en
sus sitios, les dijo el gallo desde el techao que se callaran, que ya se acercaba
uno.
Y era que los ladrones ya
se habían decidido a volver a la casa y habían escogido a dos pa que se
allegaran a investigar. Y cuando ya iban llegando, uno de ellos se atemorizó y
no quiso llegar, y por eso sólo iba llegando uno.
Y ya llegó y, como vió
que no había ruido, le gritó al otro que se quedaba atrás:
-¡Ala, que no hay nadie!
¡Venga usté, que ya está sola la casa!
Pero aquél no se atrevía,
y le decía:
-¡Cuidao, que yo no me
arrimo!
Y ya llegó aquél solo y
entró en la casa, y los animales le dejaron entrar. Pero como todo estaba oscuro,
se allegó el hombre a la lumbre pa encender una luz. Y a ese momento, salta el
gato de su rincón y aráñale la cara. Y dió el pobre hombre un salto pa atrás y
gritó:
-¡Por Dios y Santa María,
que me han arrancao las narices!
Y echó a huir pa afuera.
Pero en la oscurana no vía muy bien, y dió un tropezón en la puerta y se cayó.
Y ai onde estaba caído, le dió el galgo una mordida en el c, y el fardacho le
metió los colmillos en un tobillo.
Y ya se levantó y echó a
huir puerta afuera, cuando arrímale el burro un par de coces en la panza, y
por otro lao dale el toro una muchada en el c. Y del techao el gallo cantaba:
-¡Quiriquí! ¡Quiquiriquí!
Y llegó el pobre ande sus
compañeros clamando a Dios y todo estropeao. Y cuando ya pudo explicarse, les
dijo:
-No había ruido en la,
casa y me metí. Pero al allegarme a la lumbre pa encender una luz, uno que
había allí al lao me arrancó las narices con una rastra. Y de ai me he escapao
en seguida, pero al pasar por la puerta, me dieron un golpe y me echaron a
tierra, y ai onde estaba me dieron un pinchazo en el c con una tenazas y otro
en el tobillo. Y al salir afuera, había uno que me apaleó la panza y otro que
me dió con una maza en los riñones. Y cuando ya me había escapao, oí a uno que
gritaba desde el tejao:
-¡Tráiganmelo aquí!
¡Tráiganmelo aquí!
Fuente:
Aurelio M Espinosa
003. España
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